sábado, 20 de agosto de 2022

EL ANTIGUO CEMENTERIO DE SERÓN DE NÁGIMA: LA IGLESIA DE LA SANTA CRUZ

 “Por Serón iremos acercándonos a la comarca ambigua, tan aragonesa como

castellana, por la que el río Nájima amplía hacia el norte la cuenca del  

Jalón. La del Nájima es ancha y llana, con movimiento de colinas,  

y el pantano felizmente terminado de Monteagudo asegura

el riego a unas setecientas cincuenta hectáreas, . . .”

                                                                                                        Soria. Dionisio Ridruejo




El 28 de marzo nos pusimos en camino para visitar Serón de Nágima. En esta ocasión tuvimos el placer de que nos sirviera de cicerone Jesús Angulo y nos acompañara Joaquín Machín. Tras la pesadez de los días nublados, un respiro permitió al sol hacerse ver, aunque no se notó su calor, pues el día estuvo frío y un tanto ventoso. La primavera, no obstante, ya había inundado los árboles y donde solo hubo madera aparecieron las flores que la adornaban y delataban.

Antes de llegar a nuestro destino, visitamos el despoblado de Borque, en Velilla de los Ajos. Jesús Angulo nos condujo posteriormente al despoblado de Valdemora en el que otra iglesia abandonada, en este caso gótica, resiste alejada del interés general, y paseamos por Bliecos para visitar lo que en su día debió de ser el priorato de San Martín de Finojosa y el paraje estupendo de Nuestra Señora de la Cabeza, al lado del río Nágima.

Tras todo este periplo alcanzamos Serón de Nágima, localidad central de esta entrega. Allí, casualmente, encontramos a José Antonio Alonso, conocedor del territorio, no en vano lleva 12 libros escritos sobre la localidad. Antes de comenzar nuestra visita tomamos un refrigerio en el espacioso bar en el que los hombres hablaban del precio del trigo. José Antonio, amablemente, pospuso por unas horas su regreso a Madrid, ciudad en la que reside, para acompañarnos.

Serón de Nágima tiene un pasado, sin duda, musulmán. Allí donde hoy se asienta la iglesia de Nuestra Señora del Mercado hubo en su día una mezquita, y al lado de ella, se encontraba la alhóndiga, derribada en la primera década del siglo XXI para acoger un inmueble que pretendió ser un centro social, hoy inconcluso, y del que solo se ha levantado un esqueleto de hormigón que en nada mejora el entorno.  Llegó casi a las mil almas a principios del siglo XX, hoy a duras penas alcanza las doscientas.

En el periplo guiado, José Antonio nos llevó a la ermita de la Virgen de la Vega que, aunque muy transformada, conserva algún resto de su pasado románico, también al solar de la iglesia de Santiago, a la parroquia de Nuestra Señora del Mercado y, callejeando por la villa, vimos la antigua casa parroquial, terminando por visitar el viejo cementerio y los restos de la iglesia de la Santa Cruz.

Situada en la margen derecha del río Nágima y a menos de un kilómetro de la villa, nos encontramos con los restos de la antigua parroquial de la Santa Cruz. Hoy es una zona de huertas, frondosa, con árboles, y donde la hiedra engalana el muro perimetral y parte del ábside, que oculta a los ojos del viajero la vieja parroquia.

Es esta una de las muchas parroquias medievales que en la provincia de Soria cumplen una función cementerial, motivo por el que es posible que hayan llegado hasta nuestros días. En este caso, este espacio fue cementerio de la villa de Serón hasta 1924, momento en que se construyó uno nuevo en el cruce de las carreteras que van a Mazaterón y a Torlengua. Nos cuenta José Antonio Alonso que en 1820 la parroquia estaba en estado ruinoso y que el Obispo de Osma ordenó su demolición, y que con sus materiales se cerrara la Capilla Mayor y se construyera un cementerio o humilladero. Además, mandó colocar una cruz lo más decente que se pudiera en el lugar que estuvo el tabernáculo. En la capilla se enterrarían las personas más pudientes, dejando constancia de ello en la actualidad algunas placas de mármol. Como pasó en otros lugares como Brías o Huérteles, estas actuaciones facilitaron la conservación, al menos, del ábside de la antigua iglesia románica.

