miércoles, 27 de agosto de 2025

PERALEJO DE LOS ESCUDEROS: EL ROMÁNICO SENDERISTA

 


“Peralejo, que en 1880 reunía próximamente 120 almas y en
la estadística de 1900 figura con 89 solamente,
viene agregado al municipio de Losana, en
el partido del Burgo, y corresponde
al Obispado de Sigüenza [...]”.

Nomenclátor de la Provincia de Soria. 1909. Manuel Blasco Jiménez


El dos de junio realizamos uno de los últimos viajes, posiblemente el último, que llevará a cabo el colectivo «Románico sin Techo». Para ese día nos fijamos como objetivo el románico de la localidad de Peralejo de los Escuderos, ya en el límite de la provincia soriana y apartado del mundo. Gracias a D. Lucas Vicente Moreno, párroco de estos pueblos, dependientes de Retortillo, que nos puso en contacto con nuestros dos cicerones, tanto en Peralejo como en Torrevicente, que nos facilitaron el acceso a sus templos. A Peralejo, como a otras muchas localidades españolas, se le añadió un apellido en 1916, en este caso “de los Escuderos”, quién sabe si debido a la abundancia de jabatos.

Las noticias meteorológicas anunciaban tormentas para ese día y el cielo parecía responder con fidelidad a esos mensajes. Para llegar a Peralejo volvimos a recorrer la tantas veces transitada por este colectivo carretera SO-100, que nos lleva a Berlanga, dejando atrás Quintana Redonda, Fuentepinilla, Andaluz y otros pueblos. En Berlanga nos desviamos, por la SO-P-4132, hacia Paones, y allí paramos para ver la situación de su iglesia intervenida de la que ya escribimos en otro momento. La iglesia está consolidada, pero abandonada a su suerte. La madera con la que se rehabilitó no se ha vuelto a proteger y el tiempo va deteriorándola de forma grave y rápida. Un trozo de moldura de hormigón yace entre las hierbas y los pájaros hacen su labor en el ábside. Todo está ocupado por una hierba alta y agradecida a la lluvia frecuente de la primavera. Nos preguntamos si merece la pena buscar una reconstrucción extraordinaria con el gasto que ello supone, para dejarla posteriormente en el abandono. Nuestra siguiente parada en el camino hacia Peralejo fue Torrevicente. Accedimos al pueblo por las carreteras SO-132 y SO-P-4134, allí nos esperaba David López, un joven valiente que, junto a su pareja, ha decidido instalarse en el pueblo de su padre, Pedro. Curiosamente, David considera más meritorio resistir en una ciudad tan complicada como Madrid. Cuando llegamos, padre e hijo estaban trabajando desinteresadamente en unas obras para mejorar el pueblo. 

Torrevicente cuenta con tan solo cinco habitantes durante todo el año, aunque conserva muchas casas en buen estado. No se sabe de dónde sacan la fuerza, pero estos pequeños pueblos siguen resistiendo, a pesar de las escasas ayudas que reciben de las distintas administraciones. El pueblo se esconde entre los farallones del cañón del río Talegones, y desde lo alto de la carretera, la vista es magnífica. La verdad es que es magnífica desde cualquier lugar.

David, con gran amabilidad, nos mostró la iglesia del pueblo dedicada a la Natividad. Además de ser un vecino comprometido, también ejerce como alcalde de barrio, ya que Torrevicente depende administrativamente de Retortillo de Soria. En sus palabras se percibe un genuino deseo de proteger el templo —al que ya le faltan los tubos del órgano— y de mejorar la vida en el pueblo. La iglesia fue rehabilitada y con ello surgió la obligación de instalar una alarma conectada por WIFI. Sin embargo, el pueblo no dispone de conexión a Internet. Así de paradójica es, a veces, la realidad rural.

Abandonamos Torrevicente y volvemos a unos páramos hermosos con lavanda, espliego y abundante hierba para un ganado que cada vez es más reducido. Cuando avanzamos hacia Peralejo el color de la tierra va cambiando, se torna rojiza, del mismo rojo que podemos ver en Tiermes. Avanzando por Retortillo de Soria, Castro, Valvenedizo y Losana, hasta llegar a Peralejo nos adentramos en imponentes paisajes. En Peralejo nos esperaba la mitad de su población, Emiliano Ortega. Él solo constituye el cincuenta por ciento de la población de esta localidad que se encuentra casi en el fin del mundo. Peralejo formó parte, en la Edad Media, de la Comunidad de Villa y Tierra de Caracena, y alcanzó una población superior a las cien almas. Hoy pertenece a Retortillo de Soria. Emiliano no está solo, pues además de otro vecino, siempre se deja acompañar por dos seres: Pera y Lucas, dos perritos que le ofrecen su amistad sin condiciones. Emiliano lleva tres años en Peralejo. Una desgracia familiar lo llevó a convertirse en un nómada con su autocaravana y fue buscando un lugar tranquilo y que, aunque fuera frío en invierno, el verano fuese fresco. Ese lugar lo encontró en Peralejo y allí, en una cómoda vivienda, pasa feliz los días acompañado de sus perritos, del otro vecino permanente, de algún otro que acude de vez en cuando, o de algunos curiosos como nosotros, de familiares y amigos que, en ocasiones, llegan para verlo y envidian la tranquilidad con la que vive Emiliano contemplando la Sierra de Pela, posiblemente la tierra menos poblada de Europa.

La localidad se encuentra en la margen izquierda del arroyo de las Cañameras, cuyas aguas, tras pasar por Peralejo, se unen al arroyo Molinillo y juntos alimentan el caudal del río Caracena.

Emiliano nos abrió la moderna iglesia de San Pedro ad Vincula, que no sigue la típica orientación canónica, pues la cabecera se encuentra al oeste y la espadaña al este. Su rica portada se abre en el muro meridional y nos recuerda que es una “YGLESIA DE ASILO”. El archivo Diocesano de la diócesis de Osma - Soria no conserva ningún libro de fábrica de esta iglesia, tan solo algunos libros sacramentales. Por el de difuntos sabemos que en 1719 existía la Ermita de Nuestra Señora del Rosario, pues era común mandar varias misas cantadas o rezadas en la ermita, así como en distintos altares de la nueva parroquial. En la nueva iglesia de Santi Petri ad Vincula se utilizaron algunos elementos de la antigua iglesia cuyas ruinas todavía se pueden contemplar sobre un pequeño altozano a las afueras del pueblo. Los muros de esta nueva iglesia están realizados en mampostería con piedra arenisca rojiza y algunos sillares de caliza blanca trabajados a hacha. La mampostería está decorada con rejunte resaltado tan típico en esta comarca a la sombra de la Sierra de Pela. 

La parte inferior de la espadaña, situada al este, se encuentra construida en mampostería con un semi enfoscado, mientras que la parte alta lo hace en buena sillería perfectamente escuadrada, donde podemos leer una inscripción a mano alzada sobre el mortero en la que leemos «AÑO 1929». La espadaña se corona con dos discos de sendas estelas medievales, que, junto con la que vemos en el soporte de la pila benditera y el pequeño sarcófago que hay al final de la calle Real, pudieron proceder de la necrópolis medieval, que, sin duda, se encontraba en las proximidades de la iglesia románica.

En la margen derecha del arroyo de las Cañameras y sobre un altozano, a unos 1260 metros de altitud y a una distancia de unos 200 metros, se encuentran los restos de lo que fue la iglesia románica de Santi Petri ad Vincula, a los que se adosará el moderno cementerio y la sacristía. Hasta allí subimos con Emiliano y ante nuestros ojos aparecieron las ruinas de un inmueble que, sin otros datos, no deja de ser un puzle de muy difícil construcción. 

La iglesia tuvo una orientación canónica oeste-este y contó con dos portadas: la principal abierta en el muro sur y una secundaria abierta en el septentrional, hoy tapiada. La vieja iglesia se levantó en mampostería con arenisca rojiza del entorno, sobre un fuerte zócalo rematado con una sillería de caliza blanca en chaflán. En fecha indeterminada se le adosó, al lado de la cabecera, una sacristía que todavía conserva parte de sus muros y la cornisa de gola, que después se repetirá en la nueva parroquial. A pesar del abandono, la vieja iglesia conserva el muro norte y algo del muro sur, en el que podemos distinguir dónde se encontraba la portada, enfrentada a la puerta secundaria del muro norte. El muro occidental, en el que estuvo la espadaña, se ha derrumbado pudiendo ver grandes bloques de mampostería desperdigados por la ladera. La vegetación nos impide el paso y a duras penas vemos la llaga que dejó la semicolumna cuando fue arrancada. De la cabecera no se puede afirmar si es semicircular o recta. Una excavación arqueológica, una limpieza y una consolidación de estas ruinas dignificarían el lugar y aportarían un poso de historia a la comarca.

