lunes, 6 de junio de 2022

LA IGLESIA DE LA VILLA ANTIGUA EN EL CERRO DESOLADO DEL CASTILLO DE UCERO.

 

 “La vega del Ucero tiene unos veinte kilómetros y está bien labrada. Sirve

al riego una acequia que aún tiene agua sobrante para llenar en El

 Burgo las presas de dos harineras. A la derecha queda un poco

alto el terreno, que lleva algunos cereales, y más lejos es de

monte bajo con colmenares en las colinas. A la izquierda

se suceden los sotos frescos con prados comunales”.

Castilla la Vieja: Soria. Dionisio Ridruejo.

 

El destino de esta entrega es conocido en Soria y en muchos lugares de España, no en vano, es uno de los pilares turísticos de la provincia. Nos referimos al Cañón del Río Lobos, y más concretamente a su puerta de entrada: Ucero.

Una de las rutas más fáciles para llegar a esta localidad es a través de la N-122, salpicada eternamente por la A-11, como todos los sorianos sabemos. Por ella llegamos al Burgo de Osma, allí volvemos a deleitarnos con esa torre espléndida, que junto con otros edificios le dan una marcada personalidad a la ciudad. Desde allí, dejando atrás la plaza de toros y el edificio de la antigua Universidad de Santa Catalina, convertido hoy en hotel, nos dirigimos por la SO-920 hacia el Cañón del Río Lobos, que alcanzamos en un cuarto de hora. Ya en Ucero, y antes de cruzar el río que lleva su mismo nombre, una calle a la derecha nos permite llegar a un pequeño aparcamiento, habilitado para facilitar la visita al castillo, y la iglesia de la Villa Antigua o Ermita del Castillo.

Ucero fue una localidad de señorío. En el siglo XIII ese señor era Juan González de Ucero, y tras su muerte, lo heredó su esposa María Meneses quien lo transmitió a su hija Violante, fruto de la relación que mantuvo con quien sería el rey Sancho IV. Violante y el Obispado de Osma, que había comprado el señorío, litigaron durante el siglo XIV por la propiedad del mismo, pero fueron los obispos quienes se llevaron el gato al agua para convertir esas tierras en un señorío de abadengo. Así continuó hasta la caída del Antiguo Régimen en el siglo XIX, momento en el que se convirtió en municipio para no dejar de serlo. A mediados de esta centuria tenía 150 vecinos. Hoy, incluso con la ayuda que le da el turismo, no llega a los cien habitantes.

Ucero es un pueblo bien cuidado, de construcción más irregular que otros de montaña, pero el turismo que le aporta el paisaje del Cañón del Río Lobos, le da vida y eso se nota en sus edificaciones y su hostelería.

La visita la realizamos el 14 de diciembre. Era un día frío y claro, soleado, maravilloso. Desde el aparcamiento se accede al castillo por una senda de pendiente pronunciada. Este se encuentra en un montículo dominador del valle estrecho del Ucero. El lugar ha sido habitado desde la prehistoria, pues se trata de un punto estratégico de dominio del valle. Desde allí se otea el pueblo actual a sus pies, con sus colmenares abandonados y se adivina la entrada al Cañón. En esa entrada el Río Lobos pierde su nombre y acaba su vida al entregarla al Ucero, que aparece joven y arrebatador de entre las rocas.




















El castillo está reconstruido en su parte externa y se ha obrado para evitar su derrumbe. Pero eso sólo es la fachada, por dentro está deshecho, aunque conserva sus rincones interesantes como el aljibe o el interior de la torre. Se construyó en el siglo XIII y fue propiedad de María de Meneses, como hemos apuntado anteriormente. Ya en el siglo XIV la Iglesia se hizo con el edificio, pues la compró el obispo de Osma, y ya en el siglo XV el obispo don Pedro Montoya reedificó el castillo y su pieza más importante: la torre del homenaje, coronada con una hilera de ménsulas y que también posee una graciosa ventana geminada con arcos ojivales. En lo alto hay una gárgola que nos llama poderosamente la atención, y en la puerta, muy reconstruida, un escudo de armas colocado por el prelado Honorato Juan.

En torno al castillo se desarrolló la antigua población de Ucero, que permaneció allí hasta el siglo XV, cuando por litigios señoriales decidieron abandonar el lugar y bajar a la vega. Todavía hoy podemos visualizar parte de la vieja muralla que abrazaba la villa antigua, en cuya cerca se yerguen orgullosas las ruinas de la iglesia románica. La actual vecindad sostiene que esta parroquial estuvo dedicada a San Juan de Ucero; advocación que se trasladó a la actual parroquia del municipio, con apelativo de Bautista. Los despojos de esta iglesia se encuentran sobre un pequeño cerro amesetado. Una ruina expoliada en la que la vegetación natural campa a sus anchas. Ya no queda nada que robar, si cabe esos cuatro canzorros que presiden el hueco de la portada. Al igual que hemos visto en otros inmuebles del Occidente soriano, las sabinas, ese árbol cretácico de tan difícil arraigo, crecen con fuerza, tal vez favorecidos por el pastoreo del ganado ovino, tanto en el exterior como en el interior de estos inmuebles dominados por la ruina.

