SAN MILLÁN DE BORQUE, EL ROMÁNICO OLVIDADO.
“Entre Serón de Nágima y Maján, en tierra ya casi rayana con Aragón, se asienta Velilla de los Ajos. A este lugar se accede desde Gómara o desde Almazán. Velilla tiene un despoblado, Borque, […] hay restos de habitación en torno a la ermita de San Millán, de estilo románico rural, […] con figurillas adosadas al arco absidal y todavía pueden verse los restos de un torreón o atalaya […]. A la ermita acudían los velillenses en romería para pedir agua de esta guisa: `Si la atmósfera presenta/malas nubes tormentosas/conviértalas, San Millán/en lluvias beneficiosas´”.
El lado humano de la despoblación. Isabel Goig Soler
Era un 14 de junio y aunque no habíamos alcanzado el verano, el
calor era anormalmente exagerado. El día se había sumergido en una “ola de
calor” que invitaba poco a realizar salidas, a pesar de ello, nos dirigimos a
Velilla de los Ajos buscando el despoblado de Borque.
Velilla de los Ajos se asienta en el vértice que forman los
arroyos de Valdevelilla y de los Caños de Borque. Estos contribuyen a hacer de
estas aguas el río Carraserón, que al poco de crearse desemboca en el Nágima
que lleva sus aguas al Jalón. Velilla fue poblado, tal vez, en el siglo XII,
cuando el rey aragonés, Alfonso I el Batallador, repobló las tierras de Almazán. Se organizó un territorio constituido en
Comunidad de Villa y Tierra, en la que estaba presente Velilla de los Ajos.
Poco después, y en ese mismo siglo XII, el territorio pasó de Aragón a
Castilla. Desde la caída del Antiguo Régimen es municipio, y llegó a contar con
más de 300 habitantes. Hoy, en el censo de 2021, solo aparecen 19, aunque se
trata de esos pueblos que aumentan considerablemente su población durante el
período estival en el que sus emigrantes vuelven al hogar de antaño, a
reencontrarse con seres queridos y amigos de la infancia; sobre todo en las fiestas
en honor a San Antonio de Padua, trasladadas a agosto, y durante la Semana Santa,
fechas en la que la Asociación Cultural San Millán organiza su Semana Cultural.
En Velilla nos esperaba la amabilidad de sus gentes. Aguardaban
nuestra llegada gracias a la intermediación de Rocío, José Antonio Yubero,
Sara, Jesús Crespo y Araceli. Bajo la sombra de los árboles, nos hablaron de la
fuente, obra del cantero Esteban Ruiz, rematada, en 1953, por un gran sillar
escalonado, y de las carreteras que se realizaron en los años de la postguerra.
Hablaban con tristeza del abandono al que someten a estos pueblos tanto los
bancos como los políticos.
José Antonio vive en Zaragoza, pero desde la pandemia, Sara, su
esposa, y él alegran con su presencia y amabilidad las calles de este pueblo.
José Antonio conoce y recrea las tradiciones del pueblo, así como los años en
que fue construida cada una de las casas, casi todas de inicios del siglo XX. “Había
competencia entre los albañiles y marcaban el año de su construcción en el
dintel” dice.
Jesús trabajó en Logroño, en Lanas Pingouin Esmeralda. Después de
luchar contra la enfermedad y, ya jubilado, se ha instalado en el pueblo con su
esposa Mª Jesús. Mantiene 6 ovejas y durante un tiempo se dedicó a la
apicultura. José Antonio y Jesús nos acompañaron al despoblado de Borque.
El paisaje es de cerros desnudos, habitados por vegetación baja o
agrícola, apenas hay árboles. Se accedía a los terruños de la vega a través de
una “calleja”. El agua de los “Caños de Borque” las regaba para que produjeran
hortalizas y legumbres. Jesús nos enseña a leer el monte bajo: ajedrea, diente
de león, tomillo salsero, barbacabras; la mayoría aromatizantes. Sobre un
pequeño promontorio, aparecen los restos de la ermita de San Millán. Debió de ser
la iglesia del poblado de Borque, que se abandonó en el siglo XVI. Vigilando el
despoblado perviven los restos de una atalaya musulmana, que mantenía contacto
visual con la de Maján, y ambas defendían los accesos desde la depresión del
Ebro a la cuenca del Duero. Alrededor de la torre se ve la base de muros y un
aljibe excavado en la roca, que curaría la sed de sus habitantes.
San Millán fue un pastor que optó por retirarse a una cueva de la sierra de la Demanda durante 40 años. Conocedor de este hecho, el obispo de Tarazona, Dídimo, lo nombró sacerdote de Berdejo. Pero, pasado el tiempo, el eremita decidió volver a la soledad y se apartó a unas cuevas donde posteriormente se construiría el monasterio de Suso, allí murió a los 101 años.
Esta antigua iglesia del despoblado de Borque, dedicada a él,
tenía una única nave y estaba edificada en mampostería de caliza arenisca, con
refuerzo de sillares en esquinas y vanos. Propiamente románica solo es la
cabecera, puesto que, en un momento indeterminado del siglo XVII, quizás por
problemas en la construcción, la nave se reconstruyó con muros más delgados de
mampostería menuda, a la vez que era estrechada, aunque conservando los
arranques de sillería de la antigua nave, los cuales la separaban del
presbiterio. Esta reforma descentró la cabecera. En el lado meridional se
adosaron varios habitáculos, que no se comunican con el interior, y que
pudieron servir de sacristía y, al menos, uno de ellos de cuadra para acoger el
caballo del párroco en tiempos de romería.
