“Llegar a un pueblo, ir hacia la derecha, luego girar a la izquierda, tener la sensación de que ya has visto la mitad, y no haber encontrado, todavía, a nadie . . . El silencio, aquí, parece más fuerte que cuando, hace unos pocos minutos, andábamos por el campo”.
A pie por Castilla. Josep Maria Espinàs
La mañana del siete de febrero se presentó terriblemente fría
y las predicciones no auguraban una mejoría. Salimos de Soria con un grado
negativo pero, así como nos alejábamos, en dirección suroeste, el termómetro fue
bajando hasta los -4, y no pasamos de +4 en el tiempo que duró nuestro
recorrido.
Para llegar a Mosarejos hemos de invertir una hora aproximada
de automóvil. La autovía hacia Madrid nos llevará hasta el cruce con la SO-100,
carretera, que atravesando Quintana Redonda, Fuentepinilla y Andaluz, nos
conducirá a una rotonda abierta para cruzar la CL-116 en dirección a Berlanga
de Duero. En esta localidad, a la altura de la Puerta de Aguilera, tomamos un
cruce a la derecha hacia la carretera SO-P-4137, que nos llevará hasta
Recuerda. Es allí donde debemos coger la carretera SO-160 para que nos acerque
a un desvío que por la SO-P-4129, entre sabinares, encinares y los valles del
Arroyo de Fuente Arenaza y del Estepar, que forman dos pequeños y bonitos
cañones, nos situará en Mosarejos.
Las tierras de Mosarejos fueron de señorío y ligadas a la
Comunidad de Villa y Tierra de Gormaz desde su conquista cristiana en 1060.
Cuando los señoríos acabaron, en el siglo XIX, pasó a ser municipio y nunca
llegó a alcanzar los 100 habitantes. Posteriormente pasó a integrarse en el
ayuntamiento de Recuerda. Hoy viven en Mosarejos dos vecinos, que mantienen el
pueblo limpio y aseado.
Cuando entramos en el pueblo, la
imagen es desoladora. Muchas de las casas están en ruinas, y solo dos o tres
parecen habitadas o en condición de habitarse. Mosarejos es casi un despoblado
sin solución, un pueblo deshabitado. Las casas ya citadas y un gran almacén,
casi nuevo, son las únicas y resistentes señales de vida humana en el lugar. En
lo que debió ser la plaza, resisten los muros de lo que fue el ayuntamiento y
la escuela, ya con el tejado hundido. A mediados de los años 80 del pasado
siglo existió un proyecto, que no salió adelante, para introducir agua
corriente y red de alcantarillado en las viviendas. Esto acabó por expulsar a
los pocos vecinos que aún resistían y dificultó que conservaran sus casas como
segundas residencias.
Una torre palomar y las ruinas de la
iglesia objeto de este artículo son lo más reseñable. El pueblo se estructura
en dos barrios: de Arriba y de Abajo, separados por unos 150 metros. La
iglesia, situada en el Barrio de Abajo, estuvo consagrada a Santo Tomás Apóstol.
Por una fotografía vista en el blog “Los pueblos deshabitados” de Faustino
Calderón, sabemos que en 1996 el inmueble contaba con casi toda techumbre.
El templo es de una única nave, con
cabecera cuadrada y espadaña que todavía siguen en pie. Adosados al muro sur,
encontramos un pórtico y la sacristía. Propiamente románicos son: los muros de
la nave, ejecutados en encofrado de cal y canto, sin sillares en las esquinas,
entrecruzándose las tongadas entre un muro y otro; la portada en el muro meridional, y el muro que rodea el atrio, en el que
se han utilizado sillares medievales. En este muro aún podemos observar
sillares labrados a hacha, dovelas aboceladas, así como un alquerque de a doce.
En tiempos más modernos, quizás avanzado el siglo XVI, se modificó la cabecera,
ejecutándose en mampostería con sillares en los esquinales y desapareciendo el
arco de gloria románico. La espadaña, coronada a piñón con cruz, se recreció en
buena sillería con dos troneras. Los muros de la nave fueron recrecidos,
perviviendo en el muro sur 18 canecillos de nacela sin cornisa, que nos indican
la altura de la nave románica.