La tradición nos cuenta que este espacio pudo pertenecer a un pequeño monasterio. Los monjes lo levantaron para abandonarlo al poco tiempo, pasando a convertirse en parroquia. De la antigua iglesia románica, hoy conocida como del Santo Cristo, no queda más que su cabecera con un amplio ábside y presbiterio, así como parte del muro norte, pero en tiempos fue una parroquia que daba servicio al barrio bajo del pueblo. Su fábrica es mayoritariamente de mampostería y, como viene siendo frecuente, se utilizaría el sillar en las esquinas y vanos. El edificio tendría una única nave, con entrada al sur.  El arco triunfal que da paso al presbiterio es tan apuntado que podría pasar por gótico, lo que nos indica una fecha de construcción ya en el siglo XIII.

El amplio ábside se cubre con bóveda de horno apuntada, y el presbiterio ligeramente más ancho lo hace con cañón apuntado, las dos en buena sillería. Al exterior ambos están a la misma altura, con una cornisa de chaflán y listel que se encuentra soportada por canecillos de nacela y proa de barco y algunos con cabezas de animales. La hiedra, que coloniza el ábside, no deja ver la ventana absidal, ni al exterior ni al interior, pues a través de unas grietas está también colonizando el muro absidal. Si observamos con atención podemos distinguir como en el lado sur del presbiterio se abrió otra ventana que después se tapió. El interior de la cabecera se encuentra revocado con un despiece de sillería en blanco sobre fondo azulado.

El arco triunfal, muy apuntado, aparece doblado, si bien el arco exterior parece una chambrana. Apoya sobre unas semicolumnas con capiteles y basas que repiten la misma forma, pero invertida. Corona este hastial una cruz latina que, sin duda, se colocó cuando la iglesia se convirtió en cementerio.


En el muro sur se encontraba la portada, que, con alguna ampliación del cementerio, se trasladó al nuevo muro en el que aparecen muchas piezas medievales, especialmente sillares. La portada, que pudo ser modificada, es hoy un sencillo arco de medio punto apoyado sobre las jambas, con imposta de nacela y con una chambrana exterior. Al traspasar las puertas de forja, en un sillar de la jamba oriental se grabó una cruz de malta inscrita en un doble círculo, que estuvo pintada de negro. En este muro perimetral y en su ángulo noreste, se utilizó una antigua estela medieval con vástago como un sillar esquinero. La cara que vemos está decorada con una cruz de brazos curvos inscrita en un círculo.


Hoy todo el conjunto se encuentra en un absoluto abandono, atacado por las hierbas, aunque es verdad, que hace unos años, se llevaron a cabo unas obras de mantenimiento que han permitido que este fragmento de la antigua iglesia nos llegue hasta la actualidad. Pero el espacio debe ser dignificado con una limpieza y conservación, y con la retirada de la hiedra del espacio absidal, pues sin duda está dañando la fábrica románica.

BIBLIOGRAFÍA:

- ALONSO HERNÁNDEZ, J.A. (2018): “Serón de Nágima. Memorias de un pueblo soriano” Tomo VI. Madrid. Editorial LiberFactory.

-  ARCHIVO DIOCESANO DE OSMA-SORIA. Libros de Fábrica de la Iglesia Nuestra Señora del Mercado de Serón de Nágima. (Soria).  

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana." Madrid. Editora Nacional

- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.

SAN LORENZO DE BOÓS, ROMANICO ARRUINADO Y EXPOLIADO.

  “Boós está muy centrado en las tierras de Soria y a él se llega, viniéndole

de Bayubas por un fecundo pinar que de pronto se interrumpe  

en un corte tajante para cambiar a otra especie

forestal: el enebro o la sabina, . . .”

                                                                                                      Memorial de Soria. Miguel Moreno.

Cuando decidimos realizar la visita nos encontrábamos en los primeros días fríos de febrero, concretamente en el octavo. El objetivo de nuestro viaje era Boós, una localidad con ese nombre tan extraño y que según uno de sus habitantes se trata del genitivo de buey en griego (Bous, boos).

Para llegar a esa localidad hay que tomar la N-122 en dirección a Valladolid. Ya sabíamos que, de vez en cuando, una rotonda nos reconduciría a la A-11 para que la utilizásemos “un tramito”. Así estamos. Pasado el cruce de Calatañazor y antes de llegar a Blacos, en pleno puerto del Temeroso, encontraremos a la izquierda un cruce que marca los cinco kilómetros que nos separan de Rioseco. Esa carretera, la SO-P-4046, nos llevará a ese municipio y, una vez allí, hemos de coger un desvío hacia la derecha, por la SO-P-4248. Dejaremos a un lado el campo de golf de Rioseco y al poco tiempo estaremos en Boós.

