“El último habitante de Sarnago se puso enfermo, fue al hospital de Soria
y murió. Su cuerpo acabó sobre una fría mesa del Departamento
de Disección del Colegio Universitario. Porque en Sarnago ya
no había nadie que pudiera reclamar su cadáver”.
La Sierra del Alba. Avelino Hernández.
Un diecisiete de abril, Jueves Santo, fresco y soleado, preludio de la tan deseada y esperada primavera, tras días y días de lluvias y frío, tomamos de nuevo ruta a Sarnago. Para ello utilizamos la nacional 111 hasta Garray, para desde allí, por la SO-615 llegar hasta el cruce que nos dirige a San Pedro Manrique por la SO-650, de aquí, y por la SO-630, buscamos el cruce a la izquierda que nos llevará a Sarnago. En nuestro recorrido encontramos zonas soleadas y otras de intensa niebla, eso sí, todo un paisaje espectacular provocado por las abundantes lluvias caídas. Desde lo alto vigila nuestra subida las ruinas del convento de San Pedro el Viejo.
Volvemos a esta localidad, ejemplo de recuperación a través de su potente asociación vecinal. Allí nos recibió, una vez más, y con su habitual amabilidad, José María Carrascosa. Nos llama la atención un stolpersteine, incrustado en la pared del museo del pueblo, que recuerda a Ciro Redondo Gómez, preso en Mauthausen natural de Taniñe. Pero, ¿qué hace este adoquín de la memoria en este lugar? La respuesta nos la dio José Mari Carrascosa: el artista alemán Gunter Demning, que elabora a mano cada una de estas piezas, a solicitud de la Asociación memorialista Recuerdo y Dignidad, elaboró las 22 stolpersteine que se habrían de colocar en la Plaza del Vergel de Soria, pero se equivocó con el nombre de la localidad de Ciro, grabando Tañine en lugar de Taniñe. La asociación memorialista solicitó un nuevo adoquín de la memoria y entregó este a la Mancomunidad de Tierras Altas que decidió instalarla en este lugar emblemático de la comarca.
La repoblación forestal de los años 60 arrasó el camino que desde Sarnago llevaba hasta la ermita de la Virgen del Monte pasando por la dehesa. Tras cambiar de vehículo, nos lleva José María por un camino que sale al lado del viejo cementerio, que se encuentra en muy mal estado, hasta el paraje de El Horcajo. El camino aparece protegido por las nuevas plantaciones de pinos y los antiguos rebollos, que a duras penas resisten la acción del hombre, temerosos de echar su hojas, pues todavía el hielo frecuenta sus noches. Aparcamos el coche al lado del arroyo del Horcajo y desde este paraje iniciamos nuestra ruta que nos llevará a la ermita de la Virgen del Monte Seces, acompañados por el sonido del agua del arroyo de la Ermita.
Nuestro recorrido no puede ser más espectacular, agua y barro nos acompañan. El verdor de sus suelos y vegetación nos hacen parar continuamente para admirarlos. Vamos subiendo por lo que José Marí nos dice es un cortafuegos, aunque él opina que es un poco estrecho para cumplir esa función. También nos cuenta cómo en su niñez esto era una zona de huertos, donde, además, las mujeres del pueblo, incluida su madre venían a lavar la ropa. Venían para todo el día, ya que tras lavar, extendían la ropa sobre los arbustos hasta que se secaba; hacían fogatas para calentar el agua, y una vez todo en orden volvían al pueblo. También nos cuenta cómo su madre subía con el ganado por aquellos montes, por el camino viejo pasando por “La Dehesa”, en los que pasaba mucho miedo por el sonido del monte. No había entonces esos pinos que ahora vemos por doquier. En nuestro recorrido también nos sale al encuentro un joven ciervo, que tras observarnos con curiosidad prosigue su camino. Seguimos nuestro ascenso, pinos, rebollos y algún que otro enebro maltratado por la maquinaria forestal nos acompañan. La subida llega a su fin, cuando aparece ante nosotros una gran explanada; las vistas desde ella resultan incomparables y aquí encontramos los restos de lo que andábamos buscando y que nunca habríamos descubierto sin la ayuda de José Mari.