Lo que sí confirman los libros sacramentales es que, ya en 1719, en el espacio que ocupaba la iglesia antigua se encontraba la ermita de Nuestra Señora del Rosario. En la nueva parroquial se va a disponer parte de la portada de la iglesia románica, pues el rasurado de los capiteles y el capitel que soporta la pila de agua bendita demuestran que la portada contó con al menos otra arquivolta más, con dos columnas más y sus capiteles. Consideramos que la portada de la iglesia románica estaba ligeramente adelantada y protegida con una chambrana y, quién sabe, si con un pequeño tejaroz.

En la nueva parroquial se utilizó parte de la portada, así como los dos capiteles del arco de gloria, la pila bautismal, un capitel que sirve de base a la aguabenditera, piedras labradas a hacha en sus muros, además de varias estelas medievales tanto en la aguabenditera como en la culminación de la espadaña.

En la nueva parroquial, sobre la portada, se incrustó un gran capitel, de buena talla, que representa a un obispo bendiciente acompañado por un acólito turiferario y por otra figura mutilada. Otro capitel del mismo estilo sirve de soporte a la mesa de altar. Éste se decora con dos leones de largas melenas atrapados entre ramaje. Ambos capiteles pudieron soportar el arco de triunfo de la antigua iglesia románica.

Emiliano se despidió de nosotros con amabilidad, y emprendimos camino hacia Torremocha de Ayllón con la intención de localizar un antiguo paredón en el despoblado de Gomezuela, junto al río Pedro. Sin embargo, la búsqueda resultó infructuosa. Volveremos en invierno, cuando las choperas estén desnudas y la vegetación no oculte los vestigios del pasado.
Concluimos la mañana comiendo en San Esteban de Gormaz. De regreso, una intensa tormenta acompañada de granizo nos sorprendió en la carretera, dificultando seriamente la conducción. Al final, el temporal no hizo más que confirmar los pronósticos meteorológicos.




BIBLIOGRAFÍA

- ARCHIVO DIOCESANO DE OSMA-SORIA. Libros sacramentales de la parroquia de San Pedro Ad Vincula de Peralejo de los Escuderos
    - Libro de bautizados (1876) Ref. 356/4 
    - Libro de difuntos (1716) Ref. 356/2

- BLASCO JIMÉNEZ, M. (1909): Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico y descriptivo de la provincia de Soria. IIª edición, Cuar. Ed. Tipografía de Pascual P. Rioja.

- HIUERTA HUERTA, P. L. (2002): Peralejo de los Escuderos. Iglesia de San Pedro, en Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria, vol. III. M.Á. García Guinea y José M.ª Pérez González (dirs.), Aguilar de Campoo, Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios del Románico, pp. 787-788

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana. Madrid. Editora Nacional.

- MADOZ, P. (1850): Diccionario geográfico-estadístico-histórico. Edición facsímil de los textos relativos a la provincia de Soria. Edita Ámbito ediciones SA y Diputación de Soria, Imprime Gráficas Ortega SA Valladolid, 1993.

- HERBOSA, V. (1999): El románico en Soria. Ediciones Lancia. León. p. 85.

martes, 5 de agosto de 2025

LA TRANSFORMACIÓN DEL ROMÁNICO DE LA MERCADERA Y ESCOBOSA DE CALATAÑAZOR.

 LA CAÍDA DE LA CAMPANA

Las ruinas, a su tiempo,
alcanzaron sazón. Lo supimos el día
en el que la campana cayó desde la torre
como fruta madura. Un estruendo gravísimo
de fe que se desploma
acompañó el derrumbe. La melena de olmo
se astilló contra el suelo,
pero el bronce mantuvo su obstinada figura
de cúpula y de útero que los vientos fecundan.

De Despoblados. Inédito. Andrés Martín


Fue el seis de mayo cuando nos desplazamos a estos parajes despoblados, La Mercadera y Escobosa de Calatañazor, hoy bajo administración de Rioseco de Soria. En estos días la lucha entre el invierno, que no se resigna a desaparecer, y el verano cuya fuerza no es suficiente para imponerse, nos deparó un día fresco pero soleado, de buena luminosidad. En fin, un día bastante agradable para salir al campo. Aproximarnos allí resultó fácil. La N-122 y la A-11 nos condujeron hasta el cruce de Rioseco y luego, virando a la izquierda, la SO-P-4046 nos dejó al lado de La Mercadera, a la que se accede mediante un camino rural.

Las aldeas de La Mercadera y Escobosa de Calatañazor formaron parte, desde época medieval, de la Comunidad de Villa y Tierra de Calatañazor. Ambas contaron con iglesias románicas que, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, fueron profundamente transformadas. Desconocemos si estas modificaciones respondieron a problemas estructurales o, simplemente, a un cambio en los gustos y necesidades de sus habitantes.

Del esplendor medieval de estas localidades aún se conservan valiosos testimonios. En el Palacio Episcopal del Burgo de Osma se guarda la pila bautismal del siglo XIII procedente de la iglesia de San Juan Bautista de Escobosa de Calatañazor. Por su parte, en los almacenes de la Diócesis Osma-Soria, también se custodia una imagen medieval de la Virgen de Escobosa, que da cuenta de la devoción y el arte religioso de la época. 
Lamentablemente, no todo ese legado ha llegado hasta nuestros días. En agosto de 2018, el pasado medieval de San Miguel de La Mercadera sufrió un grave atentado patrimonial: fue expoliada su portada románica, que había sido remontada en su nueva iglesia parroquial reconstruida durante el Barroco. Este acto supuso una pérdida irreparable para el patrimonio histórico de la zona. 




En La Mercadera solo queda la iglesia y los restos de lo que en su día fueron viviendas y hoy resultan esqueletos de madera, piedra, adobe y cemento abandonados. También permanece en pie un almacén en cuya pared aparece la fecha de nacimiento y las iniciales de su dueño: 1970, L.S.R. Al lado del almacén, hincados en la tierra, unos monolitos recuerdan al último vecino de la localidad: Amador Simal. Sus nietos han querido mostrar así su recuerdo. En la parte baja de lo que fue el pueblo, todavía corretea un hilillo de agua que procede de una fuente, y un pilón escondido entre la maleza que en su día sería manantial de vida para humanos, animales y vegetales.


La iglesia de La Mercadera estuvo advocada al arcángel San Miguel y a la Virgen de las Angustias, y fue vaciada de enseres por el Obispado de Osma-Soria cuando el lugar quedó deshabitado, si bien su último habitante se resistió a la salida de las campanas. Como ya señalamos, en agosto de 2018 alguien robó la portada románica, la espadaña tampoco se salvó del expolio y la cruz que la presidía desapareció, al igual que había sucedido con anterioridad con una de las bolas que la adornaban. La otra, huérfana, ha quedado como testigo y prueba de dicho expolio. En su decoración, la espadaña todavía conserva, en su centro, un espectacular óculo que iluminaba el coro.

La iglesia, construida en mampostería y reforzada con sillares, presenta una cubierta a dos aguas en la nave, y a tres, en la cabecera. Ha sido saqueada desde su abandono, y sus elementos, como las gradas funerarias, han sido profanados. Destacan una antigua colmena incrustada en el muro sur y un reloj solar en la fachada principal. Una grieta profunda en la cabecera señala su deterioro progresivo, que probablemente cause su colapso en las próximas décadas. 

De su pasado medieval conservaba hasta 2018 su portada románica, remontada cuando se hace la nueva iglesia, así como también algunos sillares trabajados a hacha y dispuestos entre el mampuesto. Por las fotografías proporcionadas por Blas Gonzalo sabemos que la portada constaba de un arco de medio punto y dos arquivoltas, la primera lisa y la segunda con baquetón escoltado por finas escocias, protegido por una chambrana incompleta de nacela. Toda la portada apoyaba sobre una simple imposta que, a su vez, lo hacía sobre las dos jambas.

Son conocidos relatos de descendientes de antiguos habitantes de La Mercadera que mencionan una pila bautismal muy antigua en la iglesia de San Miguel, cuyo paradero actual se desconoce. Al norte del templo se encuentra un cementerio abandonado y cubierto de vegetación que refleja el olvido de sus difuntos.

La Mercadera, antes un pequeño poblado, ahora está deshabitado y solo lo frecuentan animales como corzos y jabalíes. A pesar de su belleza natural, las vistas a campos de cereal y al valle del río Abión, el lugar ha sido abandonado, lo que resulta difícil de comprender.