Los restos de la iglesia nos muestran que fue un inmueble de gran tamaño, construido con encofrado de cal y canto, y casi con total seguridad enfoscado con cal y arena tanto en el interior como en el exterior. Este encofrado ha permitido que el edificio se encuentre prácticamente fosilizado y que la ruina no avance de manera galopante. Sin embargo, durante nuestra estancia alguna piedra de la cabecera se desprendió. Por lo que vemos se trataba de una iglesia con una nave, casi con toda seguridad cubierta con una techumbre de madera, un presbiterio recto y un ábside semicircular; estos se cubrieron con bóveda de cañón y con bóveda de horno respectivamente. En el muro meridional tuvo adosada una estancia de la que se conservan restos del muro oriental, sin duda un anexo cerrado del pórtico con acceso desde éste. Pobre, como casi todas las iglesias y ermitas del románico rural, este encofrado se fortaleció en las esquinas y en los vanos con sillería. Ésta ha sido expoliada con saña, como en otros lugares del rural soriano que ya hemos visitado.

El ábside estuvo iluminado por una gran saetera, hoy solo un gran agujero, al igual que los que vemos en el muro meridional y septentrional del presbiterio. La nave se iluminaba con otras dos saeteras adinteladas en el muro Sur y, al menos, otra más en el Norte. La portada se situaba en el muro meridional, como ya hemos dicho, totalmente expoliada; algo que también sucede en las de Castril de Miño de San Esteban y en la de San Ginés de Soria, entre otras muchas. Sobre este gran vano podemos contar cuatro grandes canzorros, que, sin duda, sirvieron para el arranque de una cubierta del pórtico, que protegió la portada y las reuniones de los vecinos.

El muro occidental y parte del septentrional han ido derrumbándose dejando montones abandonados de las piedras menos útiles. La altura de la cabecera parece menor desde el interior de la nave, ello es debido a que, sobre lo que fue solado de la iglesia, se han depositado gran parte de las lajas que compusieron las bóvedas de la cabecera. En esta todavía vemos una roza donde estuvieron las piedras sillares desde donde arrancaba la bóveda de lajas radiales y mampostería menuda, que todavía se conserva en parte de los arranques, con claro peligro de derrumbe. En la nave aparecen dos grandes hornacinas enfrentadas, de arco rebajado y de tiempo post medieval. En ambas se excavaron los muros a modo de arcosolios y quizás acogieron algún sepulcro o algún altar con imagen sagrada. Hoy lucen su desnudez y los grafitis de personas que pasaron por el lugar. Los grafiteros dejaron nombres y  fechas y esas cruces con calvario tan típicas de estos lugares.

En el hastial occidental estaría alojada la espadaña-campanario, como ya hemos señalado en otras ocasiones. También aquí la sillería se arrancó y, casi con toda seguridad, se utilizó para levantar en el valle la nueva iglesia. Lo mismo que sucedió con alguna de las campanas que todavía endulzan con su tañer los oídos de los ucereños. La nueva parroquial también custodia dos imágenes marianas medievales del siglo XIII; una de ellas, pudo haber llegado desde este lugar.


Volveremos. Ucero, junto con Villabuena, Soria, San Pedro Manrique y Magaña guardan más de una iglesia abierta al cielo.

BIBLIOGRAFÍA:

- AYLAGAS MIRÓN, A. (2002) : "La Villa y Tierra de Ucero en el año 1602: retrato con 400 años de antigüedad". Revista de Soria. Edita Excma. Diputación Provincial de Soria. 

- LORENZO CELORRIO, Ángel (2003): "Compendio de los Castillos medievales de la provincia de Soria" (Edita la Excma. Diputación Provincial de Soria, Colección Temas Sorianos nº 44, Soria)

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana." Madrid. Editora Nacional

- ORTEGO FRÍAS, T. (1953): "Del románico soriano. Algunas piezas notables de iglesias desaparecidas." Revista Celtiberia, nº4. pp.295-297.

- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.

 


SAN BARTOLOMÉ DE VALZANZO: DE ERMITA-HUMILLADERO A CEMENTERIO

 

Tierra alta, antigua, de clima crudo, y devastada,

la provincia de Soria es hoy un páramo descarnado

que pueblan gentes viejas, viejos montes,

vieja historia, y ríos y recuerdos viejos”.

