“Ucero, que tuvo rango de villa en el medievo, es la entrada más
hermosa al parque natural del Cañón del río Lobos. Un tajo
en la meseta que cobija
excepcionales atractivos
geológicos, vegetales y faunísticos”.
Corazón
de roble. Ernesto Escapa.
En la entrega anterior, entretuvimos nuestros ojos y quehaceres en el castillo y la iglesia de San Juan de Ucero. Pero el pueblo y sus alrededores dan para mucho más. Esa es la razón por la que hay una segunda parte; no para explicar todas sus posibilidades, que son muchas, sino para adentrarnos y poner la lupa en otra de esas iglesias románicas abiertas al cielo, y que reciben de él el agua, la nieve, el pedrisco, el viento o el sol.
Sin duda, el lugar que ocupa esta
población ha sido apetitoso durante toda la historia. El río Ucero no es una
causa menor. Un río que nace arrebatador de entre las peñas de la Galiana para
beberse al Lobos. Sus aguas fueron trucheras, por lo menos, hasta el siglo XIX.
Ayudaría esto a la población del lugar y, posteriormente, a los aficionados a
esa actividad tan paciente como es la pesca de caña. En su andadura hacia el
Sur, le ayudarán en su caudal el Abión y el Sequillo, entre otros arroyuelos de
estas deshumedecidas tierras. Sus aguas enriquecieron la hermosura de la
catedral de El Burgo y del castillo de Osma, y de la misma forma enriquecen los
regadíos de La Rasa. Agotado y disminuido se ofrece al Duero cerca de Gormaz.
No pasó desapercibido este rincón para los romanos. Se instalaron allí, fundaron la villa de San Martín de Ucero y dejaron para la posteridad una preciosa y sorprendente canalización. Recogieron el agua, mediante un canal, en el lugar donde las aguas eran más puras, es decir, en el nacimiento del Ucero, y la trasportaron por dicho canal 18 kilómetros hasta llegar y abastecer a Uxama. Para ello no dudaron en excavar túneles como el cercano a Ucero, llamado la Cueva de la Zorra, de 133 metros de longitud y con aperturas de iluminación y control (pozos de ataque). Otra obra de ingeniería a la que nos tienen tan acostumbrados aquellos ingenieros romanos.
Hoy el municipio, porque
municipio es desde el siglo XIX, ocupa mayormente una leve ladera en la margen
derecha del río, aunque también en la margen izquierda extiende algunas
viviendas y servicios. Bien cuidado y regado, además de por el río, por el
dinero que atrae el Cañón. Dominando las alturas del pueblo se encuentra la
iglesia de San Juan, deudora de la antigua, ubicada cerca del castillo. Camino
de la ermita de Nuestra Señora de Villavieja, nuestra fortuna nos lleva por una
calle en la que Segundo, un vecino del pueblo, toma tranquilamente el sol. Con
amabilidad, con esa amabilidad de quien tiene poca oportunidad de hablar, nos
cuenta que tiene 6 gatos. -¿Saben ustedes
para qué?-, nos pregunta. Ha corrido tan rápido el tiempo que los mayores
desconfían de la sabiduría de quien tiene pocos años menos que ellos.
Efectivamente, Segundo y sus gatos han acabado con los ratones merodeadores.
Sistema este inteligente que desde centenares de años usan en muchos monasterios
para proteger los incunables que se recuestan en sus estanterías. Reparamos en
una gran tinaja sobre un colador de madera, próxima a la puerta de su casa. En
ella, antaño, se lavaba la ropa y por una ranura salía el agua sobrante. Hoy,
que están tan de moda los reciclajes, la vasija hace de maceta. A Segundo, la
edad, los achaques y los médicos le han prohibido beber vino. -¿Para qué ir entonces al bar?-.
No pasó desapercibido este rincón
para los romanos. Se instalaron allí,
fundaron la villa de San Martín de Ucero y dejaron para la posteridad
una preciosa y sorprendente canalización. Recogieron el agua, mediante un
canal, en el lugar donde las aguas eran más puras, es decir, en el nacimiento
del Ucero, y la trasportaron por dicho canal 18 kilómetros hasta llegar y
abastecer a Uxama. Para ello no dudaron en excavar túneles como el cercano a
Ucero, llamado la Cueva de la Zorra, de 133 metros de longitud y con aperturas
de iluminación y control (pozos de ataque). Otra obra de ingeniería a la que
nos tienen tan acostumbrados aquellos ingenieros romanos.
Hoy el municipio, porque
municipio es desde el siglo XIX, ocupa mayormente una leve ladera en la margen
derecha del río, aunque también en la margen izquierda extiende algunas
viviendas y servicios. Bien cuidado y regado, además de por el río, por el
dinero que atrae el Cañón. Dominando las alturas del pueblo se encuentra la
iglesia de San Juan, deudora de la antigua, ubicada cerca del castillo. Camino
de la ermita de Nuestra Señora de Villavieja, nuestra fortuna nos lleva por una
calle en la que Segundo, un vecino del pueblo, toma tranquilamente el sol. Con
amabilidad, con esa amabilidad de quien tiene poca oportunidad de hablar, nos
cuenta que tiene 6 gatos. -¿Saben ustedes
para qué?-, nos pregunta. Ha corrido tan rápido el tiempo que los mayores
desconfían de la sabiduría de quien tiene pocos años menos que ellos.