Hemos aprovechado el viaje para acercarnos al despoblado de Velasco que se encuentra en la consabida A-11, antes de llegar a El Burgo de Osma. Quedan allí los restos de una docena de casas levantadas en su día con adobe y, a veces, con ladrillo. Erguida y digna continua en pie la caja de los muros de su iglesia.

Boós es una bonita localidad que durante los siglos XVIII y XIX albergó a más de 200 personas. Fue un lugar de realengo que se constituyó en municipio con la caída del Antiguo Régimen; incluso creció durante el siglo XIX al incorporar a Valverde de los Ajos. Pero el siglo XX ha sido maldito para los pequeños pueblos y Boós, que hoy apenas alcanza la veintena de pobladores, terminó incorporándose a Valdenebro al que tampoco le sobra población, pues no llega a 100 el número de habitantes. Conserva Boós detalles curiosos: alguna casa mantiene un tejado vegetal; al lado de un espacio de juegos infantiles para niños que no están, pero que volverán los fines de semana y los veranos, encontramos una casa, de gran encanto, reconstruida con barro, adobe y madera, gracias al programa Leader. Otras casas, de estilo parecido, eran utilizadas, cuando había niños, como escuela. Una para ellos; otra, para ellas. La de niños fue comprada, según nos cuentan, por un panadero de apellido Catalina, y en el muro de levante, mirando a la iglesia, expone una placa en gratitud al maestro Hermógenes Sanz Ucero que, acudiendo a regañadientes al pueblo desde Calatañazor cuando le dieron destino, se quedó y vivió allí durante 41 años contribuyendo a la formación de niños para que rindieran con su trabajo y educación en otro lugar, seguramente lejano. Hoy sus puertas están definitivamente cerradas. En nuestro paseo por la localidad dos perras cariñosas nos acompañan, lo que no es óbice para que se peleen con los gatos que quieren robar su comida; contemplamos, por fuera, pues hoy en día resulta difícil el acceso a las iglesias, la parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, del siglo XVII pero que conserva dos canecillos románicos, uno de ellos mutilado y otro de una mujer mostrando su sexo.

Nuestro paseo se ve interrumpido por el claxon que anuncia la llegada del panadero. Es una llamada para que los pocos vecinos que hoy habitan el pueblo salgan a comprar tan preciado alimento. Dos veces por semana se produce este fenómeno que no es solo una compraventa, sino una ocasión invernal para verse con sus vecinos. No hay bar, ni iglesia, ni temperatura que invite a salir a la calle y hablar de la soledad. También resulta difícil coincidir en las labores agrícolas, pues pocos se dedican ya al regadío de ese fértil vallecito del río Sequillo que daba patatas, judías y remolacha.

Al dirigirnos hacia la iglesia de Boillos nos encontramos a la salida del pueblo con una fuente de piedra coqueta y un alargado y estrecho abrevadero. Nos acercamos a la antigua iglesia de San Lorenzo. Alrededor de ella, en tiempos pretéritos, se desarrolló un pequeño pueblo llamado Boillos. Hoy, decrépita, está rodeada, como isla, por un campo arado hasta casi sus tapias. Aseguran los pocos pobladores del pueblo que no hace ni treinta años que ellos iban de romería a esa iglesia que todavía conservaba su tejado. Nos cuentan que los niños acudían por las tardes a echar aceite al candil del Sagrario para que siempre estuviera iluminado en la ermita. Allí se celebraban tres festividades, Jueves Santo, vísperas de la Ascensión y San Lorenzo (10 de agosto), que por motivo de la cosecha era una celebración de fecha cambiante según decidía el Ayuntamiento.

Nos cuenta D. Fausto, sacerdote nacido en la localidad, que el martes antes de la solemnidad de la Ascensión se celebraba misa en San Lorenzo y se bendecían los campos; a continuación, el pueblo subía a la Cruz del Carrascal. El Ayuntamiento llevaba dos botos de vino que dejaba en el “enebro del vino” y lo repartía entre los vecinos en una especie de tazas o conchas de plata; mientras, los vecinos llevaban su propia comida.

Hoy San Lorenzo prácticamente es una ruina. Aunque las paredes siguen en pie, la techumbre no existe y en su interior las hierbas se han adueñado del espacio. Su factura es pobre, de mampostería y sillares en las esquinas. Tanto al exterior como al interior destaca ese color rojizo que nos acerca a los pueblos rojos de la Sierra de Ayllón. Se aprecian dos partes diferenciadas: una románica y otra, fruto de una ampliación realizada en el siglo XVIII, todavía más pobre; precisamente la cabecera más moderna es la que peor está soportando el paso del tiempo.