De La Mercadera nos fuimos a Escobosa. La ruta resulta sencilla. Hay que volver a la SO-P-4046 que, pasando por el municipio de Rioseco, nos lleva hasta allí. Escobosa de Calatañazor es otro despoblado que poco a poco se integra en la tierra de la que salió. Uno de los pocos edificios que aún mantiene su cubierta fue, en su día, el teleclub, y hoy se mantiene en pie gracias a que sirve a una asociación de cazadores. La calle principal es ancha y está enmarcada en unas buenas aceras de hormigón que todavía son visibles. La calle fue más estrecha, pero las necesidades de la nueva maquinaria agrícola hicieron que se ampliara. Para ello se retranqueó el muro del atrio parroquial, apareciendo restos humanos que se llevaron a un osario en el nuevo cementerio, así como la gran cruz monolítica que hoy preside el cuidado cementerio a modo de cruz parroquial.

Su iglesia de San Juan Bautista, como el despoblado, está desmantelada. La portada, posiblemente románica, todavía conserva su humilde encanto. El interior está deshecho.

Ya hemos mencionado que el inmueble fue objeto de numerosas reformas, algunas motivadas por la necesidad de adaptación a los tiempos, y otras por problemas estructurales. Según informó El Avisador Numantino, en el primer cuarto del siglo XX, unas intensas lluvias ocurridas el 27 de marzo de 1924 provocaron el derrumbe parcial de la iglesia de Escobosa de Calatañazor. Ante esta situación, el sacerdote don Félix Nuño emprendió una campaña para concienciar a la población y promover una colecta popular, contando con el respaldo de don Felipe Las Heras.

El anuncio del sacerdote tocar el corazoncito de Abraham Ransanz, natural del pueblo y residente en La Habana, quien decidió donar una de las campanas. Finalmente, el mismo periódico anunció el 5 de noviembre de 1925 la conclusión y bendición de las obras, destacando la reconstrucción completa de la torre, llevada a cabo desde los cimientos por el maestro de obras don Felipe Rocha, vecino de El Burgo de Osma. Tras el vaciado del antiguo campanario, se sabe que la campana donada por Abraham Ransanz fue instalada en 1999 en la espadaña de la parroquia de la Asunción de Dombellas.

La portada se abre en el muro sur de la nave y estuvo protegida en el pasado por un pórtico. Esta portada es similar a algunas del entorno como son el caso de las de San Lorenzo de Boíllos y la ermita de la Virgen del Barrio de Rioseco, si bien modificada y simplificada; así como de otras muchas de la provincia como es el caso de la parroquial de San Martin de Tours de Bordejé. Presenta un arco de medio punto sobre jambas de sillería coronadas por impostas y chambrana lisa. El conjunto está muy encalado, pero se puede percibir cómo esta portada fue remontada, ya que las dovelas no presentan una perfecta disposición.



Al lado de la portada y hacia el oeste estaba el bautisterio, lugar que presidió la pila tardorrománica que hoy se custodia en el patio del palacio episcopal de El Burgo de Osma. Esta pila imita la decoración de la de la iglesia de San Juan Bautista de Rioseco de Soria, “pero la talla con trinchante con que fue ejecutada denota ya una factura claramente gótica”, anota Pedro Luis Huerta Huerta en su artículo sobre la iglesia de San Juan Bautista de Rioseco de Soria de la Enciclopedia del Románico en Casilla y León. A nuestro juicio es la pila medieval más delicada de la provincia. Es semiesférica, conserva uno de los anclajes de su tapa y se encuentra apoyada en lo que parece un tambor de una columna hexagonal con lados curvos. Lo más llamativo es la decoración de su copa, con diversos motivos geométricos y vegetales (una cruz patada inscrita en un círculo, hojas, una puerta con arco de herradura, ...).

En el interior de la iglesia estuvo la talla románica de la Virgen de Escobosa, que según relata la investigadora Ana Rosa Hernández Álvaro, sería una imagen del último cuarto del siglo XIII, por lo que sería coetánea de la pila bautismal. Se trata de una Virgen sin corona, con el Niño sentado sobre la pierna izquierda de la madre. Según la investigadora, a comienzos de la década de los 80 del pasado siglo, la talla estaba en buen estado, otorgando la policromía de esta al siglo XIX.

Al dejar atrás Escobosa, nos despide su cuidado cementerio. En nuestra memoria desfilan las figuras de Alfredo Cercadillo, oriundo del pueblo, así como las de su sobrino Samuel y María, madre de este. Fueron ellos quienes nos hablaron con cariño del lugar y de su empeño por conservar, al menos, el espacio donde descansan los restos de sus antepasados.


Acabamos la mañana en el café-restaurante Los Quintanares de Rioseco y allí, casualmente, nos encontramos con Lorenzo Sanz Rico, natural de Torreblacos, propietario del almacén de La Mercadera y de las iniciales que allí habíamos visto: L.S.R. Él es quien nos cuenta que Amador, el último habitante, abandonó el pueblo en 1975 para vivir en Valdealvillo, lo más cerca posible de su lugar de nacimiento.


domingo, 15 de junio de 2025

LA ERMITA DE LA VIRGEN DEL MONTE SECES EN EL PARAISO DEL ROMÁNICO MÁS HUMILDE.

 

“El último habitante de Sarnago se puso enfermo, fue al hospital de Soria
y murió. Su cuerpo acabó sobre una fría mesa del Departamento
de Disección del Colegio Universitario. Porque en Sarnago ya
no había nadie que pudiera reclamar su cadáver”.

La Sierra del Alba. Avelino Hernández.



Un diecisiete de abril, Jueves Santo, fresco y soleado, preludio de la tan deseada y esperada primavera, tras días y días de lluvias y frío, tomamos de nuevo ruta a Sarnago. Para ello utilizamos la nacional 111 hasta Garray, para desde allí, por la SO-615 llegar hasta el cruce que nos dirige a San Pedro Manrique por la SO-650, de aquí, y por la SO-630, buscamos el cruce a la izquierda que nos llevará a Sarnago. En nuestro recorrido encontramos zonas soleadas y otras de intensa niebla, eso sí, todo un paisaje espectacular provocado por las abundantes lluvias caídas. Desde lo alto vigila nuestra subida las ruinas del convento de San Pedro el Viejo.

Volvemos a esta localidad, ejemplo de recuperación a través de su potente asociación vecinal. Allí nos recibió, una vez más, y con su habitual amabilidad, José María Carrascosa. Nos llama la atención un stolpersteine, incrustado en la pared del museo del pueblo, que recuerda a Ciro Redondo Gómez, preso en Mauthausen natural de Taniñe. Pero, ¿qué hace este adoquín de la memoria en este lugar? La respuesta nos la dio José Mari Carrascosa: el artista alemán Gunter Demning, que elabora a mano cada una de estas piezas, a solicitud de la Asociación memorialista Recuerdo y Dignidad, elaboró las 22 stolpersteine que se habrían de colocar en la Plaza del Vergel de Soria, pero se equivocó con el nombre de la localidad de Ciro, grabando Tañine en lugar de Taniñe. La asociación memorialista solicitó un nuevo adoquín de la memoria y entregó este a la Mancomunidad de Tierras Altas que decidió instalarla en este lugar emblemático de la comarca.

La repoblación forestal de los años 60 arrasó el camino que desde Sarnago llevaba hasta la ermita de la Virgen del Monte pasando por la dehesa. Tras cambiar de vehículo, nos lleva José María por un camino que sale al lado del viejo cementerio, que se encuentra en muy mal estado, hasta el paraje de El Horcajo. El camino aparece protegido por las nuevas plantaciones de pinos y los antiguos rebollos, que a duras penas resisten la acción del hombre, temerosos de echar su hojas, pues todavía el hielo frecuenta sus noches. Aparcamos el coche al lado del arroyo del Horcajo y desde este paraje iniciamos nuestra ruta que nos llevará a la ermita de la Virgen del Monte Seces, acompañados por el sonido del agua del arroyo de la Ermita.

Nuestro recorrido no puede ser más espectacular, agua y barro nos acompañan. El verdor de sus suelos y vegetación nos hacen parar continuamente para admirarlos. Vamos subiendo por lo que José Marí nos dice es un cortafuegos, aunque él opina que es un poco estrecho para cumplir esa función. También nos cuenta cómo en su niñez esto era una zona de huertos, donde, además, las mujeres del pueblo, incluida su madre venían a lavar la ropa. Venían para todo el día, ya que tras lavar, extendían la ropa sobre los arbustos hasta que se secaba; hacían fogatas para calentar el agua, y una vez todo en orden volvían al pueblo. También nos cuenta cómo su madre subía con el ganado por aquellos montes, por el camino viejo pasando por “La Dehesa”, en los que pasaba mucho miedo por el sonido del monte. No había entonces esos pinos que ahora vemos por doquier. En nuestro recorrido también nos sale al encuentro un joven ciervo, que tras observarnos con curiosidad prosigue su camino. Seguimos nuestro ascenso, pinos, rebollos y algún que otro enebro maltratado por la maquinaria forestal nos acompañan. La subida llega a su fin, cuando aparece ante nosotros una gran explanada; las vistas desde ella resultan incomparables y aquí encontramos los restos de lo que andábamos buscando y que nunca habríamos descubierto sin la ayuda de José Mari.

