sábado, 14 de enero de 2023

La antigua parroquial del despoblado de Canos, hoy Canos Caído



 LA ANTIGUA PARROQUIAL DEL DESPOBLADO DE CANOS, HOY CANOS CAÍDO.

 “Despoblado situado en el actual término de Canos, 700 m. al Este; los  restos, muy visibles, son llamados Canos Caídos, y, al despoblarse,  su nombre fue tomado por la aldea de Cornejón, que corresponde al actual de Canos”.

Las Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura castellana. G. Martínez Díez

Era 25 de octubre de 2022, y el calor seguía prolongando el verano en toda la Península. Estas altas temperaturas y la falta de lluvia terminaban siendo noticia alarmante en todas las tertulias, vinieran de donde vinieran. En esas condiciones preocupantes, amaneció ese día aunque este fue amenazando con una lluvia deseada que, al final, no se produjo. Así nos dirigimos por la SO-P-1001 hacia Renieblas, ese pueblo que tanto nos transporta a los campamentos romanos y al mundo celtíbero. Allí, nos desviamos a la derecha por la SO-P-1208 pues nuestra primera parada era Aldehuela de Periáñez.

Aldehuela de Periáñez es una localidad siempre aseada. Pasear por ella es siempre gratificante: su cuidado ayuntamiento, presidiendo una hermosa plaza que limita con un frontón recién pintado, sus hermosas escuelas, en las que ningún niño estudia, la iglesia de San Juan Bautista y el lavadero proporcionan al paseante una grata sensación.

Abandonamos Aldehuela y nos dirigimos, por la SO-P-1212, a Canos.  Seguimos esta carretera, pues queremos localizar desde ella los restos de la antigua parroquial de Canos Caído, bastante visibles desde la vía.  Detenemos nuestra marcha y fotografiamos, desde la lejanía, sus ruinas, escondidas entre encinas y quejigos. Canos es una localidad con media docena de casas, que se integra en el ayuntamiento de Aldehuela. No encontramos a nadie por sus escasas calles; solo gallinas y unos perros, dan vida al lugar. Tiene sin embargo la localidad una gran iglesia renacentista de la Visitación de Nuestra Señora, que nos llama la atención por el contraste de tamaños entre el pueblo y su iglesia. El interior alberga una pila bautismal románica que bien pudo llegar desde el despoblado de Canos Caído. Las imágenes y objetos de más valor, susceptibles de ser robados, se custodian en la iglesia de Almajano. Las joyas de la iglesia de Canos constituyen un auténtico museo. D. Feli, su párroco, cuida con mimo y mucha pasión su interior. El día del funeral de nuestro amigo José María Martínez Laseca nos explicó, con todo lujo de detalles, lo que allí contenía, y cómo las imágenes de Canos se llevaban al pueblo el día de la fiesta. 

El Canos actual no siempre se llamó así, su nombre anterior era el de Cornejón. Lo que hoy conocemos como Canos Caído y Cornejón eran dos pueblos, pero el primero se despobló y Cornejón, abandonando su nombre, tomó el de Canos, quedando para el paraje que aquel ocupó el de Canos Caído. Ambos lugares pertenecieron a la Comunidad de Villa y Tierra de Soria y dentro de ella al sexmo de San Juan. Nuestros pasos se dirigen hacia Canos Caído a través del Camino del Colmenar, un lugar limpio que recorre la parte baja de la Sierra del Almuerzo. El camino, entre encinas y quejigos, deja a un lado un pozo con brocal monolítico y nos conduce al importante colmenar, aunque en él, debido a lo avanzado del otoño, hay poca actividad. Tal vez esta es la razón de su fácil tránsito. Ascendiendo un tanto encontramos los restos, escondidos entre las encinas, de lo que en su día fue la localidad de Canos y ahora es Canos Caído.