Era una iglesia de una sola nave, quizás con cabecera semicircular en la que, en el siglo XVIII, se acometió una reforma que la transformó en cuadrangular y se abrieron dos vanos con ladrillo mudéjar en la espadaña de poniente. Un arco triunfal doblado separaba la nave del presbiterio. El arco era sostenido con dos medias columnas con sus capiteles: el de la izquierda con hojas y el de la derecha con figuras antropomorfas.  Dos ventanas adinteladas con recerco de ladrillo iluminaban la cabecera, mientras que la otra, también adintelada, pero de sillería, y que milagrosamente conserva su reja de forja, iluminaba la nave desde el sur. En el muro de poniente, una ventanita de arco de medio punto y abocinada hacia el interior se encuentra tapiada. En el desbarajuste que se observa en el interior de la nave, a los pies de la misma, todavía resiste una pila bautismal muy pobre, cubierta con restos de tejas, y en el solado un gran agujero. 

Al sur se abre la puerta de entrada con arco de medio punto doblado y chambrana de nacela. Los arcos apoyan directamente en una imposta de nacela simple, careciendo de cualquier decoración. Ahora bien, si nos fijamos un poco vemos que, en el intradós del salmer de poniente, alguien esculpió un grafiti donde vemos la parrilla de San Lorenzo.

La iglesia contaba con un altarcillo presidido por una imagen de San Lorenzo y con un San Isidro, al parecer obra de Juan Martínez, artista local autodidacta. Ambas imágenes se guardan en la parroquial de la Asunción.

En septiembre de 2018, en un verano lleno de saqueos patrimoniales, el arco triunfal fue expoliado con saña, por lo que los vecinos tuvieron que colocar unos puntales metálicos para sostener el arco superior en muy difícil equilibrio. A principios de noviembre de 2018, en el marco de la “Operación Dovela”, se presentaron hasta 150 piezas recuperadas por la Guardia Civil, entre ellas se encontraban las dovelas, tambores, basas y capiteles del arco triunfal de San Lorenzo, que al parecer fueron entregadas en custodia al Ayuntamiento de Valdenebro. Esos días de septiembre el alcalde pedáneo hablaba en prensa de una posible consolidación-reconstrucción de estas ruinas. Los vecinos y vecinas con los que hemos hablado esperan ese milagro y están deseosos de que se reconstruya San Lorenzo de Boillos.

Termina nuestro recorrido en el aseadísimo pueblo de Rioseco, allí tomamos un café en el igualmente aseado restaurante los Quintanares y damos un paseo por sus calles, con la sorpresa feliz de ver en su frontón a los niños y las niñas de la escuela jugando.

BIBLIOGRAFÍA:

-  ARCHIVO DIOCESANO DE OSMA-SORIA. Libros de Fábrica de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Boós. (Soria).  

- Conversaciones con D. Fausto, sacerdote natural de Bóos.

- HERALDO-DIARIO DE SORIA; FERNÁNDEZ, Virginia: "Expolían los capiteles de la ermita de San Lorenzo en Boós". 29 de septiembre de 2018. Soria.

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana." Madrid. Editora Nacional

- Página de Facebook Soy de Boós: https://www.facebook.com/soydeboos

- SORIA NOTICIAS: "La `Operación Dovela´ rescata 150 piezas expoliadas del patrimonio cultural y religioso de la provincia". 05 de noviembre de 2018.

- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.

viernes, 19 de agosto de 2022

LAS ERMITAS DE SAN JUAN Y SANTA ANA: EXTRAMUROS DE CALATAÑAZOR.

 

 “A Calatañazor se va de bajada, y con revueltas, y a un kilómetro aparece

una ermita, la de la Soledad, al pie de un roquedal. El pueblo está

en la cima de este roquedal, y cuando llegamos arriba y

pasamos junto al letrero que pone Calatañazor, 

ya no me acuerdo de Abejar”.

                                                                    A PIE POR CASTILLA. En tierras de Soria. Josep María Espinàs

El primer día de febrero amaneció con un tiempo titubeante. Los días anteriores habían sido soleados y sin viento. El estreno del mes cubrió el cielo con algunas nubes y el frío viento, hizo que el día se presentara un tanto desapacible, aunque la mañana lo fue mejorando.