Las investigaciones de Isabel Goig Soler han sacado a la luz los numerosos recursos económicos con
los que contó esta ermita, que fue dezmera de la parroquia de San Martin de San Pedro Manrique. Las vistas desde la explanada que precede a las ruinas son espectaculares, el silencio reparador. La ruina de este espacio es irreversible y los arbustos de espinos blancos, zarzamoras y brotes de olmos han formado un muro que no nos deja acceder al interior de lo que fue la iglesia románica. A duras penas podemos adentrarnos un poco en estos muros caídos entre tanta maleza que acabara por tragárselo todo. Una vez más, como vemos continuamente, todo desaparecerá sin quedar ni un recuerdo de las gentes que lo habitaron. El monte y la naturaleza tienen sus propias escrituras.

Parece ser que en este entorno estuvo la ermita de la Virgen del Monte, que se veneraba en el pueblo de Sarnago. La ermita, situada en un paraje paradisíaco, debió de contar con un santero y con una vivienda y otros elementos necesarios para explotar sus propiedades. Nos cuenta Isabel Goig que con la normativa desamortizadora de 28 de septiembre de 1798 que afectó a “órdenes terceras, ermitas, santuarios y otros establecimiento semejantes”, la propiedad fue adquirida en 1806 por la familia Hidalgo, ricos ganaderos trashumantes de San Pedro Manrique. Pudo ser entonces cuando se dejó de utilizar la ermita para las romerías y se construyera la hornacina en la cruz del Cerro, en la que se alojaría la imagen de la Virgen del Monte. La tradición oral de los sarnagueses recuerda que hasta aquí se subía el día de la Trinidad Chica, lunes siguiente al domingo con la última luna llena de primavera. Solían subir con mulas por el camino de la ermita, con las tres móndidas, ya sin sus cestaños, y en la pradera celebraban bailes y comida. Cuando la ermita se desacralizó esa peregrinación se pasará a realizar en la Cruz del Cerro. El día de la Cruz de Mayo se bajaba la imagen hasta la iglesia y se volvía a subir el día de la Trinidad Chica. De este modo y en esta hornacina vivió la Virgen los últimos años. El abandono temporal de Sarnago acabó con casi todo, la imagen desapareció.

Sería por tanto a principios del siglo XIX cuando se desacralizaría la ermita y los nuevos propietarios la convirtieron en una majada para ganado. La ermita tiene una orientación SE-NW con una cabecera absidal que en un determinado momento, quizás por problemas estructurales, se consolidó con tres grandes contrafuertes de sillarejo y mampostería unidos con mortero de cal. De la obra original podemos distinguir el hastial occidental, el muro noreste y la cabecera semicircular, que todavía conserva algunos toscos canecillos. En esta parte original los muros de mampostería, con piedra caliza del entorno, se trabaron con cal y arena. En esta ermita la nave se prolonga hasta el ábside semicircular sin la tradicional separación de la cabecera en presbiterio y ábside. La construcción primitiva nos recuerda a otras del entorno como las de Magaña o el convento de San Pedro el Viejo. Tampoco pudimos apreciar ninguna abertura en el ábside ni en la nave. Quizás la aspillera absidal se cegó cuando se construyeron los tres grandes contrafuertes. La esquina del hastial noroccidental, asi como las de los contrafuertes se reforzaron con sillarejos.

La nave de la ermita se cubrió con techumbre de madera a dos aguas y el ábside con bóveda de horno, pues al interior todavía se aprecia el inicio de ella. En el interior pudimos observar parte del enfoscado original. El investigador y arqueólogo Eduardo Alfaro Peña levantó en 2013 un plano de la planta de la ermita en la que se puede apreciar que contó con dos puertas en el muro sur, siendo la más occidental de arco de medio punto. El edificio religioso fue un inmueble de más de 23 metros de largo por 8 de ancho. En la prospección del terreno realizada por Alfaro Peña pudo documentar abundantes sillares de toba, que quizás fueron de la cubierta absidal. En el hastial occidental contó con una espadaña en la que se alojaron las dos campanas de las que nos hablan los archivos.

Cuando la ermita se convirtió en majada se recrecieron los muros con mampostería a hueso, para realizar una nueva techumbre a un agua. Esta elevación se hizo en canto seco, que todavía resiste hoy el paso del tiempo. La propiedad pasaría en 1928 a tres vecinos de Sarnago que compraron el lugar al rico propietario de San Pedro Manrique, propiedad que pasaría a manos del Estado cuando se repobló todo este espacio de pinos; el SIGPAC nos dice que las ruinas de la ermita de La Virgen del Monte se encuentran en una parcela de 336 hectáreas dedicadas mayoritariamente a explotación forestal.

Nos comenta nuestro anfitrión, que en un banco corrido dentro de la ermita se reunían sus gentes para hacer ”las cuentas”. Las construcciones se encuentran muy deterioradas, pero todavía se puede apreciar la grandeza de lo que fue. Allí existieron viviendas, graneros, pajares, cuadras, eras de pan trillar… En el entorno de la ermita existió una de las mejores caleras de Tierras Altas, así como varios lugares para realizar tejas, ladrillos y baldosas. Los tejeros procedían en Edad Moderna de La Rochelle, y ya en tiempos más recientes de Llanes, Alfaro o Castellón. Desde principios del siglo XVIII el tejar se trasladó hasta el paraje de “El Exido” donde la materia prima era de gran calidad. Los tejeros solían estar en la zona durante seis meses, desde marzo hasta octubre.

José Mari recuerda una potente escalera que conducía a las partes altas de la vivienda principal, con cada peldaño de un solo bloque de piedra, estos escalones hoy yacen bajo la ruina. Esta escalera daría idea de la riqueza de estas gentes que controlaron grandes propiedades agrícolas e importantes recursos ganaderos. Pudo existir en tiempos medievales un pueblo, que, posteriormente, se despoblara y quedara integrado en la propiedad de la ermita.

Regresamos a Sarnago donde pudimos visitar el nuevo espacio “El Refugio de Sarnago” que la Asociación Amigos de Sarnago está construyendo a través de varias campañas de micromecenazgo y de hacenderas. Ya en la plaza nos encontramos con varios vecinos que habían venido desde tierras navarras a pasar estos días a su pueblo. Antes de irnos, como siempre, visitamos el empedrado del “callejón de Luis”.







BIBLIOGRAFÍA

- ALFARO, E., CARRASCOSA, E. y GOIG SOLER, I. (2017): La ermita de la Virgen del Monte Seces. Mucho más que una ermita. Edita: Asociación de Amigos de Sarnago. Gráficas Larrad, Tudela (Navarra)

- BLASCO JIMÉNEZ, M. (1909): Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico y descriptivo de la provincia de Soria. IIª edición, Cuar. Ed. Tipografía de Pascual P. Rioja.

- MARTÍNEZ MONTAÑÉS, J. M. (2002): Sarnago. Ruinas de la iglesia de San Bartolomé, en Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria, vol. III. M.Á. García Guinea y José M.ª Pérez González (dirs.), Aguilar de Campoo, Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios del Románico, pp. 915-916

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana. Madrid. Editora Nacional.

- MADOZ, P. (1850): Diccionario geográfico-estadístico-histórico. Edición facsímil de los textos relativos a la provincia de Soria. Edita Ámbito ediciones SA y Diputación de Soria, Imprime Gráficas Ortega SA Valladolid, 1993.

domingo, 6 de abril de 2025

LAS RUINAS DE SANTA MARÍA DE LA ANTIGUA Y EL CEMENTERIO ROMÁNICO DE GORMAZ.

 

“Bajo el colosal castillo de Gormaz se podían contemplar las
antiguas iglesias románicas de San Miguel y Santiago
-reconvertida en cementerio de la localidad- y el 
entonces único puente […] el de piedra”,

Soria en Seiscientos. Javier Martínez Romera

El día 6 de febrero visitamos Gormaz en nuestro periplo por escudriñar en la vida de esos edificios religiosos románicos abiertos al cielo. En esta ocasión nos acompañó Conchi Sanz La Cuesta, compañera y buena amiga. 

En el camino pasamos de un día soleado a una densa niebla a la que ayudaba una fuerte cencellada que, en algunos tramos de la carretera, se asemejaba a una nevada. Hacía frío, mucho frío, y nuestros pies se quejaban de la temperatura. Para llegar a Gormaz elegimos, una vez más, la SO-100, esa que pasa por Quintana Redonda, Fuentepinilla y Andaluz, esa a la que ya hemos cogido cariño. Superado Andaluz y su puente medieval sobre el Duero, cogimos a la derecha la CL-116 hacia Quintanas de Gormaz donde no nos cansamos de contemplar ese edificio, diseñado por Ramón Martiarena, que en su día fue colegio y que, sin el griterío de los niños, hoy se ha convertido en el Museo de la Resina. Desde esta localidad, a través de la SO-160 y la SO-P-4198, llegamos a nuestro destino.