Las investigaciones de Isabel Goig Soler han sacado a la luz los numerosos recursos económicos conlos que contó esta ermita, que fue dezmera de la parroquia de San Martin de San Pedro Manrique. Las vistas desde la explanada que precede a las ruinas son espectaculares, el silencio reparador. La ruina de este espacio es irreversible y los arbustos de espinos blancos, zarzamoras y brotes de olmos han formado un muro que no nos deja acceder al interior de lo que fue la iglesia románica. A duras penas podemos adentrarnos un poco en estos muros caídos entre tanta maleza que acabara por tragárselo todo. Una vez más, como vemos continuamente, todo desaparecerá sin quedar ni un recuerdo de las gentes que lo habitaron. El monte y la naturaleza tienen sus propias escrituras.
Parece ser que en este entorno estuvo la ermita de la Virgen del Monte, que se veneraba en el pueblo de Sarnago. La ermita, situada en un paraje paradisíaco, debió de contar con un santero y con una vivienda y otros elementos necesarios para explotar sus propiedades. Nos cuenta Isabel Goig que con la normativa desamortizadora de 28 de septiembre de 1798 que afectó a “órdenes terceras, ermitas, santuarios y otros establecimiento semejantes”, la propiedad fue adquirida en 1806 por la familia Hidalgo, ricos ganaderos trashumantes de San Pedro Manrique. Pudo ser entonces cuando se dejó de utilizar la ermita para las romerías y se construyera la hornacina en la cruz del Cerro, en la que se alojaría la imagen de la Virgen del Monte. La tradición oral de los sarnagueses recuerda que hasta aquí se subía el día de la Trinidad Chica, lunes siguiente al domingo con la última luna llena de primavera. Solían subir con mulas por el camino de la ermita, con las tres móndidas, ya sin sus cestaños, y en la pradera celebraban bailes y comida. Cuando la ermita se desacralizó esa peregrinación se pasará a realizar en la Cruz del Cerro. El día de la Cruz de Mayo se bajaba la imagen hasta la iglesia y se volvía a subir el día de la Trinidad Chica. De este modo y en esta hornacina vivió la Virgen los últimos años. El abandono temporal de Sarnago acabó con casi todo, la imagen desapareció.
Sería por tanto a principios del siglo XIX cuando se desacralizaría la ermita y los nuevos propietarios la convirtieron en una majada para ganado. La ermita tiene una orientación SE-NW con una cabecera absidal que en un determinado momento, quizás por problemas estructurales, se consolidó con tres grandes contrafuertes de sillarejo y mampostería unidos con mortero de cal. De la obra original podemos distinguir el hastial occidental, el muro noreste y la cabecera semicircular, que todavía conserva algunos toscos canecillos. En esta parte original los muros de mampostería, con piedra caliza del entorno, se trabaron con cal y arena. En esta ermita la nave se prolonga hasta el ábside semicircular sin la tradicional separación de la cabecera en presbiterio y ábside. La construcción primitiva nos recuerda a otras del entorno como las de Magaña o el convento de San Pedro el Viejo. Tampoco pudimos apreciar ninguna abertura en el ábside ni en la nave. Quizás la aspillera absidal se cegó cuando se construyeron los tres grandes contrafuertes. La esquina del hastial noroccidental, asi como las de los contrafuertes se reforzaron con sillarejos.