La Sierra de Alba. Avelino Hernández.

Era el 7 de octubre, un jueves, cuando nos desplazamos a Castril para visitar ese despoblado del que dimos cuenta en nuestra entrega anterior. Desde allí nos acercamos a Valdanzo recorriendo la carretera SO-P-4009, paralela al Duero y a la A-11. Enseguida llegamos a un cruce: a la derecha Langa de Duero; a la izquierda, la carretera nos dejó orientados hacia Valdanzo, lugar al que llegamos en siete minutos. Valdanzo es un poblamiento antiguo, habitado desde tiempos romanos por algunas gentes. Pocas veces, tan pocas como ahora. Pertenece a Langa de Duero y apenas sostiene a 34 personas. Se sitúa a orillas del río del mismo nombre, que termina su vida en aguas del Duero. No siempre fue esta una villa soriana. Perteneció a la provincia de Burgos hasta el siglo XIX compartiendo comunales con la Comunidad de Villa y Tierra de Ayllón. Se incorporó a la provincia de Soria, como municipio, en el siglo XIX. Creció con la incorporación de Valdanzuelo y llegó a tener más de 500 habitantes, antes de que llegara la desbandada del éxodo rural de los años 60 y 70 del siglo XX. El siglo XXI no ha sido muy propicio para esta villa que, vertiginosamente, redujo su población hasta las 34 almas solitarias actuales.

Un señor amabilísimo hizo de cicerone en nuestro recorrido por el pueblo. Aunque vive en Zaragoza pasa allí los veranos que los alarga, por amor al terruño, o tal vez a la infancia, hasta el 15 de diciembre. Allí vive en la casa familiar de sus padres, que comparte con su hermano. Media casa para cada uno. Sin embargo, la de su abuelo, le “tocó” a un tío que la vendió a unos madrileños y, ahora, cada vez que pasa por delante algo en su interior se entristece.

El pueblo se siente orgulloso de sus siete fuentes. Posee, todavía, un cómodo bar situado en una gran plaza. El bar en estos pueblos se convierte en una importantísima institución. Perdidas las escuelas, la iglesia y el bar son los únicos puntos de convivencia. Cuando ya se pierde el bar, todo se viene abajo, incluso la iglesia. ¿Pero cómo sostener la vida con un negocio tan pequeño? Luis, su dueño, y su familia desempeñan mil labores complementarias: tienda en la puerta siguiente, taxi, y seguramente el cuidado de algún ganado o parcela de tierra. ¿Y el futuro? Aquel día, una cuadrilla de la Diputación almorzaba allí. Eso da cierta vida, pero en invierno, cuatro cafés no dan para mucho. Cuando Luis y su esposa pongan el cartel de cerrado por jubilación, algo muy importante habrá desaparecido para el pueblo y sus habitantes. Aquel espacio en el que compartir recuerdos, vivencias y afectos ya no existirá y la comunicación entre los cada vez menos habitantes se dificultará, pues nadie quiere continuar su labor, ni siquiera sus hijos, que van buscando un futuro y una vida más fácil, tal vez, lejos de allí.


El pueblo se conserva mejor que nunca, pero cada vez vive menos gente. Alguien que nos confunde para su automóvil para preguntarnos con cierta altivez, que cuándo van a renombrar las calles. Se ha equivocado. No somos nosotros autoridad para renombrar nada.

Al fondo del pueblo, detrás de la espaciosa Plaza Mayor en la que se encuentra el Ayuntamiento, nos encontramos con las ruinas de lo que fue la Ermita o Humilladero de San Bartolomé. El inmueble es para nosotros un rompecabezas. Se trata de los restos de un edificio con una portada románica a levante, mientras que a poniente se intuye un acceso al antiguo cementerio; además se pude ver que en el muro meridional hubo una puerta adintelada, hoy tapiada, escoltada por dos pequeñas ventanas.

Los libros de Fábrica o de Carta Cuenta de los siglos XVII, XVIII y XIX, conservados en el Archivo Diocesano de Osma-Soria nos hablan de la existencia de dos ermitas en Valdanzo, una dedicada a San Pedro y otra a San Bartolomé. En 1850 Pascual Madoz al enumerar los inmuebles de la Villa de Valdanzo nos dice que contaba con una sola ermita (el Humilladero), quizás por encontrarse adosada al viejo cementerio.  Para Teógenes Ortego, la portada románica y el muro de levante de la ermita de San Bartolomé se reconstruyó con sillares procedentes de la desaparecida ermita de San Pedro. Así, la muerte de una sirvió para dar vida a la otra. La de San Pedro se encontraba un kilómetro al Sur del pueblo, camino de Valdanzuelo, asentada sobre la que fuera una villa romana de los siglos IV y V d.C. del mismo nombre.