En Gormaz nos esperaba Pablo Villar, el alcalde que, tras las amables presentaciones, nos dejó en manos de su madre Fuensanta Palomar, atenta a nuestra llegada, desde su casa, ubicada al lado del rollo del pueblo.

Es una mujer dicharachera que conoce la historia de su lugar, una historia basada en la trasmisión oral de sus antepasados, en los muchos años vividos en Gormaz, así como en la lectura de aquellos libros de historia en los que se habla de la Villa. Nos contó que hubo hasta cuatro ermitas en el pueblo, y mientras nos iba contando y contando, fuimos venciendo una inclinada cuesta hasta llegar a una de ellas, o lo que queda de ella. Se trata de la antigua parroquia de Santa María la Antigua o Nuestra Señora de la Antigua. Apenas quedan restos. Adosado a ella, se construyó en el siglo XX el depósito de agua. Así son los tiempos. Nos contó cómo en la parcela situada a levante aparecieron tumbas de lajas y restos óseos, sin duda la antigua necrópolis de esta collación. Todavía se distingue la cimentación de la cabecera y algo de la nave a poniente. En la iglesia parroquial de San Juan Bautista se custodia la imagen de la Virgen de la Antigua, una talla ya del siglo XIII, que llegó de esta collación, y que precisa una restauración. Es el momento de consolidar estos restos e indicarlos, para así evitar su total desaparición y mostrar al viajero dónde se encontraba esta parroquia, que creíamos desaparecida.


Aunque hay rastros de vida muy antiguos, Gormaz cobró importancia por ese enfrentamiento medieval entre cristianos y musulmanes por controlar el río Duero. Fruto de ese enfrentamiento es la imponente fortaleza que amparaba al pueblo y al que hoy nadie da amparo. A sus pies, entre el siglo X y XI se fue ubicando una población que acabó constituyendo la Comunidad de Villa y Tierra de Gormaz. Aunque tuvo mucha importancia este núcleo de población, que en el siglo XIX pasó a ser municipio y ya nunca dejó de serlo, nunca alcanzó los trescientos habitantes. Hoy una veintena pasan la noche arropados por un castillo en desuso.

Desde el punto alto al que nos condujo Fuensanta, vimos las construcciones de adobe de las casas que algún día sostuvieron a esa población, algún palomar, pero, aunque estábamos en lo alto, la niebla impedía que nuestra vista alcanzase el paisaje del Duero.

Por una senda, que pronto se convierte en camino, llegamos hasta el actual cementerio, y nos dimos cuenta de que las tres iglesias medievales, San Miguel, la Antigua y esta de San Juan se encuentran alineadas a media ladera entre las cotas 970 y 980 metros,  separadas por apenas 450 metros. Quizás el antiguo Gormaz fue una villa lineal con una calle principal que enlazaba sus tres parroquias y, a la vez, protegida por la fortaleza, ya cristiana.

La antigua  iglesia románica de San Juan o de Santiago, porque en esto no terminan los estudiosos de estar de acuerdo, dio servicio a una collación, hasta que en fecha indeterminada del siglo XVIII se construyó la nueva parroquial de San Juan Bautista en su actual emplazamiento, quedando la antigua abandonada. El inmueble románico se construyó con encofrado de cal y canto, con refuerzo de sillería en las esquinas y en los vanos, hoy completamente expoliados. Como vemos en el rural soriano, la nave se cubriría con una techumbre de madera a dos aguas, mientras que la cabecera estaría abovedada. En esta, se individualiza el tramo recto del presbiterio, que se cubriría con una bóveda de cañón apuntada y el ábside semicircular que lo haría con bóveda de horno. El ábside se iluminaría con una aspillera hoy cegada, conservando todavía la ventanita en el muro meridional del presbiterio. Tanto al interior como en el exterior todavía podemos ver algunos de los tablazones del encofrado, las distintas tongadas, así como los huecos dejados por las agujas o almojayas. El presbiterio también conserva alguna de las huellas dejadas por un recubrimiento de sillería.

El abandono y el vaciado de los objetos de culto de esta parroquia llegarían hasta el primer tercio del siglo XIX, cuando la villa de Gormaz necesitó de un camposanto para así evitar inhumar en la nueva parroquial de San Juan Bautista. Así sabemos que en el 27 de agosto de 1833 se otorga licencia para bendecir el nuevo Camposanto en la Villa de Gormaz. El acto de bendición se efectúa el 1 de septiembre del mismo año, inhumándose por primera vez el 26 de noviembre de 1833. El cementerio debió quedarse pequeño pues el alcalde solicita en 1841 al Gobernador Político de la Provincia de Soria el permiso para seguir enterrando en la parroquia, algo que no sería concedido, pues a pesar de la saturación del nuevo cementerio se siguió enterrando en él.

La ampliación del cementerio se llevará  a cabo en 1949, cuando se derribó el muro de poniente de la antigua iglesia y se amplió al oeste, en un nivel más elevado, construyéndose adosado al muro meridional el depósito de cadáveres. Sobre la puerta, en un enfoscado de cemento, los artífices de la ampliación dejaron escrito a mano alzada año, alcalde y albañiles que lo ejecutaron: “AÑO 1949 V.P. Siendo Alcalde SATURIO Olmeda y su Ayuntamiento F.P.  G.P.  M.C.” Fuensanta trajo hasta el presente el nombre y los artífices de la obra, para ella la dirección de la obra la llevó a cabo su abuelo, (V.P.) Victoriano Palomar, y los ejecutores fueron Felipe Palomar, Gregorio Palomar y Martín Cristóbal. Parte de lo que nos contó Fuensanta lo vemos recogido en el programa de Televisión Española “Los Ríos: el Duero (1974)”, en él, Victoriano Palomar afirma que la obra de ampliación del cementerio la realizó él y que se encontraba en la antigua parroquia de San Juan Bautista. Para nuestra cicerone también aquí se encontraba la parroquia de San Juan, entonces, ¿de dónde arranca la confusión de Santiago y San Juan? Según Josemi Lorenzo Arribas el error en la denominación de estas ruinas lo crea Manuel Blasco Jiménez en su Nomenclátor, Histórico, Geográfico, Estadístico y Descriptivo de la Provincia de Soria de 1880 cuando escribe que en el cementerio estaba la iglesia de Santiago; ya en el año 2002 Jaime Nuño, en la Enciclopedia del Románico en Castilla y León, sigue a Blasco. La tradición oral, sin embargo, siempre afirmó que este cementerio se asienta en la antigua parroquial de San Juan Bautista y el investigador, Josemi Lorenzo, lo corrobora rescatando el informe remitido por Manuel de la Puente en 1776 al geógrafo real Tomás López para la realización de un Diccionario Histórico-Geográfico. En él podemos leer que la iglesia de San Juan y la de San Miguel se encontraban en la falda del castillo. La tradición oral en Gormaz también conoce esta ermita como advocada a San Juan, y que la actual parroquial adopta la advocación de esta.

La ampliación del cementerio de 1949 divide el espacio en dos partes, una baja, la protegida por los muros románicos y en la que apenas hay tumbas, y otra más alta, a la que se accede por unas anchas escaleras, con tumbas más apretadas y cuyas cruces luchan contra el viento que en ocasiones las tumba.

De regreso al centro del pueblo, Fuensanta nos explicó lo que fueron las escuelas y la casa del maestro, hoy ayuntamiento, justo al lado del frontón.

Visitamos después la iglesia del pueblo, dedicada a San Juan y a la Virgen del Pilar, que es la copatrona. Al exterior conserva un pequeño reloj de sol en sus muros, en desuso, pues le falta su gnomon. Conserva el solado original con sus gradas individualizas con madera y cubiertas con baldosas de cerámica en perfecto estado. Nos contó, ya dentro, que Ángel de la Puente hizo construir una capilla a la Virgen del Pilar porque atropelló a una niña con su caballo y prometió levantarla si ella se salvaba. Hubo suerte y la niña se salvó y la capilla ahí está para dar muestra de ello. Ángel de la Puente y su esposa Ana María de Lázaro consiguieron del Obispado de Osma el Patronato de la capilla del Pilar, por lo que fueron inhumados en ella.

Fuensanta nos condujo desde el rollo de justicia por la calle Ruiz Zorrilla hasta las eras y desde allí nos explicó que en 1915, al hacer la carretera, aparecieron unas 1.200 tumbas, prerromanas, al lado del río, en el paraje conocido como La Requijada, excavadas  por Morenas de Tejada y custodiándose parte de lo encontrado en el Museo Arqueológico Nacional.