La cabecera es potente, sólida y de plena factura románica, en ella el ábside se prolonga abiertamente por el tramo recto del presbiterio sin diferenciarse, como vemos en Golbán. Esta cabecera, como el resto de la iglesia, se encuentra abierta al cielo. Pudo estar abovedada, si bien los restos de madera que se ven desde el interior nos hablan de una reforma en la que se pudo sustituir la bóveda por una estructura de madera. La nave, como en la mayoría del rural soriano, se cubrió con techumbre de madera. Dos pequeñas saeteras con recerco de sillares la iluminaban. En el centro del ábside, la saetera, hoy cegada, y abocinada hacia el interior en buena sillería, se agrandó hacia el solado hasta convertirse en hornacina que habría de acoger la imagen de San Millán. En el presbiterio, la otra ventana, con buena sillería, es muy abocinada e iluminaba el espacio. Todo el interior estuvo recubierto con un enfoscado de cal y arena en el que se grabó y pintó un falso despiece, del que se conservan varios retazos.
El arco triunfal llama poderosamente la atención del viajero. Es
muy cerrado y de gran espesor. En una de las dovelas del lado norte aparece un
alto relieve de un cuadrúpedo de larga cola que apresa con sus patas delanteras
y sus fauces una especie de cabeza. El arco descarga sobre una imposta de
nacela, decorada en cada lado con cuatro figurillas enigmáticas que cruzan sus
brazos sobre el pecho. Todo ello soportado por dos pilastras en las que se han
tallado dos semicolumnas separadas por un bocel y con capiteles simulados. Casi
con toda seguridad, cuando se acometió la reforma, en el paño del lado del
evangelio se abrió un pequeño arco, al que se llegaba por unas escaleras y que
daría acceso al púlpito, hoy desaparecido.
Un saúco crece en el lugar en el que se encontraba un altar
monolítico, como el que todavía se ve en las ruinas de San Bartolomé de
Villabuena, y que hoy forma parte de una fuente de la localidad; mientras que
muchas baldosas del solado original se utilizaron para completar las del horno.
Al exterior, la cornisa que recorre la cabecera es de muy buena
sillería con decoración de listel y nacela, soportada por buenos canecillos
también de nacela. En el lado norte ya se ha desprendido parte de la cornisa, y,
al menos, dos canecillos están custodiados en la parroquial de San Antonio.
José Antonio recuerda haber subido al coro y la existencia de
techumbre. Hoy está abierta al cielo y sirve de refugio al alcotán. Por encima
de los mechinales que soportaron el coro alto se abrió una ventana adintelada,
hoy cegada, pero que en el pasado acogió un campanillo.
Hoy estos dignos restos merecen al menos una consolidación, para
perpetuar la memoria del lugar de nuestros antepasados y recordar que también
estos lugares humildes fueron “fruto de la fe de sus pobladores”.
José Antonio y Jesús nos cuentan que el día de San Millán, la
víspera de la Ascensión, se llevaba al santo desde el pueblo a la ermita. Eso
lo hacían sus abuelos; sus padres dejaron de hacerlo y a ellos sólo ha llegado
el conocimiento.
Corría una leyenda de que el Tío Simón de Maján, que servía en Bliecos,
cuando se dirigió en una ocasión a su pueblo, le sorprendió una tormenta y se
refugió en la puerta de la ermita. Al apoyarse se abrió y aprovechó la ocasión
para hacerse con la imagen de San Millán y llevarla hacía su pueblo, pero el
Santo no quiso pasar del mojón, así que allí se quedó hasta que fue rescatado
por labradores de Velilla que devolvieron el Santo a su iglesia.
Culminamos la visita con un refrigerio en casa de Sara, decorada en sus paredes con los dibujos de sus nietos, los saludos de Mª Jesús, esposa de Jesús, y sendos botes de espléndida miel. Sin duda lo mejor de estas tierras, sus gentes.
BIBLIOGRAFÍA:
- ARCHIVO
DIOCESANO DE OSMA-SORIA. Libros de Fábrica de la Iglesia de San Pedro de
Velilla de los Ajos. (Soria).
- CARRIÓN
MATAMOROS, Eduardo (2001): Historia de El Burgo de Osma. Edita Ayuntamiento de El Burgo de Osma, Imprime
Gráficas Ochoa, Soria.
- BLASCO JIMÉNEZ, Manuel
(1888): “Nomenclátor histórico, geográfico, estadístico y descriptivo de la
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-GOIG SOLER, Isabel (2002): “El lado humano de
la despoblación”. Soria. Centro Soriano de Estudios Tradicionales. Los libros
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- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): "Las comunidades de Villa y
Tierra de la extremadura castellana". Madrid. Editora Nacional
- MINGUELLA Y ARNEDO, Fray Toribio
(1910):
“Desde los comienzos de la diócesis hasta fines del siglo XIII.” Volumen I-III.
Madrid, Imprenta de la «Revista de Archivos, Bibliotecas y
Museos
- SORONDO, J.L. DE
(1997): “Censo de ermitas de Soria”. Diputación de Soria. Colección
Temas Sorianos, nº 35
- VV.AA. (2002) Enciclopedia del Románico en Castilla y León.
Soria. Aguilar de Campoo. Fundación Santa María la Real.
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