En esta gran reforma de finales del
siglo XVI, tanto cabecera como nave se cubrieron con un artesonado, del que
solo se ha podido salvar el ochavado de la cabecera. Cuentan los vecinos que el
último párroco con el que contó Mosarejos, D. Luftolde Gonzalo Andrés, que
venía de Recuerda y que también asistía la parroquia de Galapagares, solicitó
ayuda para salvar la cubierta de Santo Tomás, pero no se la dieron y no pudo
hacer nada por salvar esta joya. El artesonado de la nave, con la caída del
tejado a partir del invierno de 1996, se perdió; sin embargo, a pesar de los
daños sufridos, en 2008 se desmontó el artesonado ochavado del ábside, se
restauró y se expuso en las Edades del Hombre de Soria, “Paisaje Interior” de
2009; en 2013 se instaló en el Museo Catedralicio Diocesano de Burgo de Osma.
Se accede a su cabecera absidial a
través de un gran arco despojado de cualquier ornamento. Todavía se puede ver
la cicatriz que dejó el retablo que la presidía y parte del altar de obra. El
solado es de buena sillería y allí, encogida en un rincón, como el propio
pueblo, se ha depositado la pila bautismal que estuvo a los pies de la iglesia,
debajo del coro. Tiene forma de copa, con una embocadura tan deteriorada que no
se puede deducir cuál fue su decoración; por debajo, un friso de arquillos
peraltados que dan paso a gallones sobre un pie cilíndrico estriado. Esta pila
es muy parecida, pero de mejor calidad, que la que se conserva en la parroquial
de Fresno de Caracena.
El muro sur experimentó muchos
cambios y modificaciones, pues en su atrio se situarán, a lo largo de su
historia, varias dependencias, que habrían de transformar el lugar abierto en
un espacio cerrado construido en mampostería. Ese pórtico, en algún momento, se
dividió para construir allí dos dependencias a ambos lados de la portada. En su
parte este se adosó la sacristía en la planta baja, y una troje en la superior.
Este granero se habría de convertir en los años sesenta del pasado siglo en el
teleclub, con acceso desde el atrio a través de una escalera. Aquí se abre la
portada, en un cuerpo adelantado en buena sillería, con arco de ingreso liso,
dos arquivoltas y una chambrana. La primera arquivolta es de bocel, entre
medias cañas. Esta descansa sobre columnillas acodilladas y capiteles que
fueron expoliados, hoy reconstruidos. La segunda es de chaflán con una cadena
en ocho que todavía conserva parte de su policromía. La chambrana se decora con
un ajedrezado, al igual que cimacios e impostas. La portada se protege con
tejaroz con cornisa achaflanada, decorada con toscas rosetas y sostenida por
canecillos de proa de barco.
En 2012, se produjo el expolio de los
dos capiteles con sus cimacios y columnas de la portada. Tras ello, la Junta de
Castilla y León procedió a la limpieza y consolidación de estas ruinas, a
través del Proyecto Cultural Soria Románica, cubriendo ábside, sacristía y
rehaciendo el atrio a su antiguo volumen. Esta estructura recrea el pórtico de
la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Castillejo de Robledo.
Antes de abandonar el atrio destacan
las múltiples cruces de almagre que aparecen en sus muros perimetrales. Al
exterior nos llama la atención el pequeño y muy cuidado cementerio, así como la
ventana absidal, dispuesta entre el segundo piso de la sacristía y la cabecera,
que iluminará los dos espacios.
La consolidación de estas ruinas en
2014 fue modélica, pero pasados nueve años ya se observan deterioros,
especialmente en los muros internos de la nave abierta al cielo, debidos a la
acumulación de agua, el lavado de los enfoscados y el deterioro en general. Así
mismo, en el lado occidental del atrio, el agua mana por debajo de la espadaña como
el mejor manantial. Por otra parte la cartela que nos informa del proceso de
consolidación tiene un código QR que ya no funciona, y que quizás convendría
revisar. Hay ruinas que merecen un poco más que una consolidación, y creemos
que esta es una de ellas. Ejemplos no faltan en Soria, ahí tenemos Osonilla,
Velamazán o Castillejo de Robledo.
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