Nos cuenta Gonzalo
Martínez Díez que el lugar perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de
Calatañazor, Comunidad que permaneció inalterable hasta el siglo XIX. La
parroquial se asienta sobre una pequeña loma al sur de la localidad. En la
actualidad La Barbolla es un despoblado dependiente de Quintana Redonda. Según
leemos en el blog: Los pueblos deshabitados de Faustino Calderón el
lugar de despobló en 1996 cuando el último matrimonio marchó a Soria. A pesar
de la ruina generalizada hay alguna vivienda en buen estado, así como alguna
nave agrícola. Al menos el cementerio se ve cuidado.
La pequeña
iglesia es un claro ejemplo del románico rural, abrazada al sur por un atrio
que resiste con dignidad el paso del tiempo, con algún pequeño desprendimiento
en el muro de mampostería y con césped natural. A simple vista y mirando desde
el sureste todo está en su sitio. Una iglesia románica con ábside semicircular,
presbiterio recto, espadaña a poniente y portada cubierta con portalillo al
Sur. En el lado meridional del ábside, yace arrumbada una lauda sepulcral, de
la que ya se ocupó Jaime Nuño González en el Catálogo Exposición “Soria
Románica. El Arte Románico en la Diócesis de Osma-Soria” de 2001, así como una
pequeña huesera (presbiterio sur) rematada con elementos del antiguo tejaroz.
Este zócalo de mampostería lo vemos en la sacristía y a lo largo del muro norte de la nave. El inmueble se
ejecutó en mampostería con sillares en los esquinales. Para salvar el desnivel,
el ábside se asienta sobre un zócalo de mampostería sobre el que se superpone
una hilada de sillería, no nivelada, rematada con bocel, que aparentemente se
prolonga por el tramo del presbiterio, pues la huesera por el lado meridional y
la sacristía por el lado Norte nos impide ver. El muro absidal es fuerte y en
el centro observamos una pequeña aspillera, que iluminó el recinto hasta que se
decidió instalar el retablo barroco, por lo que se tuvo que abrir una nueva
ventana, en este caso adintelada, en el lado meridional de ábside, que es la
que hoy vemos. El presbiterio recto y ligeramente más ancho que el ábside, al
igual que este se remata con una cornisa achaflanada sostenida por canecillos,
entre los que podemos destacar alguno con cabezas humanas. Precisamente esta
decoración se va a repetir en algunos otros lugares de la iglesia. La nave es
ligeramente más alta y más ancha que la cabecera, habiendo perdido la cornisa,
que hoy se nos muestra con un simple alero de tejas. En el sector occidental se
abrió una ventana adintelada.
En el muro meridional se abre la portada en un cuerpo avanzado de sillería, asentada sobre un podio abocinado sobre el que se asientan columnas y pilastras que acogen las cinco arquivoltas, protegidas por una chambrana. Toda la portada se cubrió con una gruesa capa de cal, capa que a duras penas nos deja ver la decoración de las arquivoltas. En el arco de ingreso dos dovelas ejercen la misión de clave, decorándose la más oriental con un crismón. Las columnillas exteriores son de madera, entendemos que el deterioro de las originales provocó la utilización de este material que se cubrió con una capa de cal y arena.
En el muro de
poniente, que también contó con una pequeña ventana adintelada, hoy tapiada, vemos la espadaña que
se estrecha en altura y se remata con bolas. Se abren dos troneras para las
campanas, en la actualidad con serio peligro de derrumbe, rematándose el
conjunto con decoración de bola, veleta y cruz.
Accedemos al
interior a través de dos escalones de piedra, en los que seguramente se
reutilizaron sillares del tejaroz o de la cornisa de la nave. Al entrar nos
damos de frente con la desolación, en un rincón yacen arrumbados los pendones y
un estandarte, que lucieron en las procesiones y rogativas del Cristo de la
Piedad y de la Virgen del Rosario. La cubierta se hace a dos aguas con
estructura de madera, hoy seriamente dañada. Podemos decir que los huecos del
tejado iluminan más el espacio que las ventanas, los retablos ya sin imágenes
amenazan con derrumbarse. Todo el espacio aparece fuertemente encalado, excepto
el zócalo que está pintado de color azul, que nos recuerda el poema “Azul de azules” de Gerardo Diego. El
ábside se cubre con bóveda de horno ligeramente apuntada y el presbiterio con
bóveda de cañón apuntada, apoyadas ambas en una imposta achaflanada. En el lado
norte del presbiterio se abre la sacristía, en la actualidad sin cubierta, los
escombros bloquean la puerta y nos impide el acceso.
A los pies de
la iglesia dos pequeños habitáculos sobre los que se asienta un coro sencillo y
la subida al campanario. En uno de los habitáculos encontramos una pila
románica de gallones cóncavos y cenefa vegetal apoyada sobre columna y sobre
una escalinata circular de doble peldaño.
Hoy no sentiríamos esta desolación si se hubiera ejecutado la obra de de consolidación prometida en 2008, cuando el Obispado de Osma-Soria en colaboración con el Ayuntamiento de Quintana Redonda, municipio al que está adscrito La Barbolla, se comprometieron a intervenir con 24.000 euros. Esta actuación no se llevó a efecto, pero se intentó incluir al inmueble dentro del plan de Recuperación del Patrimonio Soria Románica. Sin embargo, el Proyecto “Soria Románica” desapareció y con él las expectativas de supervivencia de esta pequeña joya.
Al abandonar el pueblo la gran iglesia de Revilla de Calatañazor, ya abierta al cielo, vigila de forma poderosa nuestra huida.
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