Allí, rodeados de vegetación, aparecen los restos de la iglesia románica que buscamos. Subidos al muro sur podemos ver las vistas impresionantes al fértil valle del río Chavalindo, el torreón de Torretartajo y, mimetizada con el paisaje, la iglesia románica de Tartajo, que, en el pasado, fue majada o taina.

Despoblado Canos, la iglesia y sus antiguos inmuebles fueron reconvertidos en cantera para nuevas construcciones. Ya en el vuelo americano de 1956 sólo se pueden apreciar los restos de la iglesia; del antiguo pueblo, nada, solo al norte de la iglesia solares sin arbolado. Los restos que hoy contemplamos nos remiten a una construcción sólida pues, a pesar del saqueo, todavía se yerguen con altivez sobre el joven encinar.

El edificio es representativo del románico rural soriano con nave única y cabecera individualizada con tramo recto del presbiterio y ábside semicircular, levantada con mampostería y refuerzo de sillares en vanos y esquinas. El ábside se cubrió con bóveda de cuarto de esfera, conservando el arranque de esta, así como la línea de imposta, y el presbiterio con bóveda de cañón apuntada; mientras que la nave lo hizo con techumbre de madera a dos aguas. Adosado al muro norte de la cabecera todavía conserva gran parte de la espadaña, una singularidad de esta iglesia. Esa disposición es única en el románico soriano y quizá tuvo que ver con la disposición del antiguo poblado.  El muro de la espadaña se levanta por encima de las encinas y es visible desde la carretera. Además de los muros del ábside y de la espadaña, todavía destacan el muro norte y el occidental, mientras que el meridional ha sido más saqueado, distinguiéndose todavía un sillar de la antigua portada. El ábside y la espadaña, a una altura elevada, conservan una cornisa en chaflán, que en el caso de la espadaña, se decora con una media caña o acanaladura.

El interior está totalmente colonizado por encinas, zarzamoras y rosales silvestres, por lo que es difícil acceder. Con cuidado entramos y observamos cómo en el espacio absidal todavía se conserva parte del enlucido con pincelado de línea simple en rojo que simula un despiece, tan típico de tierras sorianas. Al exterior no se observa la ventana absidal, pero por dentro se intuye dónde pudo estar. En el lugar en el que estuvo la ventana del presbiterio, se ha extraído tanta piedra que hoy parece el hueco de una gran portada.

Quizás lo más interesante de estas ruinas se halla en el lado de la epístola, donde confluye la nave con el presbiterio, en la que todavía se aprecian los restos de una imposta y el comienzo de una bóveda. Estos restos, que no aparecen en el lado del evangelio, podrían corresponder a un nicho o baldaquino muy similar al que podemos ver en la cercana iglesia de Santo Domingo de Guzmán de Fuentelfresno. Lo que si se aprecia en el muro del lado del evangelio es una roza en arco que podría pertenecer a un arcosolio o a un retablo incrustado en el muro.

La última gran extracción de piedra se produjo a finales de la década de los cincuenta del pasado siglo, cuando se extrajeron los mejores sillares para la construcción de la nueva escuela de Cirujales del Río. Algo bastante normal en aquellos años. También por esos años se debieron desmontar las semicolumnas que soportaron el arco de gloria, y sus capiteles fueron vendidos en Soria y depositados en el Hotel Leonor de la capital. Estos están tallados en tres de sus caras y la otra está preparada para ser empotrada en el muro. Tienen decoración vegetal con dos filas de toscas hojas de acanto rematadas en bolas, y otras, en pequeños rizos.