Por una visita girada por el Obispo de Osma en 1818, sabemos que la ermita de San Pedro se había abandonado en 1798, si bien en 1756 se encontraba “decente”.  En 1837 se reconstruyó la ermita de San Bartolomé y el atrio de la parroquial, posiblemente con los viejos sillares de la antigua ermita de San Pedro. Así lo ha señalado Teógenes Ortego que nos alerta del posible origen visigótico de la ermita de San Pedro.  Ese sería, probablemente, su final definitivo. 

También nos dice Teógenes Ortego que San Bartolomé contaba con una saetera monolítica, decorada con dentellones en toda su longitud. Cuando Pedro Luis Huerta llegó a Valdanzo para escribir el artículo: “El humilladero de San Bartolomé” para la Enciclopedia del Románico en Castilla y León, no describió ni fotografió esa aspillera, posiblemente porque ya no estuviera. Nuestros ojos tampoco la descubrieron. El investigador aguilarense fotografió la portada románica que se recrecía con un tímpano con pequeño óculo, rematado todo ello por un pequeño campanil de ladrillo enfoscado, que sin duda alojó una pascualeja (campana pequeña), con dos pequeños pináculos y coronado por una cruz. Hoy ese recrecido, al igual que la puerta, han desaparecido. Algún vecino nos comenta que el Ayuntamiento guardó esos sillares, pero cuando accedemos al interior, vemos los restos de la puerta y muchos sillares, enmascarados entre la broza que crece por encima de nuestras cabezas.

En su origen, la ermita contaba con una portada al Sur, pero hoy se abre a levante. Su entrada, partiendo de dos escalones, se realiza a través de una portada románica, de gran valor, de arco doblado con bocel en arista, que, al interior y en las jambas, conserva su policromía original. El doble arco apoya sobre una línea de imposta a bisel y es ligeramente ultrasemicircular, recordándonos a las parroquiales de Los Llamosos y de Sarnago. Al exterior vemos dos columnas monolíticas con sus basas muy deterioradas y sus capiteles con talla muy plana. Esa talla tan plana hizo creer a Ortego que podía tener un pasado visigótico. Las cestas se decoran con motivos fitomórficos, similares a los que vemos en las pinturas rupestres de Valonsadero, bolas en las esquinas y flores tetrapétalas y pentapétalas. Pedro Luis Huerta cree que esta portada es obra románica, ejecutada por canteros “muy apegados a la tradición”, pues la decoración de bocel que recorre las aristas de los arcos y las jambas, así como los capiteles, siguen esquemas plenamente románicos de la segunda mitad del XII.

A esta ermita se adosó el cementerio viejo, hoy abandonado, y muy avanzado el siglo XIX, pues en el último tercio del siglo se llevaron a cabo numerosas obras de reteje. Será en ese momento cuando la ermita pierda su techumbre y su solado se convierta en cementerio. Hoy todavía podemos ver una lápida incrustada en sus muros, que nos informa de que allí se enterraba en 1921.

Esta ermita y los muros de su viejo cementerio se merecen una consolidación, cuando no una reconstrucción, así como una digna información que advierta al viajero de cuál fue su pasado. El dinero que se invirtió en los siglos XVIII y XIX en retejes, trabajos de apeo, cerrajas y colocación de puertas de hierro en su cementerio, creemos que se merece, al menos, una consolidación y limpieza del viejo Campo Santo. Hoy es un puzle, difícil de reconstruir, pero quién sabe si alguna institución se apiade de estas ruinas e invierta en su dignificación. Si como algunos vecinos señalan, el Ayuntamiento guardó los sillares de la vieja espadaña, nos preguntamos si los utilizarán para reconstruirla.

BIBLIOGRAFÍA:

-  ARCHIVO DIOCESANO DE OSMA-SORIA. Libros de Fábrica de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Valdanzo (Soria).  1701-1791 Ref. Antigua 281; Ref. Actual 1855.

- ARGENTE OLIVER, J.L.; GÓMEZ SANTACRUZ, j. y JIMENO MARTÍNEZ, A. (1988-1989): “La <<villa>> de San Pedro de Valdanzo (Soria)”

- MADOZ, Pascual (1846-50): “Diccionario geográfico-estadístico-histórico. Edición facsímil de los textos relativos a la provincia de Soria.” Edita Ámbito ediciones SA y Diputación de Soria, 1993. Imprime Gráficas Ortega SA Valladolid.

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana." Madrid. Editora Nacional

-  ORTEGO FRÍAS, T. (1985): "Edad Antigua” en PÉREZ-RIOJA, José Antonio (dir), Historia de Soria. Pp 123-208. Almazán. Ingrabel.

- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.

 


jueves, 2 de junio de 2022

EL DESPOBLADO DE CASTRIL: EL ROMÁNICO EXPOLIADO.