Nuestro destino, en esta ocasión, es bien conocido para tantos y tantos sorianos y para los que no lo son. Nos dirigíamos a Calatañazor por la N-122, salpicada por la A-11, hasta llegar, a un cruce a la derecha para tomar la SO-P-5026. En media hora llegamos a nuestro destino.

A Calatañazor lo rodea por el este y el sur el río Milanos, pero la localidad lo observa desde lo alto de un peñasco inexpugnable. El pueblo, que fue cabeza de la Comunidad de Villa y Tierra de Calatañazor, se convirtió en municipio al caer el Antiguo Régimen, y llegó a albergar a más de 600 habitantes en el siglo XIX. Desde entonces su población ha ido descendiendo hasta los 37 que hoy figuran en el censo. Las pedanías de Abioncillo y La Aldehuela aumentan en 14 el magro resultado. Viven de un turismo vacacional y sus establecimientos reducen sus prestaciones el resto del tiempo: «aquí los bares no te sirven café hasta el verano, aunque estén abiertos. Si quieres tomar café tienes que ir a la Venta Nueva», se queja una desconsolada vecina.

La Villa de Calatañazor contó con once parroquias, muchas de ellas extramuros. Conocemos la carta que a finales del siglo XVIII D. Ramón Bas y Martínez, párroco de la Villa, dirigió al cartógrafo Tomás López. Por ella sabemos que de las 11 parroquias, al menos siete se encontraban extramuros. En el sector norte había cuatro, de ellas se conservan en muy buen estado la Soledad, antigua de San Nicolás, la caja de los muros de San Juan y escasos restos de Santa Ana y su collación. La pujante villa crecía fuera de la muralla.

Antes de iniciar la cuesta que nos conducirá al centro del pueblo, pudimos contemplar la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, ermita románica, recuperada y que, afortunadamente, no tiene cabida en esta serie del «románico mirando al cielo», por poseer una techumbre en buen estado. Su actual propietario es el ayuntamiento de Calatañazor y no el obispado lo que, en principio, augura un mejor futuro al edificio. Es del siglo XII y, sorprendentemente, su portada se ubica al norte, seguramente porque hacia ese lugar existía en aquellos ya remotos tiempos la collación de San Juan, y porque por el norte se extendería la habitación de sus pobladores. Hoy todo ha desaparecido. Las tierras de labor ocupan lo que durante en tiempos pretéritos fueron viviendas extramuros de Calatañazor. La Soledad mira desde lo alto a San Juan. Llama la atención su espléndido ábside y unos canecillos desgraciadamente interrumpidos, junto con la cornisa en la nave, por unas obras de restauración que igualaron la altura de esta a la de la cabecera.

Siguiendo por la misma carretera, a solo unos metros, en una zona habilitada para aparcamiento, se encuentra la ermita de San Juan Bautista. El edificio entra por pleno derecho en el románico sin techo. No tiene nada de él. Sin embargo, el aspecto de lo que queda de ella es bueno, fruto de una intervención que el Proyecto Soria Románica llevó a cabo en 2010. Entonces se consolidaron las ruinas, se limpió el entorno de vegetación y se acondicionó el aparcamiento. Esas obras permitieron a las ruinas salir de la ´Lista Roja´ del Patrimonio de Hispania Nostra. Años antes, nos relata J. Antonio Gonzalo, Presidente de la Asociación Cultural Amigos de Calatañazor, hubo un proyecto de reconstrucción de la ermita en colaboración de la Asociación con el Ayuntamiento y la Asociación Tierras Sorianas del Cid. Durante aquellos años la Asociación limpió de maleza el entorno de la ermita. El proyecto pretendía realizar un aparcamiento y en el interior un centro de recepción de visitantes e información, así como una sala de conferencias. Las dificultades económicas de la crisis de 2008 paralizaron el proyecto, pero en la actualidad se sigue con la idea de una posible reconstrucción, por lo que no se descarta que en unos años el inmueble pueda tener nueva cubierta y nuevos usos.

San Juan Bautista es una pequeña iglesia, de una única nave acabada en testero recto, algo, bastante común en la antigua Comunidad de Villa y Tierra de Calatañazor. La silueta de la caja de sus muros se repite por el rural soriano. La espadaña está desmochada como las que vemos en Golbán, La Pica o la ermita de San Marcos en el despoblado de Campicerrado. Su factura pobre es de sillarejo y mampostería, como casi todas las del románico rural soriano. Únicamente en las esquinas y la portada, mirando al sur, presume de sillares.