Esta última extracción legal nos lleva a visitar Cirujales del Rio, lugar de nacimiento de D. Nicolás Rabal. Allí nos encontramos con Jaime, quien nos cuenta que, efectivamente, con carros tirados por caballerías, se transportaron en 1957 las mejores piedras desde Canos Caído a Cirujales. Allí están, orgullosas, con la misma cruz, firma de cantero que se puede ver en Canos Caído, sujetando los muros de la escuela, que ahora es el bar social de Cirujales. A estas marcas de cantero, se añaden dos nuevas, más trabajadas, que representan una especie de tridente. La nueva escuela se construyó enfrente de la que había sido vivienda de Nicolás Rabal, y en el muro podemos ver una placa que recuerda al insigne profesor e historiador. Casi dos décadas después se cerraría definitivamente la escuela. Jaime, que había sido albañil, nos guía por el pueblo y nos enseña los mejores dinteles y las mejores viviendas y nos ilustra con su saber.

Terminamos la mañana con un café en Almajano, junto a la Casa Fuerte de los Salcedo conocida como “El Real de Almajano” recordando a nuestro querido compañero José Mari.

Sin lugar a duda, el entorno de Canos Caído es singular y una consolidación de estas ruinas, unidas a una limpieza, añadirían un gran valor al lugar, a la par que se podrían constatar determinadas hipótesis que hoy nos planteamos. Si nada se hace, la naturaleza engullirá el lugar, pues los expoliadores ya no tienen nada que extraer.

BIBLIOGRAFÍA:

-  BLASCO JIMÉNEZ, Manuel (1888): “Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico y descriptivo de la provincia de Soria”. Valladolid. Ámbito Ediciones.

- LOPERRÁEZ CORVALÁN, J. (1788) “Descripción histórica del Obispado de Osma: con el catálogo de sus prelados”. Madrid. Web: Biblioteca Digital Hispánica. Consultada el 16/08/2022

- MADOZ, Pascual (1993) “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de Castilla y León. Soria”

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana". Madrid. Editora Nacional

-- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.

SAN MILLÁN DE BORQUE, EL ROMÁNICO OLVIDADO

 

SAN MILLÁN DE BORQUE, EL ROMÁNICO OLVIDADO.

 Entre Serón de Nágima y Maján, en tierra ya casi rayana con Aragón, se asienta Velilla de los Ajos. A este lugar se accede desde Gómara o desde Almazán. Velilla tiene un despoblado, Borque, […] hay restos de habitación en torno a la ermita de San Millán, de estilo románico rural, […] con figurillas adosadas al arco absidal y todavía pueden verse los restos de un torreón o atalaya […]. A la ermita acudían los velillenses en romería para pedir agua de esta guisa: `Si la atmósfera presenta/malas nubes tormentosas/conviértalas, San Millán/en lluvias beneficiosas´”.

El lado humano de la despoblación. Isabel Goig Soler

Era un 14 de junio y aunque no habíamos alcanzado el verano, el calor era anormalmente exagerado. El día se había sumergido en una “ola de calor” que invitaba poco a realizar salidas, a pesar de ello, nos dirigimos a Velilla de los Ajos buscando el despoblado de Borque.

Para llegar allí hay que tomar la N-234, dirección Almenar. Una vez en esta localidad hemos de desviarnos a la derecha, por la SO-340 hacia Serón de Nágima. Desde allí cogemos un desvío a la derecha para coger la SO-P-311 que nos llevará hasta Velilla de los Ajos. El camino de la Fuente, que se encuentra en buen estado, nos conducirá hasta el despoblado de Borque.

Velilla de los Ajos se asienta en el vértice que forman los arroyos de Valdevelilla y de los Caños de Borque. Estos contribuyen a hacer de estas aguas el río Carraserón, que al poco de crearse desemboca en el Nágima que lleva sus aguas al Jalón. Velilla fue poblado, tal vez, en el siglo XII, cuando el rey aragonés, Alfonso I el Batallador, repobló las tierras de Almazán.  Se organizó un territorio constituido en Comunidad de Villa y Tierra, en la que estaba presente Velilla de los Ajos. Poco después, y en ese mismo siglo XII, el territorio pasó de Aragón a Castilla. Desde la caída del Antiguo Régimen es municipio, y llegó a contar con más de 300 habitantes. Hoy, en el censo de 2021, solo aparecen 19, aunque se trata de esos pueblos que aumentan considerablemente su población durante el período estival en el que sus emigrantes vuelven al hogar de antaño, a reencontrarse con seres queridos y amigos de la infancia; sobre todo en las fiestas en honor a San Antonio de Padua, trasladadas a agosto, y durante la Semana Santa, fechas en la que la Asociación Cultural San Millán organiza su Semana Cultural.