"Ayer hice el típico viaje de "algún día tengo que ir" . Y es que basta que

pases delante mil veces para no ir nunca. Desde la novedosa

y escasa A-11, dirección San Esteban de Gormaz - Langa

de Duero, en la orilla sur del río destaca en

una cima solitaria unas ruinas".

Álvaro García. @sontarvaro


Nuestra visita del 7 de octubre se dirige a Castril. En esta ocasión el desplazamiento es un poco más largo que en ocasiones anteriores. Su duración es de algo más de una hora. Hemos de tomar la A-11 y N-122; carreteras que se van alternando a tramos, tramos que se aburren de esperar a llegar a ser algo o desaparecer. Dejamos El Burgo y llegamos hasta San Esteban de Gormaz. Allí abandonamos las obras infinitas de la A-11 y nos adentramos, a nuestra izquierda, en la Nacional 110 hacia Ávila. Pasados muy pocos kilómetros, a nuestra derecha, tomamos ya una carretera provincial, la SO-P-4009 hacia Langa, que nos conducirá a Castril, pasando previamente por Soto de San Esteban: localidad que sustituye la piedra de los pueblos del Norte de la provincia por el pobre, pero noble, adobe. Parece un pueblo agrícola, de gran actividad, pero peor cuidado que los exquisitos pueblos, casi vacíos, del Norte.

Seguimos por esa carretera, siempre paralela al Duero, para alcanzar Castril: un despoblado más de esta casi despoblada provincia. El emplazamiento conserva las ruinas de una iglesia o ermita, de un gran paredón, en la parte baja del poblamiento, y de varios colmenares abandonados. El paraje es envidiable. Posee agua, pues está al lado del Duero, (hoy transcurre por esas tierras el canal de Ines), y buenas tierras de cultivo. Resulta difícil entender qué pudo pasar para que sus habitantes abandonaran tan privilegiado lugar en el siglo XVI. Existe una leyenda en la que se atribuye a la aparición de una plaga de culebras el motivo de su abandono y desaparición.

Castril, Cubillas y Oradero, otros dos núcleos desaparecidos, se englobaron dentro de la Comunidad de Villa y Tierra de San Esteban de Gormaz, aunque pertenecían al Monasterio de la Vid, creado en el siglo XII. Según Divina Aparicio, en su entrañable relato sobre Castril, el Monasterio poseía en este lugar dos ruedas de molino de escasa rentabilidad. Tal es así que en el siglo XVI cedió los molinos y las tierras al noble Gutiérrez Delgadillo. No sabemos cómo le fueron las cosas al comprador, pero el lugar quedó despoblado poco después. Tal ha sido el abandono del lugar que son unas de las pocas iglesias románicas de las que desconocemos su advocación.

En la actualidad estas tierras pertenecen al municipio de Miño de San Esteban, localidad con mucho patrimonio, no llegando a los cuarenta habitantes en los largos inviernos. Tampoco anda sobrada de población.

Podemos deducir que la localidad se encontraba en la parte baja en la que resiste el muro de sillería, antes mencionado, y, arriba, en lo alto, en un montículo, la iglesia. El gran paredón, construido con sillería, parece pertenecer a un edificio de planta basilical. Después de varias visitas, pensamos lo mismo que Álvaro García, que este gran muro son los restos del muro de poniente de una iglesia expoliada. El grosor del muro, su método constructivo y su orientación nos hacen pensar que estamos ante los restos de otra iglesia románica. Hacia levante se puede seguir la planta de la misma, en la que se amontonan piedras y sillares de la fábrica, al igual que alrededor, pues las piedras de menos valor que aparecen en la finca colindante se van amontonando en este lugar. Una excavación en este espacio podría certificar lo que hoy solo podemos aventurar.

Subiendo hacia la iglesia nos encontramos con dos colmenares, uno tapiado con viejas bardas sobre sus muros, del que asoma un raquítico árbol; otro dominado por las sabinas, pero en el que todavía podemos ver los viejos dujos. El olor a tomillo perfuma el ambiente. Al subir, en la otra vertiente del collado, apreciamos otro colmenar, mejor conservado, pero que como los anteriores parece condenado a la ruina.


 Los restos de la iglesia son un ejemplo más de románico rural soriano. Está construida con mampostería excepto el muro de poniente que estuvo forrado de sillares tanto en el exterior como en el interior. La sillería ha sido arrancada de la portada, ventanas, esquinales, muro de poniente al exterior, arco de triunfo con sus semi-columnas y capiteles, así como los arcos ciegos del presbiterio. Tan solo han resistido parte de los sillares del muro de la espadaña hacia el interior y parte de la imposta de bocel y filete en la que entregaba sus empujes la bóveda de ábside y presbiterio. Al exterior, en el paso del presbiterio al ábside, todavía podemos ver dos sillares, que, al estar dispuestos a tizón, los expoliadores no consiguieron arrancar. El robo se hizo con saña y violencia, expoliando un patrimonio que perteneció a los lugareños. Sin duda lo expoliado no se convirtió en cal, pero se desconoce su paradero.