Ya, habiendo agradecido a Fuensanta su compañía,  visitamos el castillo con una niebla que comenzaba a disiparse y el paisaje que se presentaba a nuestros ojos era extraordinario. A la vuelta tuvimos ocasión de visitar, en Quintanas de Gormaz, “La Casa Grande”, una casa rural cuyo interior nos impresionó, y tomamos un café en la cuidada plaza del pueblo, una costumbre de la que, desgraciadamente, no en todos las localidades que visitamos podemos disfrutar.

BIBLIOGRAFÍA:


- BLASCO JIMÉNEZ, Manuel (1909): Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico y descriptivo de la provincia de Soria. IIª edición, Soria. Ed. Tipografía de Pascual P. Rioja.

- CABRÉ AGUILÓ, Juan (1916); Catálogo monumental de Soria y su provincia, ms. Inédito en el Instituto Diego Velázquez del C.S.I.C. Madrid. Copia en la Biblioteca Pública de Soria.

- ENRIQUEZ SALAMANCA, Cayetano (1998): Rutas del románico en la provincia de Soria. Edita Codex-Rom. Tudela.

- HERNÁNDEZ ÁLVARO, Ana Rosa (1984): La imaginería medieval en la provincia de Soria. Edita Centro de Estudios Sorianos (CSIC), Soria.

- HERBOSA, Vicente (1999): Románico en Soria. Ed. Lancia. León.

- IZQUERDO BERTIZ, José María (1986): El románico en la provincia de Soria. Soria.

- LORENZO ARRIBAS, Josemi (2024): 59 edificios románicos de la provincia de Soria en el siglo XXI. Gormaz. Soria vol. I. Idea original de la Asociación Sostenibilidad y Patrimonio Cultural. Edita Diputación Provincial de Soria, pp. 444-459

- MADOZ, Pascual (1846-50): Diccionario geográfico-estadístico-histórico. Edición facsímil de los textos relativos a la provincia de Soria. Edita Ámbito ediciones SA y Diputación de Soria, 1993. Imprime Gráficas Ortega SA Valladolid.

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana. Madrid. Editora Nacional.

- MORENO GALLO, Isaac (2022) La Defensa Telegráfica de la Frontera Califal del Duero. Atalayas y vías romanas en el siglo X. Edita Excma. Diputación Provincial de Soria.

- NUÑO GONZALEZ, J. (2002): GORMAZ. Iglesia de San Juan Bautista. Ermita de San Miguel. Cementerio (Antigua iglesia de Santiago), en Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria, vol. I. M.Á. García Guinea y José M.ª Pérez González (dirs.), Aguilar de Campoo, Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios del Románico, pp. 535-554.

domingo, 23 de febrero de 2025

LAS EVOCADORAS RUINAS DE SAN ADRIÁN DEL MADERO.

 

“El valor de una civilización se mide no por lo que
sabe crear, sino por lo que sabe conservar”.

Édouard Herriot


El 15 de enero, un día frío, tomamos la dirección de Valdegeña, pues allí se encuentra nuestro siguiente objetivo. Era el primer viaje del nuevo año buscando iglesias románicas abandonadas y abiertas al cielo.

No nos extenderemos en la forma de llegar a esta población, pues sería repetir lo que escribimos en el artículo dedicado a San Román. Tampoco lo haremos sobre el municipio pues ya quedó escrito en el mismo texto.

En Valdegeña nos esperaba Nicolás Ruiz Lázaro con quien habíamos compartido espacios en las aulas del I.E.S Antonio Machado. Fuimos, entonces, sus profesores y, en esta ocasión, invertidos los términos, era él quien iba a enseñarnos lo mucho que sabe y nosotros a tratar de ser buenos alumnos y a aprender.

No sabemos si vivir en Valdegeña donde Nicolás compró una casa es un reto o un acto de amor. Quiso enseñárnosla, pues la ha levantado él, con los restos de otras obras caídas, con ayuda de amigos, pues han pasado por allí más de cien personas para echar una mano, y, sobre todo, con pasión. La casa está sin acabar, y su conclusión significará para Nicolás su partida, probablemente a Argentina. Nicolás se ha servido del sistema workaway, por el que se ofrece alojamiento a cambio de ayuda. Dos jóvenes polacas, Ola y Julia se hospedaban ese día en su casa y se prestaron a acompañarnos. 


El camino hasta las ruinas, enclavadas en el Madero, es de difícil acceso para los automóviles. Los seis nos dividimos en dos coches para realizar el primer tramo del camino. Desde allí, aunque muy apretados, utilizamos una furgoneta del hermano de Nicolás capaz de vencer las rampas, los baches y barranquillos que el camino nos fue mostrando. El sendero nos llevó hasta el paraje de Las Dehesillas donde se cruza con el camino que sube desde Castellanos del Campo. En este lugar apareció ante nuestros ojos un bosque de quejigos adehesado y muy cuidado, con ejemplares centenarios, alguno de ellos con troncos de más de 5 metros de grosor. Desde este punto nos dirigimos hacia el norte hasta llegar a una nueva bifurcación: hacia el noroeste, camino a una antigua explotación minera y hacia el noreste, dirección a San Adrián. Al final de la ascensión, junto a las ruinas de una caseta de las antiguas explotaciones mineras, dejamos el coche y descendimos hacia las ruinas por un camino salpicado de piritoedros bastante regulares que el sol hacía brillar y destacar.

Los restos de esta iglesia de San Adrián fueron dados a conocer en 1979 por Clemente Sáenz Ridruejo quien publicó el artículo: “La iglesia de San Adrián en la Sierra del Madero” en el número 58 de la Revista Celtiberia, “con el único objeto de darlo a conocer”. Localizó estas ruinas, en terrenos de Villar del Campo, a escasos cuatro kilómetros del despoblado de Castellanos del Campo. Hace 46 años, don Clemente Saénz se encontró con un monte cuyas laderas estaban deforestadas. Hoy la menor presión ganadera y humana ha revertido la situación y el bosque es denso e intrincado.

Existe sobre esta iglesia una referencia documental, fechada en 1123 en la que se menciona que Alfonso I, el Batallador, hacía entrega al monasterio de San Millán de la Cogolla de la “ecclessiam Sancti Adriani que est in Valle Iaen, in termino de Soria”; este Valle Iaen es sin duda Valdegeña. La tradición oral y las leyendas vinculan estas ruinas a los templarios, determinando que en ellas existió un convento y que por eso a este pago se le conoce, en la comarca y en los mapas cartográficos del Instituto Geográfico Nacional, con el nombre de “El Convento”. Conviene recordar que la última explotación minera de galena argentífera, que existió cerca de estas ruinas hasta 1965, se denominaba San Adrián de los Templarios.
¿Pero qué hacía este inmueble en mitad de ninguna parte y a casi 1.300 m. de altitud? Sin duda la existencia de un manantial es necesaria en cualquier instalación conventual. Además de este condicionante, el deseo de retiro de los monjes, la “huida del mundanal ruido”, y el tratarse de un lugar próximo al denominado Cordel de Ganados del Convento de San Adrián por la Cuerda de la Sierra del Madero, pudieron ser algunos de los factores que incidieron en su localización. Nicolás nos explicó, además, que al lado de estas ruinas existió una explotación minera y que es muy posible que ambos ámbitos, el minero y el religioso, tuvieran algún tipo de conexión. La suma de todos estos factores, sin duda, propiciaron este asentamiento monástico; algo que hoy nos cuesta entender, tan apartado del mundo, y con esas dimensiones.

Abandonando la senda y dejando a nuestra derecha los residuos de una pequeña explotación minera, nos encontramos con los escasos restos de la iglesia, escondida entre la maleza y rodeada de un bosque tupido. Lo primero que vimos es su fuente, construida con lajas y con el vano adintelado, de la que mana un pequeño caudal encauzado en una canalización moderna. La fuente estaba muy cerca del hastial de poniente de la iglesia. Hacia el este, y ya en el interior de la antigua iglesia aparecen los restos de un chozo de pastores construido con la misma técnica, pero ya sin techumbre. Esto nos alertó de la posible utilización como majada de estas ruinas cuando quedaron abandonadas en los siglos pasados. Hacia el norte de estas dos edificaciones destaca, entre una muralla de zarzamoras, el muro septentrional de la iglesia.

Sus entrañas están pobladas de zarzamoras, aliagas, quejigos, encinas y un acebo. Para guiarnos en este amasijo de ruinas y vegetación seguimos lo escrito por Clemente Sáenz Ridruejo en 1979, Pedro Luis Huerta Huerta en 1999 y por un plano, muy detallado, publicado por Santiago Lázaro Carrascosa en 2010, en el que se aventura a planimetrar la iglesia y varias dependencias conventuales. Estas guías nos sirven para hacernos una idea de lo que estábamos viendo y de lo que allí hubo en un pasado bastante lejano. Del antiguo convento que albergaba la iglesia apenas queda nada, y, sin embargo, todavía podemos ver las entradas a los túneles de las minas de plomo con vetas argentíferas.