En Velilla nos esperaba la amabilidad de sus gentes. Aguardaban nuestra llegada gracias a la intermediación de Rocío, José Antonio Yubero, Sara, Jesús Crespo y Araceli. Bajo la sombra de los árboles, nos hablaron de la fuente, obra del cantero Esteban Ruiz, rematada, en 1953, por un gran sillar escalonado, y de las carreteras que se realizaron en los años de la postguerra. Hablaban con tristeza del abandono al que someten a estos pueblos tanto los bancos como los políticos.

José Antonio vive en Zaragoza, pero desde la pandemia, Sara, su esposa, y él alegran con su presencia y amabilidad las calles de este pueblo. José Antonio conoce y recrea las tradiciones del pueblo, así como los años en que fue construida cada una de las casas, casi todas de inicios del siglo XX. “Había competencia entre los albañiles y marcaban el año de su construcción en el dintel” dice.

Jesús trabajó en Logroño, en Lanas Pingouin Esmeralda. Después de luchar contra la enfermedad y, ya jubilado, se ha instalado en el pueblo con su esposa Mª Jesús. Mantiene 6 ovejas y durante un tiempo se dedicó a la apicultura. José Antonio y Jesús nos acompañaron al despoblado de Borque.

El paisaje es de cerros desnudos, habitados por vegetación baja o agrícola, apenas hay árboles. Se accedía a los terruños de la vega a través de una “calleja”. El agua de los “Caños de Borque” las regaba para que produjeran hortalizas y legumbres. Jesús nos enseña a leer el monte bajo: ajedrea, diente de león, tomillo salsero, barbacabras; la mayoría aromatizantes. Sobre un pequeño promontorio, aparecen los restos de la ermita de San Millán. Debió de ser la iglesia del poblado de Borque, que se abandonó en el siglo XVI. Vigilando el despoblado perviven los restos de una atalaya musulmana, que mantenía contacto visual con la de Maján, y ambas defendían los accesos desde la depresión del Ebro a la cuenca del Duero. Alrededor de la torre se ve la base de muros y un aljibe excavado en la roca, que curaría la sed de sus habitantes.

San Millán fue un pastor que optó por retirarse a una cueva de la sierra de la Demanda durante 40 años. Conocedor de este hecho, el obispo de Tarazona, Dídimo, lo nombró sacerdote de Berdejo. Pero, pasado el tiempo, el eremita decidió volver a la soledad y se apartó a unas cuevas donde posteriormente se construiría el monasterio de Suso, allí murió a los 101 años.

Esta antigua iglesia del despoblado de Borque, dedicada a él, tenía una única nave y estaba edificada en mampostería de caliza arenisca, con refuerzo de sillares en esquinas y vanos. Propiamente románica solo es la cabecera, puesto que, en un momento indeterminado del siglo XVII, quizás por problemas en la construcción, la nave se reconstruyó con muros más delgados de mampostería menuda, a la vez que era estrechada, aunque conservando los arranques de sillería de la antigua nave, los cuales la separaban del presbiterio. Esta reforma descentró la cabecera. En el lado meridional se adosaron varios habitáculos, que no se comunican con el interior, y que pudieron servir de sacristía y, al menos, uno de ellos de cuadra para acoger el caballo del párroco en tiempos de romería.