La iglesia, con orientación canónica, se asienta sobre un cerro calcáreo. Gran parte de la iglesia está excavada en la roca, algo, que a los ojos de hoy, sorprende por esa capacidad laboriosa de nuestros recientes antepasados. La parroquial es de una sola nave, ligeramente más ancha que el presbiterio, rematada hacia levante con un ábside semicircular. La nave estaría cubierta con un armazón de madera, mientras que el presbiterio, a juzgar por los restos, se ampararía del cielo con cubierta de cañón y el ábside con bóveda de cuarto de esfera. La cubierta abovedada era de mampostería enfoscada en el interior en la que se pintó un falso despiece. El presbiterio todavía conserva parte de la bóveda, en difícil equilibrio, mientras que en el ábside apenas resiste el arranque. Recorre toda la cabecera una línea de imposta de bocel y filete, sobre la que arrancaba la cubierta abovedada de la cabecera.

El inmueble estuvo enfoscado con cal y arena y, al menos, la cabecera estuvo decorada con pintura mural, pues en los restos de la bóveda del ábside todavía se puede apreciar un falso despiece y por debajo de la imposta se conservan restos de una cenefa de dientes de sierra. Esta decoración mural sería muy parecida a las que vemos en la parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de Castillejo de Robledo.

El presbiterio se decoró con dos arcos ciegos a cada lado, que han sido expoliados con saña, pero todavía se pueden apreciar su constitución, así como en el lado norte restos de pintura mural en la que se intuye una figura nimbada. En el muro meridional, muy cerca del presbiterio, oculta detrás de un rosal silvestre, aparece una hornacina que todavía conserva su pintura mural. El expolio nos indica que estuvo encintada por sillares y que pudo cumplir la función de credencia.

La iglesia contó con una portada al Sur y, enfrentada a ella, otro vano que ha sido interpretado como una segunda portada. Nosotros interpretamos el vano como una ventana baja, no como otra puerta, dado lo abrupto del terreno al otro lado, la anchura de la misma y el escalón que existe con respecto al solado de la nave.  

A los pies de la nave, aparecen a cada lado de sus muros tres mechinales que alojaron las vigas que sostuvieron un pequeño coro y quizás el acceso al campanario. La espadaña, hacia el interior, todavía conserva gran parte de su sillería. Los expoliadores arrancaron los sillares de la parte superior, pero en un determinado momento abandonaron su “trabajo”.  Sin embargo, en el exterior toda la sillería ha sido robada dejando el muro descarnado al azote de los vientos y las lluvias del Oeste. Las campanas, por supuesto, no están. En su día, alguien mantiene, que se trasladaron a Alcozar, localidad que se encuentra al otro lado del Duero. Hasta la década de los sesenta del siglo XX, según Divina Aparicio, había una barcaza hecha con tablones instalados sobre cubas para cruzar el río, y que se movía manejando la consiguiente maroma. De aquella vieja instalación nada pervive a las orillas del Duero. El lugar cayó en el olvido y los restos de las parroquiales aparecen hoy fosilizados.

BIBLIOGRAFÍA:

-HUERTA HUERTA, P.L. (2001b) “El paisaje arquitectónico en la provincia de Soria durante el siglo XIV: la pervivencia de las construcciones románicas”, en El Siglo XIV. El Alba de una nueva Era (Col. “Monografías Universitarias”, 12), Soria. (pp. 171-191)

- MADOZ, Pascual (1846-50): “Diccionario geográfico-estadístico-histórico. Edición facsímil de los textos relativos a la provincia de Soria.” Edita Ámbito ediciones SA y Diputación de Soria, 1993. Imprime Gráficas Ortega SA Valladolid.

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana." Madrid. Editora Nacional.

-NUÑO GONZÁLEZ, J. (2001) “La sociedad en el territorio soriano durante los tiempos románicos”, en AA.VV., Soria románica. El Arte Románico en la Diócesis de Osma-Soria, (pp. 27-36). Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.

-SERRANO, L. (1925) “Cartulario de San Pedro de Arlanza, Antiguo monasterio benedictino.” Madrid.

- VV.AA. (2002) “Casos y cosas de Soria III.”  Soria. Soria Edita. Colección Serie Mayor.

- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.

 


 

LA ANTIGUA IGLESIA DE LOS SANTOS JUSTO Y PASTOR: EL ROMÁNICO HERIDO DE MARTIALAY.

