“La vega del Ucero tiene unos veinte
kilómetros y está bien labrada. Sirve
al
riego una acequia que aún tiene agua sobrante para llenar en El
Burgo las presas de dos harineras. A la
derecha queda un poco
alto
el terreno, que lleva algunos cereales, y más lejos es de
monte
bajo con colmenares en las colinas. A la izquierda
se
suceden los sotos frescos con prados comunales”.
Castilla la Vieja: Soria. Dionisio Ridruejo.
El destino de esta entrega es conocido en Soria y en muchos lugares de España, no en vano, es uno de los pilares turísticos de la provincia. Nos referimos al Cañón del Río Lobos, y más concretamente a su puerta de entrada: Ucero.
Una de las
rutas más fáciles para llegar a esta localidad es a través de la N-122,
salpicada eternamente por la A-11, como todos los sorianos sabemos. Por ella
llegamos al Burgo de Osma, allí volvemos a deleitarnos con esa torre espléndida,
que junto con otros edificios le dan una marcada personalidad a la ciudad.
Desde allí, dejando atrás la plaza de toros y el edificio de la antigua
Universidad de Santa Catalina, convertido hoy en hotel, nos dirigimos por la
SO-920 hacia el Cañón del Río Lobos, que alcanzamos en un cuarto de hora. Ya en
Ucero, y antes de cruzar el río que lleva su mismo nombre, una calle a la
derecha nos permite llegar a un pequeño aparcamiento, habilitado para facilitar
la visita al castillo, y la iglesia de la Villa Antigua o Ermita del Castillo.
Ucero fue una
localidad de señorío. En el siglo XIII ese señor era Juan González de Ucero, y
tras su muerte, lo heredó su esposa María Meneses quien lo transmitió a su hija
Violante, fruto de la relación que mantuvo con quien sería el rey Sancho IV.
Violante y el Obispado de Osma, que había comprado el señorío, litigaron
durante el siglo XIV por la propiedad del mismo, pero fueron los obispos
quienes se llevaron el gato al agua para convertir esas tierras en un señorío
de abadengo. Así continuó hasta la caída del Antiguo Régimen en el siglo XIX,
momento en el que se convirtió en municipio para no dejar de serlo. A mediados
de esta centuria tenía 150 vecinos. Hoy, incluso con la ayuda que le da el
turismo, no llega a los cien habitantes.
Ucero es un pueblo bien cuidado, de
construcción más irregular que otros de montaña, pero el turismo que le aporta
el paisaje del Cañón del Río Lobos, le da vida y eso se nota en sus edificaciones
y su hostelería.
La visita la realizamos
el 14 de diciembre. Era un día frío y claro, soleado, maravilloso. Desde el
aparcamiento se accede al castillo por una senda de pendiente pronunciada. Este
se encuentra en un montículo dominador del valle estrecho del Ucero. El lugar
ha sido habitado desde la prehistoria, pues se trata de un punto estratégico de
dominio del valle. Desde allí se otea el pueblo actual a sus pies, con sus
colmenares abandonados y se adivina la entrada al Cañón. En esa entrada el Río
Lobos pierde su nombre y acaba su vida al entregarla al Ucero, que aparece
joven y arrebatador de entre las rocas.
En torno al castillo se desarrolló la antigua población de Ucero, que permaneció allí hasta el siglo XV, cuando por litigios señoriales decidieron abandonar el lugar y bajar a la vega. Todavía hoy podemos visualizar parte de la vieja muralla que abrazaba la villa antigua, en cuya cerca se yerguen orgullosas las ruinas de la iglesia románica. La actual vecindad sostiene que esta parroquial estuvo dedicada a San Juan de Ucero; advocación que se trasladó a la actual parroquia del municipio, con apelativo de Bautista. Los despojos de esta iglesia se encuentran sobre un pequeño cerro amesetado. Una ruina expoliada en la que la vegetación natural campa a sus anchas. Ya no queda nada que robar, si cabe esos cuatro canzorros que presiden el hueco de la portada. Al igual que hemos visto en otros inmuebles del Occidente soriano, las sabinas, ese árbol cretácico de tan difícil arraigo, crecen con fuerza, tal vez favorecidos por el pastoreo del ganado ovino, tanto en el exterior como en el interior de estos inmuebles dominados por la ruina.