La cabecera es potente, sólida y de plena factura románica, en ella el ábside se prolonga abiertamente por el tramo recto del presbiterio sin diferenciarse, como vemos en Golbán. Esta cabecera, como el resto de la iglesia, se encuentra abierta al cielo. Pudo estar abovedada, si bien los restos de madera que se ven desde el interior nos hablan de una reforma en la que se pudo sustituir la bóveda por una estructura de madera. La nave, como en la mayoría del rural soriano, se cubrió con techumbre de madera. Dos pequeñas saeteras con recerco de sillares la iluminaban. En el centro del ábside, la saetera, hoy cegada, y abocinada hacia el interior en buena sillería, se agrandó hacia el solado hasta convertirse en hornacina que habría de acoger la imagen de San Millán. En el presbiterio, la otra ventana, con buena sillería, es muy abocinada e iluminaba el espacio. Todo el interior estuvo recubierto con un enfoscado de cal y arena en el que se grabó y pintó un falso despiece, del que se conservan varios retazos.

El arco triunfal llama poderosamente la atención del viajero. Es muy cerrado y de gran espesor. En una de las dovelas del lado norte aparece un alto relieve de un cuadrúpedo de larga cola que apresa con sus patas delanteras y sus fauces una especie de cabeza. El arco descarga sobre una imposta de nacela, decorada en cada lado con cuatro figurillas enigmáticas que cruzan sus brazos sobre el pecho. Todo ello soportado por dos pilastras en las que se han tallado dos semicolumnas separadas por un bocel y con capiteles simulados. Casi con toda seguridad, cuando se acometió la reforma, en el paño del lado del evangelio se abrió un pequeño arco, al que se llegaba por unas escaleras y que daría acceso al púlpito, hoy desaparecido.

Un saúco crece en el lugar en el que se encontraba un altar monolítico, como el que todavía se ve en las ruinas de San Bartolomé de Villabuena, y que hoy forma parte de una fuente de la localidad; mientras que muchas baldosas del solado original se utilizaron para completar las del horno.

Al exterior, la cornisa que recorre la cabecera es de muy buena sillería con decoración de listel y nacela, soportada por buenos canecillos también de nacela. En el lado norte ya se ha desprendido parte de la cornisa, y, al menos, dos canecillos están custodiados en la parroquial de San Antonio.

José Antonio recuerda haber subido al coro y la existencia de techumbre. Hoy está abierta al cielo y sirve de refugio al alcotán. Por encima de los mechinales que soportaron el coro alto se abrió una ventana adintelada, hoy cegada, pero que en el pasado acogió un campanillo.


Hoy estos dignos restos merecen al menos una consolidación, para perpetuar la memoria del lugar de nuestros antepasados y recordar que también estos lugares humildes fueron “fruto de la fe de sus pobladores”.

José Antonio y Jesús nos cuentan que el día de San Millán, la víspera de la Ascensión, se llevaba al santo desde el pueblo a la ermita. Eso lo hacían sus abuelos; sus padres dejaron de hacerlo y a ellos sólo ha llegado el conocimiento.

Corría una leyenda de que el Tío Simón de Maján, que servía en Bliecos, cuando se dirigió en una ocasión a su pueblo, le sorprendió una tormenta y se refugió en la puerta de la ermita. Al apoyarse se abrió y aprovechó la ocasión para hacerse con la imagen de San Millán y llevarla hacía su pueblo, pero el Santo no quiso pasar del mojón, así que allí se quedó hasta que fue rescatado por labradores de Velilla que devolvieron el Santo a su iglesia.

Para acabar la entrañable jornada, Araceli nos enseñó la Iglesia parroquial de San Pedro, perfectamente conservada. Más descuidado está el antiguo cementerio anejo. A la salida de la iglesia estaban las andas, para conducir a los difuntos más pobres a ese cementerio.

Culminamos la visita con un refrigerio en casa de Sara, decorada en sus paredes con los dibujos de sus nietos, los saludos de Mª Jesús, esposa de Jesús, y sendos botes de espléndida miel. Sin duda lo mejor de estas tierras, sus gentes.