Es una bonita portada en la que se han repuesto algunas piezas. Ésta se resuelve con un arco de ingreso de medio punto y dos arquivoltas, una lisa y otra de fino bocel, separadas por una cenefa de tallos ondulantes y rematada con una chambrana con bifolias. Todo ello apeado sobre una línea de imposta con bifolias arrepolladas. Todavía conserva la portada en su parte superior dos canzorros que sirvieron de apoyo a la cubierta de un pequeño pórtico que protegió la portada.

La cabecera es recta, muy similar a como lo sería la de San Miguel de Parapescuez, y ligeramente más estrecha que la nave. Presbiterio y ábside se cubrirían con bóveda de cañón y la nave con cubierta de madera. En su interior, las paredes estarían enfoscadas. Parte del ábside aparece ocupado por los brotes de olmo que otrora ocultaban estos restos que han sido talados. Desde allí se observan los buitres majestuosos atravesando esa llanura recorrida por el río Abión, y se escuchan las máquinas que la Diputación ha desplegado para asear las cunetas de la carretera y ofrecer una cara hermosa al turista veraniego. También este inmueble es propiedad del ayuntamiento y, sin duda, una vez consolidado, ofrece múltiples posibilidades de utilización, en verano claro está; no olvidemos que se trata de un edificio desde cuyo interior, se mira al cielo.

Una ladera al norte nos separa de otra ermita, la de Santa Ana. La pendiente de la ladera no es suficiente para eliminar nuestra curiosidad. Un poco jadeantes alcanzamos la cima donde nos encontramos con dos edificios: las ruinas de Santa Ana y el depósito de aguas. El cerro domina el espigón de Calatañazor y ofrece al viajero unas vistas únicas de la villa amurallada. En ese alto se asentó una pequeña collación y hoy podemos ver los restos de una ermita muy pequeña y casi completamente derruida. Todavía se distingue parte de la caja de sus muros con la orientación canónica y su cabecera recta. A su alrededor se esparcen montones de piedras que, en su día, seguramente, formaban parte de alguna vivienda o de la misma iglesita. Entre las piedras se adivinan trozos de tejas, ya relajadas de su labor, y empotrada en el muro sur, todavía vemos una dovela, que con total certeza formó parte de la antigua portada. Por lo que observamos en los restos, esta, como otras muchas ermitas, durante un tiempo fue ocupada como majada, apareciendo ahora el espacio como un puzle de piedras de difícil interpretación.

Aquí acabaría nuestra jornada, sin embargo, ¿se puede estar en Calatañazor y no pasear por sus calles?, desde luego nosotros no; curiosos insaciables y enamorados de su historia y de su belleza.

Así pues, recorremos su empinada calle principal y llegamos a su plaza donde se alzan majestuosas las ruinas de su castillo. No nos resistimos, y subiendo sus escaleras, ahora restauradas, alcanzamos la cumbre, y pensamos admirados, en lo que las gentes del medievo sentirían al vislumbrar, desde las alturas, las imponentes huestes que el caudillo Almanzor había desplegado en la llanura para asediar su pueblo. ¿O sólo es una leyenda? Nos da igual, somos unos románticos buscando hazañas y soñando con batallas y gestas que nos lleven a encontrar gigantes donde solo hay molinos, ¿o no? ¿Qué nos impide soñar?

BIBLIOGRAFÍA:

-  ARCHIVO DIOCESANO DE OSMA-SORIA. Libros de Fábrica de la Iglesia de Santa María del Castillo de Calatañazor. (Soria).  

- AYLAGAS MIRÓN, A. (2002): "La Villa y Tierra de Ucero en el año 1602: retrato con 400 años de antigüedad". Revista de Soria. Edita Excma. Diputación Provincial de Soria. 

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana." Madrid. Editora Nacional

- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.

 


LA ERMITA DE LA VIRGEN DE VILLAVIEJA DE UCERO, UNA RUINA CONSOLIDADA.

 

 “Ucero, que tuvo rango de villa en el medievo, es la entrada más

hermosa al parque natural del Cañón del río Lobos. Un tajo

 en la meseta que cobija excepcionales atractivos

geológicos, vegetales y faunísticos”.

                                                                                                               Corazón de roble. Ernesto Escapa.

En la entrega anterior, entretuvimos nuestros ojos y quehaceres en el castillo y la iglesia de San Juan de Ucero. Pero el pueblo y sus alrededores dan para mucho más. Esa es la razón por la que hay una segunda parte; no para explicar todas sus posibilidades, que son muchas, sino para adentrarnos y poner la lupa en otra de esas iglesias románicas abiertas al cielo, y que reciben de él el agua, la nieve, el pedrisco, el viento o el sol.