Se marcan, sin embargo, como si fueran restos de un esqueleto, los tres ábsides en su cabecera, y nos sorprendieron las dimensiones de estos. La construcción se hizo mayoritariamente con lajas de arenisca del entorno, colocadas a soga, y unidas con mortero de cal y arena. Estos restos nos llevan a entroncarlos con los que hemos visto al otro lado de la Sierra del Madero, en Tierras Altas, desde la iglesia de Rabanera en Ventosa de San Pedro hasta las construcciones de Castillejo de San Pedro.

Lo que mejor pudimos apreciar es el muro del ábside de la Epístola, que conserva casi todo su perímetro y se encuentra libre de vegetación. En su interior se puede ver parte del antiguo enlucido. Apartando zarzas y arbustos, logramos acceder al interior del ábside del lado del Evangelio, dominado por un fuerte acebo. Allí podemos apreciar la disposición del ábside principal que en 1979 contó, según cuenta don Clemente Saénz, con una prolongación a ambos lados del arco triunfal a modo de cancel, solución que no vemos en otros templos sorianos, pero que relaciona esta iglesia con las del Pirineo oriental. Hoy, de aquellos grandes sillares que cerraban la capilla mayor solo queda, caído, el del lado norte; mientras que la tupida vegetación no permite ver lo que hay en el lado meridional. 

Entre los grandes montones de piedra en que se ha convertido este convento destacan buenas piedras sillares de arenisca trabajadas a hacha, así como bastante piedra toba, que nos hacen pensar en una cubierta abovedada para la cabecera. Siguiendo lo que hemos visto en tantas iglesias del rural soriano, la cabecera estaría abovedada, mientras que las tres naves lo harían con una cubierta de madera, desconociendo como fue la separación de las tres naves.

Sabemos por la descripción que de ellas hizo don Clemente Sáenz, que varias columnas toscas llegaron hasta el pueblo de Trévago, desconociendo si siguen allí custodiadas. Nicolás también nos informó de que en el Museo Etnográfico de Valdegeña se expone un sillar, quizás romano, con una inscripción en latín, que llegó a la localidad procedente de estas ruinas. Seguro que, en un futuro no muy lejano, nuestro antiguo alumno realizará un estudio de él, que sin duda añadirá valor para el conocimiento de este espacio.

Según el SIGPAC, estas ruinas se encuentran en el interior de una parcela privada de 127,41 hectáreas, la mayoría de matorral. Avanzado el siglo XXI estas ruinas necesitan y merecen una limpieza e intervención arqueológica que daría a conocer como fue la planta del inmueble, así como las posibles dependencias del convento situadas hacia poniente. Por el lugar en que se encuentran es una labor ardua y complicada, pero la intervención arqueológica aportaría conocimiento y riqueza patrimonial al entorno.

Las vistas desde este lugar elegido por los monjes son preciosas. Algo bastante habitual. Aún deben de ser mejores desde la torre de vigilancia contra incendios ubicada en lo más alto, junto a los gigantes aerogeneradores que la empequeñecen.


Nicolás también nos condujo hasta la última explotación de galena argentífera. Antes de llegar a ella se puede ver un gran estanque y una canalización de agua que la antigua explotación construyó para poder lavar y cribar el mineral. Además, nos contó que el mineral se bajaba en sacos y en todo terrenos hasta la N-122 y desde allí con camiones hasta la fundición de Linares (Jaén). Hoy impresiona la gran boca mina, así como el acopio, ladera abajo, de los residuos mineros.

La bajada la hicimos igual que la subida, todos apretados, pero eso no nos impidió gozar de la visión del bosque de esos quejigos desnudos, en una imagen casi fantasmal.



BIBLIOGRAFÍA:

- DÍEZ SANZ, Enrique y GALÁN TENDERO, Víctor M. (2012): Historia de los despoblados de la Castilla Oriental. Tierra de Soria siglos XII a XIX. Ediciones de la Excma. Diputación Provincial de Soria, colección Temas Sorianos nº 56. Página 340

- HUERTA HUERTA, Pedro Luis (2002): Villar del Campo. Ruinas de San Adrián del Madero en Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria, vol. II. M.Á. García Guinea y José M.ª Pérez González (dirs.), Aguilar de Campoo, Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios del Románico, pp. 1247-1248.

LÁZARO CARRASCOSA, Santiago (2010): Trébago un pueblo soriano. Edita Excma Diputación Provincial de Soria, colección Paisajes, lugares y gentes.

- MADOZ, Pascual (1846-50): Diccionario geográfico-estadístico-histórico. Edición facsímil de los textos relativos a la provincia de Soria. Edita Ámbito ediciones SA y Diputación de Soria, 1993. Imprime Gráficas Ortega SA Valladolid.

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana. Madrid. Editora Nacional.

- RETUERCE, Manuel y COBOS, Fernando (2004): Fortificación islámica en el alto Duero versus fortificación cristiana en el alto Duero, en el libro Cuando las horas primeras. En el milenario de la Batalla de Calatañazor. Colección Monografías

SANZ PÉREZ, Eugenio (2003): El yacimiento de galena argentífera de San Adrián de los templarios (Sierra del Madero, Cordillera Ibérica, Soria), Revista Celtiberia Nº97. Soria, Centro de Estudios Sorianos, pp. 507-522.

SÁENZ RIDRUEJO, Clemente (1979): La iglesia de San Adrián en la Sierra del Madero. Revista Celtiberia, Nº 58. Soria. Centro de Estudios Sorianos, pp. 281-285

domingo, 26 de enero de 2025

LOS DESCARNADOS RESTOS DE SAN NICOLAS, SAN MIGUEL Y SU BELLO TÍMPANO.

 

“Dos calles cuyo nombre no admite engaño -Bajada a la Arboleda y la calle
de la Hoz- llevan al parque fluvial, donde se observan los escarpes
de la fortaleza y pueden verse los restos del acueducto
que servía para subir agua al castillo”.

Corazón de roble. Ernesto Escapa


A quienes siguen nuestras entregas sobre estas iglesias románicas “sin techo” les sorprenderá un segundo artículo sobre Berlanga. Y es que la villa merece eso y más. En el artículo anterior nos centramos, de modo especial, en la iglesita de San Juan, ubicada en el interior del primer recinto amurallado. Contábamos, entonces, que fueron diez las iglesias románicas que se levantaron en la localidad, y, con cuyas piedras, en 1526, los Señores de Berlanga, María de Tovar e Íñigo Fernández de Velasco decidieron levantar la impresionante Colegiata de Santa María del Mercado; pasando la localidad de tener diez iglesias a una. Para ello tuvieron que desacralizar las diez iglesias y desmontarlas. Mientras se realizaban las obras de la Colegiata y el desmontaje de los muros, era necesario tener una de ellas levantada para el mantenimiento del culto. Esa función le correspondió a la iglesia de San Gil, que fue la última que sufrió el derribo.

Decíamos que, si bien la entrega anterior se centró en la iglesia del San Juan, esta lo hace en las de San Miguel y San Nicolás, iglesias de las que todavía quedan restos que nos ayudan a imaginárnoslas, deteniéndonos, también, en el tímpano que hoy luce en la puerta de entrada del convento de las monjas Concepcionistas.

Conchi y José Luis, nuestros cicerones de la Asociación Amigos del Castillo de Berlanga de Duero, nos informan de lo que el escribano Hernando de Santa Fe dejó escrito en un documento conservado en el Archivo de la Colegiata de Berlanga. En él se puede leer cómo fue la procesión realizada el 9 de marzo de 1526 en la Villa de Berlanga, que recorrió nueve de las diez parroquias medievales para su desacralización. Tan solo permanecerá en pie, unos años más, tal y como hemos apuntado con anterioridad, la iglesia de San Gil, que acogería la feligresía hasta 1530, momento de la consagración de la nueva iglesia-colegiata de Santa María del Mercado.

Desde la Oficina de Turismo de Berlanga de Duero, Conchi y José Luis nos guían por la calle de la Hoz hasta el cruce con la calle de La Bajada a la Arboleda, donde ya se pueden ver los restos de la antigua parroquial de San Miguel. Mientras caminábamos hacia el lugar, nos hablan con entusiasmo de la historia de Berlanga y del trabajo de la Asociación para recuperar la memoria de la villa y del palacio de los Marqueses de Berlanga. En cada uno de los últimos veranos la Asociación ha acometido una intervención arqueológica, además de ayudar en la publicación de varios libros. Ya hace unos años que colocó unas placas de metacrilato que informan al viajero de la localización de las 10 iglesias medievales con las que contó la villa. Precisamente la que informa de la localización de San Miguel ha sido vandalizada. Desde ese mismo cruce subimos al cerro de las Pedrizas por un canchal de piedra caliza.