 

BIBLIOGRAFÍA:

- ARCHIVO DIOCESANO DE OSMA-SORIA. Libros de Fábrica de la Iglesia de San Pedro de Velilla de los Ajos. (Soria).  

- CARRIÓN MATAMOROS, Eduardo (2001): Historia de El Burgo de Osma. Edita Ayuntamiento de El Burgo de Osma, Imprime Gráficas Ochoa, Soria.

-  BLASCO JIMÉNEZ, Manuel (1888): “Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico y descriptivo de la provincia de Soria”

-GOIG SOLER, Isabel (2002): “El lado humano de la despoblación”. Soria. Centro Soriano de Estudios Tradicionales. Los libros del Santero nº4.

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana". Madrid. Editora Nacional

- MINGUELLA Y ARNEDO, Fray Toribio (1910): “Desde los comienzos de la diócesis hasta fines del siglo XIII.” Volumen I-III. Madrid, Imprenta de la «Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

- SORONDO, J.L. DE (1997): “Censo de ermitas de Soria”. Diputación de Soria. Colección Temas Sorianos, nº 35

- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.

SAN PEDRO EL VIEJO, EL ROMÁNICO SAQUEADO

     SAN PEDRO EL VIEJO, EL ROMÁNICO SAQUEADO            

 A Sarnago se llegaba bordeando, las vigilantes ruinas de San Pedro el Viejo. Un complejo    monástico del siglo XII, tradicionalmente atribuido a la orden del Temple y que, a la vista de las ruinas, tan tambaleantes y vergonzosamente olvidadas hoy como entonces, debió de ser de una gran importancia ya que se conservaban las trazas de tres cabeceras absidales, restos de pinturas románicas al fresco de caballos y una torre, atalaya de toda la comarca, […]”.

Soria en Seiscientos. Javier Martínez Romera

Los sorianos conocemos sobradamente el camino que hay que recorrer para llegar a San Pedro Manrique. Puede que ese no sea el caso de algún lector atrevido que desee adentrarse en este inagotable mundo del románico que mira al cielo, y quiera visitar los inquietantes paisajes que rodean a dicha población.

La N-111 nos llevará hasta Garray. Atravesado el pueblo debemos desviarnos a la derecha para tomar la SO-615. Recorreremos unos veinte kilómetros y, a la altura de Oncala, veremos un cruce que nos señala cómo llegar a San Pedro Manrique por la SO-650. Una vez allí no es difícil ver, hacia el sur, dominador y ruinoso, el antiguo convento de San Pedro el Viejo.

Realizamos el viaje a finales de abril, con un tiempo frío. En la carretera todavía podíamos ver la nieve y esos estremecedores montes pelados y ondulados en inacabable visión. Sin embargo, a pesar del frío o de la nieve, se hacía presente también la primavera, y los pocos árboles que adornan los laterales de la carretera, la lucían con sus flores blancas colgadas de sus ramas.

En estas tierras, regadas por el río Linares, que lleva sus aguas al Alhama y este, al Ebro, ya hubo presencia humana desde la antigüedad. Los cristianos la conquistaron a los musulmanes y fue durante el período de la Mesta cuando se produjo su momento más dulce y de mayor riqueza. Llegó entonces San Pedro a albergar hasta 4.000 habitantes, y su comercio de lana tenía carácter internacional.