Los restos de
la iglesia nos muestran que fue un inmueble de gran tamaño, construido con
encofrado de cal y canto, y casi con total seguridad enfoscado con cal y arena
tanto en el interior como en el exterior. Este encofrado ha permitido que el
edificio se encuentre prácticamente fosilizado y que la ruina no avance de
manera galopante. Sin embargo, durante nuestra estancia alguna piedra de la
cabecera se desprendió. Por lo que vemos se trataba de una iglesia con una
nave, casi con toda seguridad cubierta con una techumbre de madera, un presbiterio
recto y un ábside semicircular; estos se cubrieron con bóveda de cañón y con
bóveda de horno respectivamente. En el muro meridional tuvo adosada una
estancia de la que se conservan restos del muro oriental, sin duda un anexo
cerrado del pórtico con acceso desde éste. Pobre, como casi todas las iglesias
y ermitas del románico rural, este encofrado se fortaleció en las esquinas y en
los vanos con sillería. Ésta ha sido expoliada con saña, como en otros lugares
del rural soriano que ya hemos visitado.
El ábside estuvo iluminado por una gran saetera, hoy solo un gran agujero, al igual que los que vemos en el muro meridional y septentrional del presbiterio. La nave se iluminaba con otras dos saeteras adinteladas en el muro Sur y, al menos, otra más en el Norte. La portada se situaba en el muro meridional, como ya hemos dicho, totalmente expoliada; algo que también sucede en las de Castril de Miño de San Esteban y en la de San Ginés de Soria, entre otras muchas. Sobre este gran vano podemos contar cuatro grandes canzorros, que, sin duda, sirvieron para el arranque de una cubierta del pórtico, que protegió la portada y las reuniones de los vecinos.
El muro
occidental y parte del septentrional han ido derrumbándose dejando montones
abandonados de las piedras menos útiles. La altura de la cabecera parece menor
desde el interior de la nave, ello es debido a que, sobre lo que fue solado de
la iglesia, se han depositado gran parte de las lajas que compusieron las
bóvedas de la cabecera. En esta todavía vemos una roza donde estuvieron las
piedras sillares desde donde arrancaba la bóveda de lajas radiales y
mampostería menuda, que todavía se conserva en parte de los arranques, con
claro peligro de derrumbe. En la nave aparecen dos grandes hornacinas
enfrentadas, de arco rebajado y de tiempo post medieval. En ambas se excavaron
los muros a modo de arcosolios y quizás acogieron algún sepulcro o algún altar
con imagen sagrada. Hoy lucen su desnudez y los grafitis de personas que
pasaron por el lugar. Los grafiteros dejaron nombres y fechas y esas cruces con calvario tan típicas
de estos lugares.
En el hastial occidental estaría alojada la espadaña-campanario, como ya hemos señalado en otras ocasiones. También aquí la sillería se arrancó y, casi con toda seguridad, se utilizó para levantar en el valle la nueva iglesia. Lo mismo que sucedió con alguna de las campanas que todavía endulzan con su tañer los oídos de los ucereños. La nueva parroquial también custodia dos imágenes marianas medievales del siglo XIII; una de ellas, pudo haber llegado desde este lugar.
Volveremos. Ucero,
junto con Villabuena, Soria, San Pedro Manrique y Magaña guardan más de una
iglesia abierta al cielo.
BIBLIOGRAFÍA:
- AYLAGAS MIRÓN, A. (2002) :
"La Villa y Tierra de Ucero en el año 1602: retrato con 400 años de
antigüedad". Revista de Soria. Edita Excma. Diputación Provincial de
Soria.
- LORENZO CELORRIO, Ángel (2003): "Compendio
de los Castillos medievales de la provincia de Soria" (Edita la Excma.
Diputación Provincial de Soria, Colección Temas Sorianos nº 44, Soria)
- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las
comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana." Madrid.
Editora Nacional
- ORTEGO FRÍAS, T. (1953):
"Del románico soriano. Algunas piezas notables de iglesias
desaparecidas." Revista Celtiberia, nº4. pp.295-297.
- VV.AA. (2002) Enciclopedia
del Románico en Castilla y León. Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa
María la Real.
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