  “El libro se llama, con razón, Biografía curiosa de Soria, y el compilador,

Miguel Moreno, debe de padecer la misma enfermedad que yo,

porque no ha dejado nada tranquilo. Nada es tan importante

 para un español como el propio lugar, la propia religión.”

Desvío a Santiago. Cees Nooteboom


Resulta un tanto ocioso explicar a cualquier lector soriano de este periódico dónde se encuentra Martialay, pero por si algún despistado tiene dudas, le diremos que se trata de una localidad al Este de Soria, ubicada detrás de la Sierra de Santa Ana, a poco más de once kilómetros. Debemos transitar la N-122 hacia Zaragoza. Pronto encontraremos un cruce a la derecha que nos marcará la dirección de Calatayud y Teruel por la N-234. Sin darnos cuenta, a la derecha, estamos en la entrada de Martialay. (Así pues, muy cerca, casi un paseo.) Pero no por estar cerca es mejor conocido, sino todo lo contrario.

Nuestro viaje tuvo lugar en los primeros días tormentosos del mes de septiembre. El día amenazaba lluvia, pero los cielos nos permitieron recorrer y contemplar la localidad. En Martialay nos esperaba nuestro buen cicerone Pablo Martínez Lablanca. La impresión al entrar en el pueblo es de un lugar cuidado con mimo, como pasa en casi todos los pueblos sorianos. Este posee un hábitat un tanto disperso, donde conviven en perfecta armonía las viviendas con zonas ajardinadas y huertecitos intercalados. Visitamos la fuente de dos caños y el abrevadero del pueblo, que en aquellos momentos limpiaba y embellecía Josi, hermano de Pablo. Al lado, un gran lavadero cubierto con techumbre de madera.


La tranquilidad que se respira sólo se ve turbada por furgonetas cargadas de pan que cruzan por sus calles para abastecer a Soria.

Martialay perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de Soria y dentro de esta al sexmo de Arciel. Llegó a tener unos setenta vecinos en el siglo XIX, y a constituirse como municipio. Actualmente viven en la localidad unas cuarenta personas, y está integrado en el municipio de Alconaba. También tuvo estación de ferrocarril de la línea Santander - Mediterráneo, pero, así como se fueron los vagones y las máquinas, hicieron las personas.

A través de una bonita senda llegamos a una chopera municipal tras la que se esconde la antigua iglesia. Prácticamente destruida se encuentra entre una vegetación frondosa de chopos, hiedras, fresnos y algún huerto. Únicamente queda parte del muro Norte, y de la espadaña al Oeste. En 2003, el Ayuntamiento de Alconaba, en su nuevo Plan Urbanístico, decidió crear en este sector un Área Arqueológica. Hasta 2020 las ruinas de la parroquial estuvieron dominadas por la vegetación: hiedras y zarzas se habían apropiado del lugar. Fue ese año cuando Nicasio Martínez contagia su interés a su familia, a otros vecinos y algún trabajador municipal, y todos juntos consiguen dejar limpio el espacio ocupado por la antigua parroquial y su campo santo.

Esa limpieza hizo posible que se aprobara un proyecto de consolidación de la espadaña y el muro norte, valorado en 14.000 euros. Además, junto con la Junta de Castilla y León se impulsa otro proyecto valorado en 24.000 euros, aún no aprobado, para excavar la planta y consolidar lo excavado. Resulta ésta una valiente iniciativa que debería servir de ejemplo para muchas iglesias caídas en desgracia y para las que no hay ninguna voluntad de salvar.

Por lo que se ve sobre el terreno se trataría de una iglesia románica de una nave con cubierta de madera y una cabecera hacia levante, seguramente abovedada y a poniente la espadaña-campanario con dos vanos. Tendría una sacristía y un pórtico en su paño meridional. Adosado al muro septentrional resisten parte de los muros del campo santo.

Paseando por lo que fue la nave de la iglesia reclama nuestra atención una gran losa. Al fijarnos en ella apreciamos un posible alquerque de a doce, con sus aspas y suficiente número de escaques. Tres pequeños hoyos semicirculares lo acompañan. Los maestros canteros solían hacer estos tableros para jugar ellos y, sobre todo, sus hijos e hijas que les acompañaban allá donde les salía tajo. Muchos de estos tableros se utilizaban después en la construcción del inmueble. Otro aspecto llama poderosamente la atención, los restos de la espadaña, adornada con una frondosa hiedra, se hallan abiertos en canal, como si un rayo hubiera abierto un tajo en la misma. Esta espadaña campanario alojó las dos campanas que hoy están en la nueva iglesia. Tanto este muro como el septentrional se construyeron con mampostería menuda y revocados al interior con una capa de cal y arena.