Sin duda, el lugar que ocupa esta población ha sido apetitoso durante toda la historia. El río Ucero no es una causa menor. Un río que nace arrebatador de entre las peñas de la Galiana para beberse al Lobos. Sus aguas fueron trucheras, por lo menos, hasta el siglo XIX. Ayudaría esto a la población del lugar y, posteriormente, a los aficionados a esa actividad tan paciente como es la pesca de caña. En su andadura hacia el Sur, le ayudarán en su caudal el Abión y el Sequillo, entre otros arroyuelos de estas deshumedecidas tierras. Sus aguas enriquecieron la hermosura de la catedral de El Burgo y del castillo de Osma, y de la misma forma enriquecen los regadíos de La Rasa. Agotado y disminuido se ofrece al Duero cerca de Gormaz.

No pasó desapercibido este rincón para los romanos. Se instalaron allí,  fundaron la villa de San Martín de Ucero y dejaron para la posteridad una preciosa y sorprendente canalización. Recogieron el agua, mediante un canal, en el lugar donde las aguas eran más puras, es decir, en el nacimiento del Ucero, y la trasportaron por dicho canal 18 kilómetros hasta llegar y abastecer a Uxama. Para ello no dudaron en excavar túneles como el cercano a Ucero, llamado la Cueva de la Zorra, de 133 metros de longitud y con aperturas de iluminación y control (pozos de ataque). Otra obra de ingeniería a la que nos tienen tan acostumbrados aquellos ingenieros romanos.

Hoy el municipio, porque municipio es desde el siglo XIX, ocupa mayormente una leve ladera en la margen derecha del río, aunque también en la margen izquierda extiende algunas viviendas y servicios. Bien cuidado y regado, además de por el río, por el dinero que atrae el Cañón. Dominando las alturas del pueblo se encuentra la iglesia de San Juan, deudora de la antigua, ubicada cerca del castillo. Camino de la ermita de Nuestra Señora de Villavieja, nuestra fortuna nos lleva por una calle en la que Segundo, un vecino del pueblo, toma tranquilamente el sol. Con amabilidad, con esa amabilidad de quien tiene poca oportunidad de hablar, nos cuenta que tiene 6 gatos. -¿Saben ustedes para qué?-, nos pregunta. Ha corrido tan rápido el tiempo que los mayores desconfían de la sabiduría de quien tiene pocos años menos que ellos. Efectivamente, Segundo y sus gatos han acabado con los ratones merodeadores. Sistema este inteligente que desde centenares de años usan en muchos monasterios para proteger los incunables que se recuestan en sus estanterías. Reparamos en una gran tinaja sobre un colador de madera, próxima a la puerta de su casa. En ella, antaño, se lavaba la ropa y por una ranura salía el agua sobrante. Hoy, que están tan de moda los reciclajes, la vasija hace de maceta. A Segundo, la edad, los achaques y los médicos le han prohibido beber vino. -¿Para qué ir entonces al bar?-.

No pasó desapercibido este rincón para los romanos. Se instalaron allí,  fundaron la villa de San Martín de Ucero y dejaron para la posteridad una preciosa y sorprendente canalización. Recogieron el agua, mediante un canal, en el lugar donde las aguas eran más puras, es decir, en el nacimiento del Ucero, y la trasportaron por dicho canal 18 kilómetros hasta llegar y abastecer a Uxama. Para ello no dudaron en excavar túneles como el cercano a Ucero, llamado la Cueva de la Zorra, de 133 metros de longitud y con aperturas de iluminación y control (pozos de ataque). Otra obra de ingeniería a la que nos tienen tan acostumbrados aquellos ingenieros romanos.

Hoy el municipio, porque municipio es desde el siglo XIX, ocupa mayormente una leve ladera en la margen derecha del río, aunque también en la margen izquierda extiende algunas viviendas y servicios. Bien cuidado y regado, además de por el río, por el dinero que atrae el Cañón. Dominando las alturas del pueblo se encuentra la iglesia de San Juan, deudora de la antigua, ubicada cerca del castillo. Camino de la ermita de Nuestra Señora de Villavieja, nuestra fortuna nos lleva por una calle en la que Segundo, un vecino del pueblo, toma tranquilamente el sol. Con amabilidad, con esa amabilidad de quien tiene poca oportunidad de hablar, nos cuenta que tiene 6 gatos. -¿Saben ustedes para qué?-, nos pregunta. Ha corrido tan rápido el tiempo que los mayores desconfían de la sabiduría de quien tiene pocos años menos que ellos. Efectivamente, Segundo y sus gatos han acabado con los ratones merodeadores. Sistema este inteligente que desde centenares de años usan en muchos monasterios para proteger los incunables que se recuestan en sus estanterías. Reparamos en una gran tinaja sobre un colador de madera, próxima a la puerta de su casa. En ella, antaño, se lavaba la ropa y por una ranura salía el agua sobrante. Hoy, que están tan de moda los reciclajes, la vasija hace de maceta. A Segundo, la edad, los achaques y los médicos le han prohibido beber vino. -¿Para qué ir entonces al bar?-.