La nave de la ermita se cubrió con techumbre de madera a dos aguas y el ábside con bóveda de horno, pues al interior todavía se aprecia el inicio de ella. En el interior pudimos observar parte del enfoscado original. El investigador y arqueólogo Eduardo Alfaro Peña levantó en 2013 un plano de la planta de la ermita en la que se puede apreciar que contó con dos puertas en el muro sur, siendo la más occidental de arco de medio punto. El edificio religioso fue un inmueble de más de 23 metros de largo por 8 de ancho. En la prospección del terreno realizada por Alfaro Peña pudo documentar abundantes sillares de toba, que quizás fueron de la cubierta absidal. En el hastial occidental contó con una espadaña en la que se alojaron las dos campanas de las que nos hablan los archivos.
Cuando la ermita se convirtió en majada se recrecieron los muros con mampostería a hueso, para realizar una nueva techumbre a un agua. Esta elevación se hizo en canto seco, que todavía resiste hoy el paso del tiempo. La propiedad pasaría en 1928 a tres vecinos de Sarnago que compraron el lugar al rico propietario de San Pedro Manrique, propiedad que pasaría a manos del Estado cuando se repobló todo este espacio de pinos; el SIGPAC nos dice que las ruinas de la ermita de La Virgen del Monte se encuentran en una parcela de 336 hectáreas dedicadas mayoritariamente a explotación forestal.
Nos comenta nuestro anfitrión, que en un banco corrido dentro de la ermita se reunían sus gentes para hacer ”las cuentas”. Las construcciones se encuentran muy deterioradas, pero todavía se puede apreciar la grandeza de lo que fue. Allí existieron viviendas, graneros, pajares, cuadras, eras de pan trillar… En el entorno de la ermita existió una de las mejores caleras de Tierras Altas, así como varios lugares para realizar tejas, ladrillos y baldosas. Los tejeros procedían en Edad Moderna de La Rochelle, y ya en tiempos más recientes de Llanes, Alfaro o Castellón. Desde principios del siglo XVIII el tejar se trasladó hasta el paraje de “El Exido” donde la materia prima era de gran calidad. Los tejeros solían estar en la zona durante seis meses, desde marzo hasta octubre.
José Mari recuerda una potente escalera que conducía a las partes altas de la vivienda principal, con cada peldaño de un solo bloque de piedra, estos escalones hoy yacen bajo la ruina. Esta escalera daría idea de la riqueza de estas gentes que controlaron grandes propiedades agrícolas e importantes recursos ganaderos. Pudo existir en tiempos medievales un pueblo, que, posteriormente, se despoblara y quedara integrado en la propiedad de la ermita.
Regresamos a Sarnago donde pudimos visitar el nuevo espacio “El Refugio de Sarnago” que la Asociación Amigos de Sarnago está construyendo a través de varias campañas de micromecenazgo y de hacenderas. Ya en la plaza nos encontramos con varios vecinos que habían venido desde tierras navarras a pasar estos días a su pueblo. Antes de irnos,
como siempre, visitamos el empedrado del “callejón de Luis”.
BIBLIOGRAFÍA
- ALFARO, E., CARRASCOSA, E. y GOIG SOLER, I. (2017): La ermita de la Virgen del Monte Seces. Mucho más que una ermita. Edita: Asociación de Amigos de Sarnago. Gráficas Larrad, Tudela (Navarra)
- BLASCO JIMÉNEZ, M. (1909): Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico y descriptivo de la provincia de Soria. IIª edición, Cuar. Ed. Tipografía de Pascual P. Rioja.
- MARTÍNEZ MONTAÑÉS, J. M. (2002): Sarnago. Ruinas de la iglesia de San Bartolomé, en Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria, vol. III. M.Á. García Guinea y José M.ª Pérez González (dirs.), Aguilar de Campoo, Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios del Románico, pp. 915-916
- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana. Madrid. Editora Nacional.
- MADOZ, P. (1850): Diccionario geográfico-estadístico-histórico. Edición facsímil de los textos relativos a la provincia de Soria. Edita Ámbito ediciones SA y Diputación de Soria, Imprime Gráficas Ortega SA Valladolid, 1993.