Efectivamente, Segundo y sus gatos han acabado con los ratones merodeadores.
Sistema este inteligente que desde centenares de años usan en muchos
monasterios para proteger los incunables que se recuestan en sus estanterías.
Reparamos en una gran tinaja sobre un colador de madera, próxima a la puerta de
su casa. En ella, antaño, se lavaba la ropa y por una ranura salía el agua
sobrante. Hoy, que están tan de moda los reciclajes, la vasija hace de maceta.
A Segundo, la edad, los achaques y los médicos le han prohibido beber vino. -¿Para qué ir entonces al bar?-.
El libro de Fabrica de San Juan Bautista de Ucero (1807-1861) nos ayuda a la interpretación de la cabecera y de la estela. Por él sabemos que la iglesia, ya convertida en ermita, se encontraba arruinada en 1859. El párroco Blas Peñacoba dirigió una súplica al Obispo de la Diócesis de Osma, en la que solicitaba permiso para reedificar la ermita de Nuestra Señora de la Villa Vieja. Al parecer el vecindario adeudaba una importante suma de dinero a la Iglesia desde 1848, así como otra deuda al anterior párroco de la Villa, José Guerra, por lo que Blas Peñacoba, viendo que el pueblo no podía hacer frente a la misma sin caer en la ruina, acordó con el vecindario que se devolviera la deuda con jornadas de trabajo y con el transporte a pie de obra de todos los materiales necesarios para su reedificación. Don Blas afirmaba que el pueblo profesaba una gran devoción a esta imagen y estaba convencido de que con ayuda del pueblo y con el importe de unas ventas del horno (de miel), la ermita se reedificaría sin que fuera muy costoso a los lugareños. El Obispo, Vicente Hornos San Martín concedió su permiso en septiembre de 1859.
Fue entonces cuando se rehízo la cabecera y quizás el alero. El ábside, hoy recto, pudo ser semicircular en el pasado. Estos edificios estuvieron vivos y soportaron estoicamente tantos cambios como los tiempos y los humanos requerían. Ese ábside es de la misma anchura que la nave. En él se van a reutilizar materiales del viejo templo, así podemos ver en la esquina nororiental una imposta ajedrezada que pudo formar parte de una cornisa. Además, en el sector Sureste un sillar acoge una decoración singular: un sogueado cuadrado tiene en su interior una especie de corona de zarcillos, una composición en la que el investigador Jaime Nuño González creyó ver “un cierto aire musulmán”. El interior se encuentra dominado por la maleza y las sabinas. Los muros, que combinan partes románicas con otras postmedievales, aparecen enfoscados con una capa de yeso.
Los problemas de la cabecera no
se solucionaron con la reedificación de 1859, pues en 2016 la Parroquia de
Ucero se verá obligada a consolidar estas ruinas. Es entonces cuando fueron
retirados los elementos susceptibles de desprendimiento de las partes
superiores (tejas y piedras) y, se colocó un anclaje longitudinal en la parte Este
de la crujía abrazando los dos muros mediante una escuadra a base de perfiles
metálicos; además se consolidaron los muros con una albardilla de hormigón. Fue
en ese momento cuando se retiró la estela medieval, dejando un vacío en el
alero, que el viajero busca sin encontrarlo. Una réplica de la misma hubiera
satisfecho al curioso viandante.
Para Jaime Nuño González, las
características de este edificio son complejas, pues contiene elementos del
románico, pero también otros que tienen un aire musulmán y otros muchos que lo
asemejan al mundo prerrománico, proponiendo una datación para las décadas 1060
o 1070. La complejidad del edificio, que podría ser uno de los más antiguos de
la provincia, debería ser suficiente razón para su reparación con una nueva
cubierta y para un estudio arqueológico que dé luz al desconocimiento que los
especialistas dicen tener. Estamos seguros, sin embargo, que ese
desconocimiento es mayor entre aquellos que, por haberla usado, deberían
conocerla y protegerla.
BIBLIOGRAFÍA:
-
ARCHIVO DIOCESANO DE OSMA-SORIA. Libros de Fábrica de la Iglesia de San
Juan Bautista de Ucero. (Soria).
-
AYLAGAS MIRÓN, A. (2002): "La Villa y Tierra de Ucero en el año 1602:
retrato con 400 años de antigüedad". Revista de Soria. Edita Excma. Diputación
Provincial de Soria.
-
MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y Tierra de la
extremadura castellana." Madrid. Editora Nacional
-
VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria.
Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.
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