domingo, 15 de agosto de 2021

El imposible de la reconstrucción de San Bartolomé de Sarnago.

  “Y, entonces, sobrecogidos, casi sin ánimo para acercarse a ella, contemplarán de
lejos el pórtico invadido de zarzales, las maderas podridas, el tejado vencido y
el sólido bastión de la espadaña que todavía se yergue sobre la destrucción
y la ruina de la iglesia como un árbol de piedra…”

La lluvia amarilla. Julio Llamazares

Era un viernes frío de marzo cuando fuimos a visitar Sarnago en las Tierras Altas de Soria. Para llegar es necesario dirigirse a Garray, y luego desviarse hacia Oncala y San Pedro Manrique. En esta última localidad, en la carretera que la une con Matalebreras, un cartelito señala la dirección de Sarnago; a la derecha, sobre un teso, vigilan nuestro camino las ruinas de San Pedro el Viejo, otra iglesia abierta al cielo, de tradición templaria. A unos cuatro kilómetros, por una carretera que asfaltaron, tras solicitarlo durante ochenta años, se encuentra el pueblecito de Sarnago, al norte de la Sierra de Alcarama. Son estas tierras, limítrofes con La Rioja, de un paisaje duro y ondulado. Sarnago llegó a tener categoría de municipio en el siglo XIX, y casi alcanzó los 500 habitantes en el primer tercio del XX. A finales de este siglo, ya en plena crisis demográfica, propiciada por la desaparición de una ganadería próspera y el cambio de uso de la tierra, se integró en el municipio de San Pedro Manrique. Las nuevas repoblaciones forestales ayudaron en su huida a una población que no veía un futuro digno para sus hijos. Aurelio Sáez fue el último habitante de Sarnago. Falleció en el hospital de Soria un 23 de abril de 1979, nadie reclamó su cadáver. Fue su último vecino quien inspiró a Julio Llamazares para escribir “La lluvia amarilla”.

Pero siempre hay alguien que se resiste a que sus pueblos mueran. Y este es uno de esos casos que de la nada, con tesón y cariño, una asociación ha conseguido volver a poner sangre en un pueblo donde sólo había soledad y abandono. La muerte de Aurelio impulsó la creación de la Asociación de Amigos de Sarnago, con el objetivo claro de no convertirlo en un despoblado, este, hoy, se ha convertido en ejemplo de movimiento asociativo.
Para la visita habíamos quedado con José Mari Carrascosa, presidente de la Asociación. Esta, con más de 200 socios, se resiste a que el pueblo muera, y se ha convertido en el alma de la revitalización del mismo. 
Con lucha y con tenacidad, sus asociados han conseguido el asfaltado de la carretera, la vuelta de la luz eléctrica (1986), el agua corriente (2010), recuperar la Fiesta de las Móndidas, trasladada al domingo más próximo a San Bartolomé (24 de agosto), la edición de una revista, que en 2021 cumple su 14 edición, (las dos últimas en tiempos de pandemia con los aportes de colaboradores a través de la Fundación Goteo), múltiples hacenderas, un recorrido literario, etc. José Mari nos invitó a una visita lenta y pormenorizada por el pueblo. Unos técnicos estaban instalando la entrada inteligente al Museo Etnográfico, ubicado en las antiguas escuelas e integrado en la red Museos Vivos; instalaban una cerradura electrónica que se abre con la introducción de un código numérico. Los dos operarios nos explicaron que para obtener el código y desbloquear la entrada, tenemos que darnos de alta en la web de Museos Vivos y reservar una hora para la visita. Un pequeño vídeo introduce al viajero en el museo. Unas cámaras de vigilancia controlarán la actividad y el buen uso por parte de los visitantes. José Mari, mientras, nos enseñó lo que fue la escuela, la casa del maestro, mil utensilios que algún día fueron útiles y hoy están en desuso, utensilios de un mundo que desaparece no solo de Sarnago, sino de nuestras vidas. En el acceso al museo el visitante puede contemplar las dos campanas que presidieron el día a día del pueblo: la Santísima Trinidad y la San Bartolomé, así como la sencilla pila bautismal románica que los vecinos recuperaron de las ruinas de la parroquial.
Lleno de pasión nos mostró su casa levantada con ilusión con sus propias manos, y nos condujo por calles que eran testigos de la recuperación de otras veinte casas. En el recorrido nos enseñó la vivienda del escritor Abel Hernández, algunas ruinas en sus calles, como la casa del arco (pendiente de recuperación) el empedrado muy bien conservado en “El Callejón de Luis” . . . Todo este trabajo ha sido reconocido por ICOMOS España como “Guardianes del Patrimonio”. Recientemente han adquirido tres solares en ruinas en los que, con paciencia y tesón, quieren edificar una zona coworking y una vivienda para alquilar a personas y trabajadores que quieran vivir en Sarnago.

Llegamos a la iglesia, un edificio sin techo que la asociación quiere como sede cultural y para culto. Entre la Asociación, la Diócesis de Osma-Soria y el Ayuntamiento de San Pedro se necesita un acuerdo de revitalización de ese espacio, pero el acuerdo no llega. Es el dinero necesario, o la propiedad o la desidia lo que impide que allí, otra vez renazca lo perecido. La Asociación lo tiene claro, hay que reconstruir la iglesia e incluso tienen un proyecto para que la parroquial vuelva a ser el “skyline” del entorno, pero no se avanza y se cansan. Sería un hecho insólito, pero hace falta generosidad, incluso han enviado un escrito al Papa Francisco I para que interceda ante el Obispado de Osma–Soria en la cesión de las ruinas. Querer es poder y Sarnago quiere. Es el único ejemplo en Soria en el que el pueblo quiere reconstruir una iglesia y no le dejan. Ilusión no les falta.
Sarnago perteneció al sexmo de Carrascales de la Comunidad de Villa y Tierra de San Pedro Manrique y la parroquial de San Bartolomé, aneja a la de San Miguel de San Pedro, hoy también en ruinas y con función cementerial. La iglesia, consagrada a San Bartolomé, es de una sola nave dividida en tres tramos, presbiterio cuadrado y ábside poligonal, fruto de las transformaciones que se realizaron durante los siglos XVII y XVIII. Restos de la espadaña sostenían el campanario, ya desaparecido. Está construida en mampostería. De la primitiva fábrica románica conserva la portada abierta en el muro meridional, con arco de medio punto y dos arquivoltas lisas, sobre impostas abiseladas. El salmer de la arquivolta de levante ya se ha caído. El ábside poligonal se encuentra posteado y amenaza ruina. De su antiguo mobiliario sólo conservan la imagen del santo titular, que preside la misa de la fiesta de las Móndidas en el atrio parroquial y dos imágenes de escayola; se desconoce qué pasó con el resto; cuando la iglesia colapsó el retablo mayor quedó bajo las ruinas y lo que sobrevivió se sacó en camiones, pero nada se sabe de su paradero.
Terminamos viendo el lavadero, la calera y el banco del atardecer. En estos, bienes públicos no hay problema para la resurrección.

Con la Iglesia, la resurrección es más difícil.




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