En lo más alto de este pequeño, pero escarpado cerro, aparecen los restos de lo que fue la cabecera de la parroquia de la collación de San Miguel. La fábrica que ha llegado a nuestros días es de mampostería de piedra caliza unida con mortero de cal y arena, pero si observamos con detalle el exterior del ábside, todavía podemos ver la impronta que dejaron los sillares arrancados y que irían a parar a la nueva colegiata. En estas ruinas todavía persiste lo que fue el ábside semicircular, donde todavía se puede distinguir la cimentación del presbiterio y de lo que fue el arranque de la nave. La nave está asentada sobre la roca madre. Precisamente desde lo que fue la nave se pueden disfrutar de unas vistas estupendas de la villa de Berlanga, su colegiata, su castillo artillero, sus murallas, así como las “Tres Cruces” del camino del Calvario, recientemente recuperadas por la Asociación Amigos del Castillo de Berlanga, y desde donde cada 3 de mayo se bendicen los campos.

Los investigadores Roberto de Pablo, Francisco J. de Pablo y Cristina Santos sostienen que el tímpano reutilizado en la puerta norte del Monasterio de las monjas Concepcionistas Franciscanas pudo proceder de esta parroquia. Se basan en la representación del arcángel San Miguel en la escena del pesaje de las almas o Psicostasis; aunque bien podría proceder de otra parroquia, especialmente de la de San Gil que fue la última en ser derribada y que, por proximidad, podría ser su origen. En cualquier caso, la calidad escultórica de este tímpano con restos de su policromía original entronca con cuadrillas de canteros muy conocedores de lo que, a finales del siglo XII, se estaba haciendo en la catedral de El Burgo de Osma y también de la actividad en Silos.

En la actualidad, es sin duda, el resto escultórico más importante de Berlanga de Duero y uno de los
nueve tímpanos románicos que han llegado hasta nuestros días en la provincia de Soria, y para muchos investigadores, uno de los de mayor calidad escultórica. La excelencia de este tímpano se corresponde con los restos escultóricos que se conservan en el moderno Centro de Interpretación de San Baudelio. Dovelas perteneciente a arquivoltas románicas decoradas con taqueado jaqués, con decoración romboidal y otra con palmetas y cabezas de leones, que es el que ha utilizado la Asociación de Amigos de Castillo de Berlanga para enmarcar las placas de metacrilato que nos informan de la localización de las iglesias medievales; capiteles románicos entre los que
podemos destacar el decorado con roleos vegetales enmarcando una figura antropomorfa, asi como los restos de otro decorado con una labor de cestería trenzada; un canecillo con modillones de rollo, así como varias estelas medievales. Algunos de estos restos aparecieron en los años 70-80 del siglo XX durante las obras de reparación del tejado de las capillas de la Colegiata, que se dejaron amontonados y que algunos vecinos recogieron, y que ahora han sido cedidos para su exposición; otros muchos han aparecido durante obras de reparación o demolición de distintos inmuebles de la villa.

Conchi y José Luis nos guían hasta las Eras Altas, disfrutando del callejero y su historia, deteniéndonos en la fachada de la iglesia del antiguo convento del Monasterio de las monjas Concepcionistas Franciscanas, en donde destaca el tímpano románico. La falta de sensibilidad de los años sesenta del pasado siglo provocó la perdida de muchísimo patrimonio no solo en Berlanga y Soria, sino en todo el territorio nacional. Nos recuerdan que en esta iglesia se sustituyó el artesonado, quizás el original del siglo XVI, por una nueva cubierta. La Asociación también está preocupada por el paradero del patrimonio mueble con que contaba el convento, pues las monjas cerraron el inmueble y se fueron a Ágreda, donde seguro que llegó todo el conjunto de retablos, relicarios y alhajas de la orden, pero ningún berlangués sabe nada del paradero de ese Patrimonio.

Al sur de los muros que cierran el antiguo convento se encuentran las Eras Altas, que estuvieron empedradas y en ellas, cuando llegaba el verano, se trillaba. Hoy la hierba recubre todas ellas. Desde lo alto, Conchi, mirando al mediodía, recita de corrido a Ortega y Gasset: “Por tierras de Sigüenza y Berlanga de Duero, en días de agosto alanceados por el sol, he hecho yo —Rubín de Cendoya, místico español— un viaje sentimental sobre una mula torda de altas orejas inquietas. Son las tierras que el Cid cabalgó. Son, además, las tierras donde se suscitó el primer poeta castellano, el autor del poema llamado Myo Cid”. Las vistas sobre la cerca vieja, las ruinas del palacio, la fortaleza artillera y el castillo medieval son evocadoras. Allí nos encontramos con los restos de lo que pudo ser la antigua parroquial de San Nicolás. Se puede ver la estructura semicircular del ábside construido con mampostería unida con mortero, que sin duda correspondió al ábside de la primitiva iglesia. Con la cabecera orientada al este, todavía podemos distinguir la cimentación de parte de ábside, el tramo recto de un corto presbiterio y el inicio de la nave.

Al norte y al este de estos restos, los berlangueses sacaron arcilla para la construcción de adobes en la primera mitad del siglo XX, dañando parte del yacimiento arqueológico. Nos cuentan que durante esas extracciones de tierra aparecieron algunas tumbas de lajas, restos óseos y un sarcófago de piedra, que fue reutilizado en una fragua de Berlanga de Duero enclavada en la Calle Nuestra Señora de las Torres, muy cerca de la Puerta de Aguilera.

Estos dos restos de iglesias medievales que hoy presentamos merecen ser consolidadas para que no desaparezcan totalmente, así como una excavación arqueológica que otorgue más luz a este pasado glorioso de la villa de Berlanga de Duero. Seguro que la Asociación en un futuro no lejano intervendrá en estos restos. El inicio del trabajo ya está hecho con el estudio, la localización y la señalización de las 10 iglesias medievales.


Nuestros cicerones nos llevan en un recorrido por el callejero hasta la plaza mayor, pasando antes por la claustra, la localización de San Gil, el atrio renovado de la Colegiata y, recorriendo después, con pesadumbre, la Calle Real. Nos recuerdan el empuje comercial que tuvo la calle en un pasado no muy lejano: el palacete de la Duquesa de Castejón, que durante la Guerra Civil española sufrió un grave incendio después de ser ocupado por tropas italianas, recuperado recientemente por una familia madrileña; la vieja cárcel y el edificio de teléfonos, la vieja sastrería que los antepasados de Conchi regentaron desde el siglo XVIII. Entramos en la Ferretería Úbeda, la más antigua de la provincia regentada por Rosa Calavia, vemos el alfarje del hotel Fray Tomás,… y por supuesto hablamos de Agustín Escolano que desde 2003 dirige el Centro Internacional de la Cultura Escolar (CEINCE), enclavado en un bello palacio renacentista que, en el pasado, perteneció a la familia de don Emilio Mozo de Rosales, Marqués de Mataflorida.

Para cerrar el artículo queremos mostrar nuestra satisfacción por la noticia de que la Asociación de Amigos del Castillo de Berlanga, que tanto interés y preocupación muestra por el patrimonio de su localidad, haya conseguido una ayuda de 90.000 € que otorga la Junta de Castilla y León para la gestión y consolidación de la Cerca Vieja. Enhorabuena.

BIBLIOGRAFÍA

- De PABLO MARTÍNEZ, R. (2022): SAPIENTIA AEDIFICABITVR DOMVS ET PRVDENTIA ROBORABITVR. El Palacio de los Marqueses de Berlanga. Berlanga de Duero. Edita: Asociación de Amigos del Castillo de Berlanga. Coedita. Diputación de Soria.

- De PABLO MARTÍNEZ, R., DE PABLO ORTEGA. F.J., y SANTOS OZORES, C. (2013): Las antiguas iglesias de Berlanga: entre la arqueología y la documentación escrita. Soria, Celtiberia, CES del CSIC, nº 107.

- MADOZ, P. (1850): Diccionario geográfico-estadístico-histórico. Edición facsímil de los textos relativos a la provincia de Soria. Edita Ámbito ediciones SA y Diputación de Soria, Imprime Gráficas Ortega SA Valladolid, 1993.

- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana. Madrid. Editora Nacional.

- NUÑO GONZÁLEZ, J. (2002): Berlanga de Duero, en Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria, vol. I. M.Á. García Guinea y José M.ª Pérez González (dirs.), Aguilar de Campoo, Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios del Románico, pp. 225-227.
 
- ORTEGA Y GASSEJ, J. (1976) Tierras de Castilla. Notas de andar y ver. Ediciones de Arte y Bibliografía. Madrid.