El libro de Fabrica de San Juan Bautista de Ucero (1807-1861) nos ayuda a la interpretación de la cabecera y de la estela. Por él sabemos que la iglesia, ya convertida en ermita, se encontraba arruinada en 1859. El párroco Blas Peñacoba dirigió una súplica al Obispo de la Diócesis de Osma, en la que solicitaba permiso para reedificar la ermita de Nuestra Señora de la Villa Vieja. Al parecer el vecindario adeudaba una importante suma de dinero a la Iglesia desde 1848, así como otra deuda al anterior párroco de la Villa,  José Guerra, por lo que Blas Peñacoba, viendo que el pueblo no podía hacer frente a la misma sin caer en la ruina, acordó con el vecindario que se devolviera la deuda con jornadas de trabajo y con el transporte a pie de obra de todos los materiales necesarios para su reedificación.  Don Blas afirmaba que el pueblo profesaba una gran devoción a esta imagen y estaba convencido de que con ayuda del pueblo y con el importe de unas ventas del horno (de miel), la ermita se reedificaría sin que fuera muy costoso a los lugareños. El Obispo, Vicente Hornos San Martín concedió su permiso en septiembre de 1859.

Fue entonces cuando se rehízo la cabecera y quizás el alero. El ábside, hoy recto, pudo ser semicircular en el pasado. Estos edificios estuvieron vivos y soportaron estoicamente tantos cambios como los tiempos y los humanos requerían.  Ese ábside es de la misma anchura que la nave. En él se van a reutilizar materiales del viejo templo, así podemos ver en la esquina nororiental una imposta ajedrezada que pudo formar parte de una cornisa. Además, en el sector Sureste un sillar acoge una decoración singular: un sogueado cuadrado tiene en su interior una especie de corona de zarcillos, una composición en la que el investigador Jaime Nuño González creyó ver “un cierto aire musulmán”. El interior se encuentra dominado por la maleza y las sabinas. Los muros, que combinan partes románicas con otras postmedievales,  aparecen enfoscados con una capa de yeso.

Los problemas de la cabecera no se solucionaron con la reedificación de 1859, pues en 2016 la Parroquia de Ucero se verá obligada a consolidar estas ruinas. Es entonces cuando fueron retirados los elementos susceptibles de desprendimiento de las partes superiores (tejas y piedras) y, se colocó un anclaje longitudinal en la parte Este de la crujía abrazando los dos muros mediante una escuadra a base de perfiles metálicos; además se consolidaron los muros con una albardilla de hormigón. Fue en ese momento cuando se retiró la estela medieval, dejando un vacío en el alero, que el viajero busca sin encontrarlo. Una réplica de la misma hubiera satisfecho al curioso viandante.

Para Jaime Nuño González, las características de este edificio son complejas, pues contiene elementos del románico, pero también otros que tienen un aire musulmán y otros muchos que lo asemejan al mundo prerrománico, proponiendo una datación para las décadas 1060 o 1070. La complejidad del edificio, que podría ser uno de los más antiguos de la provincia, debería ser suficiente razón para su reparación con una nueva cubierta y para un estudio arqueológico que dé luz al desconocimiento que los especialistas dicen tener. Estamos seguros, sin embargo, que ese desconocimiento es mayor entre aquellos que, por haberla usado, deberían conocerla y protegerla.

BIBLIOGRAFÍA:

-  ARCHIVO DIOCESANO DE OSMA-SORIA. Libros de Fábrica de la Iglesia de San Juan Bautista de Ucero. (Soria).  

- AYLAGAS MIRÓN, A. (2002): "La Villa y Tierra de Ucero en el año 1602: retrato con 400 años de antigüedad". Revista de Soria. Edita Excma. Diputación Provincial de Soria. 

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana." Madrid. Editora Nacional

- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.