San Pedro Manrique constituye un ejemplo especial en nuestra provincia. Se constituyó como municipio en el siglo XIX, y desde entonces ha sido un centro comarcal que ha ido asumiendo la integración de muchas otras localidades, que se han despoblado, caso de Acrijos, Armejún, Buimanco, El Vallejo, Fuentebella, Peñazcurna, Valdelalvilla, Valdemoro, Vea y Villarijo; o han perdido tanta población que han dejado de ser municipio, como Las Fuentes, Matasejún, Palacio de San Pedro, Sarnago, Taniñe, Valdenegrillos o Ventosa de San Pedro. Esperemos que en el futuro estos centros comarcales sigan existiendo y dando servicio a estos habitantes dispersos por nuestros viejos y perdidos pueblos. San Pedro Manrique es de los escasos municipios sorianos que en el último censo ha crecido. Está todavía lejos de los 950 habitantes que tuvo a mediados del siglo XX, pero ha pasado de los 588 de 2014, a los 655 en 2021. La localidad se ha hecho famosa por su espectacular paso del fuego, las únicas fiestas tradicionales de la provincia declaradas de Interés turístico internacional, y por las móndidas.



Al sur de la población, cruzado el río Linares, en lo alto de uno de los cerros, se aposenta lo que queda de San Pedro el Viejo, vigilando desde las alturas la Villa de San Pedro Manrique. Para llegar hay que elevarse por una senda empinada que deja a su lado izquierdo una cantera activa en la que vemos maquinaria pesada y hombres eligiendo lajas de caliza y colocándolas en palés. Son el mismo tipo de piedras con las que se construyó San Pedro el Viejo y es posible que, en estos momentos, esas piedras de la iglesia luzcan en algún otro edificio, pues el expolio que ha sufrido es espectacular. Tal es así que este hecho, sumado al abandono, haya dejado a San Pedro en una situación de auténtica ruina. La vieja torre desdentada desde la lejanía tiene apariencia de fortaleza, quien sabe si cristiana o musulmana. Todo el conjunto, adquirido por el actual propietario hace más de medio siglo, se encuentra cercado con alambre de espino y generalmente sembrado de cereal, y el rastrojo es aprovechado por las vacas serranas negras sorianas de su propietario.

Las vistas desde allí son espectaculares y estremecedoras. Se trata de un monasterio que se atribuye a los monjes templarios sin datos que lo certifiquen. Sí que está probada la existencia de un monasterio en el siglo XIII, pero se desconoce quiénes eran sus pobladores. Según leemos en el Blog “La Otra Soria” de Cándido Las Heras, en el Avisador Numantino de 18 de mayo de 1902, el periodista Tómas Osácar escribe sobre estas ruinas: “Cuenta la tradición que fue convento de Templarios; lo que sabemos es, por buenas referencias, que a finales del siglo XVIII y principios del XIX, del convento de Fitero (Navarra) venían frailes a este monasterio a pasar el noviciado”. Por lo tanto, durante los siglos XVIII y XIX este monasterio fue dependiente del Monasterio cisterciense de Santa María la Real de Fitero, y debía de encontrarse en buen estado. Existe una creencia de que existía una galería subterránea desde el monasterio hasta la Cerrada de los diablos, junto al río Linares, con la función de escapar o conseguir agua.

Don Juan Cabré Aguiló fotografió estas ruinas a principios del siglo XX. En esa imagen se aprecia que los principales elementos del antiguo monasterio ya habían desaparecido. Desde entonces, pequeños robos y el paso del tiempo han hecho su labor.  Quedan allí los restos de la iglesia románica del siglo XII, así como las ruinas de una dependencia monacal en el costado meridional de la iglesia, y montones de piedras. Su construcción se dispuso en sillarejo en la cabecera y la torre, menos costoso que el sillar. Se levantaron tres naves con lajas de caliza, la del centro, posiblemente anterior y de doble anchura que las laterales, que se cubrieron con bóveda de cañón ligeramente apuntada. La tradición oral cuenta que la portada del sur se desmontó y se trasladó a Nueva York para ser contemplada y apreciada por quienes carecen de los bienes que nuestra sociedad desprecia. En la actualidad se desconoce el paradero de la portada, sin duda notable, cuyo hueco permanece en el lugar.