Poco sabemos de esta parroquial que fue dezmera de la iglesia soriana de San Prudencio. Por los dos libros de fábrica que se conservan, 1701-1791 y 1892-2020, deducimos que la iglesia tuvo un pórtico al Sur, pues en el capítulo de gastos de 1787 se recoge un cargo de 136 reales que costó hacer nuevamente el pórtico de la puerta de la iglesia, habiéndose desmontado el anterior por amenazar ruina. En ningún caso se habla de que el templo se encontrara en situación de ruina.

Sin embargo, en 1853 el Boletín Eclesiástico del Obispado de Osma de 19 de noviembre publica que la Diócesis de Osma asigna la cantidad de 1934 reales a Martialay para la reparación de su templo. En la visita pastoral de 1902, el Exmo. y Rvdmo. Sr. D. José María García Escudero Obispo de Osma, advierte del mal estado en que se encuentra la sacristía, exigiendo una pronta reparación.

En las demás visitas giradas por el Obispo y en el libro de Carta-Cuenta no se especifica nunca más el mal estado de la parroquial, pero en el apunte de 1932 titulado: “Cuentas que se refieren no más a la construcción de nueva iglesia en Martialay” el párroco D. Juan Hernández afirma que el Exmo. y Rvdmo. Sr. D. Miguel de los Santos Díaz y Gómara, Obispo de la Diócesis de Osma con fecha de 7 de marzo de 1929, le autoriza a demoler la vieja iglesia en ruinas y a designar sitio adecuado para abrir los nuevos cimientos del nuevo templo. Por tanto, es en 1929 cuando se inicia la demolición de la antigua parroquia y se inicia la nueva, que al parecer se consagra en 1931, si bien las cuentas se cierran el 8 de enero de 1932.

Con nuestro entrañable cicerone, que ya se había encargado de buscar los medios para abrirla, acudimos a visitar la nueva iglesia de los Santos Justo y Pastor. Fue construida por varios maestros albañiles: los Hermanos Alcalde y su padre Cándido, ayudados por Marcos Sanz, quienes también demolieron la antigua y labraron parte de las piedras que se utilizaron en la nueva. Se levantó en tres tandas reutilizando materiales de la antigua iglesia y otros que llegaron desde Soria. El cantero de Golmayo, Alejandro Martínez, se encargó de labrar parte de la piedra. Por otra parte, el empresario Luis Bartolomé, arrastró parte del material desde Soria a Martialay, entre los que se encontraba 6 camiones de piedra, que previamente el cantero Guillermo Benito había extraído y seleccionado de las ruinas de San Nicolás.

La iglesia es de una única nave, orientada al Oeste con coro a los pies. Su suelo hidráulico de color y muy cuidado fue adquirido a Casto Hernández, al igual que la pila bautismal. El edificio se diseñó de forma práctica y de tamaño razonable, algo que no siempre se da en nuestros pueblos, en los que las iglesias aparecen emergiendo de la pobreza con todo su poder visualizado en su tamaño. Se levanta sobre un tramo de sillares para continuar con mampostería enfoscada.

En el interior se conservan algunas piezas valiosas del antiguo inmueble, tales como una lauda sepulcral de arenisca rojiza de finales del siglo XVI, que parece representar a un clérigo con túnica talar, con un cáliz entre las manos y la rareza de vestir manga corta; la mitad de una tumba antropomorfa infantil, así como dos estelas. Además de la vieja iglesia se conserva un bloque monolítico de arenisca, en el que se han tallado cuatro columnillas con sus basas, sin poder determinar su función.

En la sacristía observamos el cuerpo mutilado de una virgen románica del siglo XIII a la que, lastimosamente, le han añadido una cabeza y una mano. El hijo de la Virgen ha corrido igual suerte. Casi escondida se encuentra la talla de un Cristo crucificado, posiblemente del siglo XVII. El retablo, que pudo proceder de la vieja iglesia, sostiene imágenes en escayola del siglo XIX-XX.

Finalizamos la mañana con un aperitivo apetitoso que nos regaló nuestro estupendo compañero de visita, contemplando un brocal de piedra que nos incita a volver.

BIBLIOGRAFÍA:

- ARCHIVO DIOCESANO DE OSMA-SORIA. Libro de Fábrica de la Iglesia de los Santos Justo y Pastor de Martialay. 1701-1791 Ref. Antigua 281; Ref. Actual 1855.

- ARCHIVO PARROQUIAL DE MARTIALAY. Libro de Fábrica de la Iglesia de los Santos Justo y Pastor de Martialay. Años 1892-2020.

-DÍEZ SANZ, E. Y GALÁN TENDERO, V.M. (2012) “Historia de los despoblados de la Castilla oriental. (Tierra de Soria siglo XII a XIX)”. Soria. Ed. Exma. Diputación Provincial de Soria

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana." Madrid. Editora Nacional

- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.