La nave del evangelio tiene cabecera cuadrada cubierta con bóveda de cañón apuntada. La de la epístola culmina en una torre cuadrada que estaría dividida en pisos, con forjados de madera, hoy perdidos. Podemos distinguir dos pisos para campanas, separados por una imposta de chaflán, con un vano por cada lado; el inferior con arcos ligeramente apuntados, algunos cegados, y sobre montados sobre unos vanos anteriores; mientras que el superior lo hace con arcos de medio punto, algunos decorados con baquetones. En lo alto quedan los cuatro huecos del campanario, así como dos de las cuatro ménsulas que soportaban la bóveda de crucería que cerraba el piso superior, tal como se puede ver en la torre de San Miguel de Yanguas. La nave central, dividida en cuatro tramos, acaba en una cabecera con presbiterio recto cubierto de bóveda de cañón y un ábside semicircular cubierto con bóveda de cuarto de esfera, que apoyan sobre una sencilla imposta de chaflán. Este espacio era iluminado a través de dos saeteras; una en el centro del eje absidal y otra en el muro sur del presbiterio, que darían la escasa luz necesaria a estos habitáculos. En el presbiterio todavía se conserva una graciosa credencia, lugar para albergar objetos religiosos, cuyo arco de medio punto también ha sido saqueado. Todo el espacio estuvo enfoscado y decorado con pinturas murales, que hoy apenas se pueden adivinar.

La cabecera y la torre son los espacios que mejor han resistido el saqueo y el transcurrir del tiempo. Al exterior vemos cómo el ábside se apoya sobre un zócalo con una hilera de sillares decorada con fino bocel y filete, al que le faltan algunas piezas. El ábside se dividía en tres paños con dos columnas adosadas y sendos arcos, de los que solo restan las llagas. Tampoco queda nada de la decoración de la ventana absidal de la que desaparecieron columnillas, capiteles y dovelaje, permaneciendo in situ las impostas desde las que volteaba el arco. Idéntica suerte corrieron los sillares que reforzaban las esquinas y la saetera del presbiterio.

El museo Frederic Marès de Barcelona acoge la pieza mejor conservada de este edificio: una talla de madera de la Virgen con el Niño, del círculo de Gil de Siloé, de la que desconocemos cómo llegó a ese lugar.

A la soledad de este recinto, la acompaña un paisaje desolador, lunático, que encoge el alma y estimula a pensar y a interiorizar nuestros pensamientos y sentimientos. La soledad y el abandono son los compañeros permanentes de este antiguo monasterio.

 

BIBLIOGRAFÍA:

- ANDRÉS GARCÍA, Lidia; POSTIGO ESCRIBANO, Vidal (1996): Sobre ermitas, templos y religiosidad popular en Tierras Altas. Revista de Soria IIª época, nº 15.

- Archivo Histórico Provincial de Soria:  "Informe de las pinturas existentes en la derruida iglesia de San Pedro Manrique". Caja 5.335

-  BLASCO JIMÉNEZ, Manuel (1888): “Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico y descriptivo de la provincia de Soria”

-  LAS HERAS, Cándido: Ruinas del convento de San Pedro el Viejo. San Pedro Manrique,

artículo de su web Otra Soria consultado el 22/10/2022.

- LORENZO ARRIBAS, Josemi (2019): “Románico romántico. Apuntes de la provincia de Soria”. Soria. Millán y Las Heras Editores.

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana." Madrid. Editora Nacional

- SAN MIGUEL, Miguel A. y VASCO, Jesús Mª. (1999) “San Pedro Manrique. Fuego, sendero y fiesta”. Edita: Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de San Pedro Manrique

- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.

- Web “Despoblados de Soria. Asociación de Amigos del Museo Numantino” https://despoblados.amigosdelmuseonumantino.es/ (https://despoblados.amigosdelmuseonumantino.es/despoblado-de-soria/rabanera/) consultada el 16/08/2022

- Web: https://www.mendikat.net/es/com/mount/15304 Consultada el 15/09/2022